Una docente villamercedina se diferenció del profesor uruguayo Haberkorn: “Yo me resisto a rendirme”
Eugenia Rimini, profesora en la Facultad de Ingenieria de San Luis, fue una de las miles de personas que se sintieron conmovidas por la carta del profesor Leonardo Haberkorn, publicada por Infobae. Lejos de desanimarse, quiso aportar una nueva mirada sobre la educación en tiempos de Whatsapp.
El periodista y académico Leonardo Haberkorn, renunció a seguir dando clases en la universidad ORT de Montevideo. Su decisión tuvo una enorme repercusión en las redes sociales. “Me cansé de pelearle a los celulares, el Whatsapp y el Facebook”, dijo el docente al renunciar en diciembre de 2015.
Además de Rimini, Juan Ramiro Fernández, docente desde hace 25 años en varias universidades, propuso una mirada completamente distinta a la planteada por Leonardo Haberkorn: “Yo mismo hago un post en Twitter al comienzo o al final de una charla”, dijo Fernandez según publicó Infobae.com
A continuación la carta de la docente sanluiseña:
He leído esta semana dos notas vinculadas a la carta escrita por el Profesor uruguayo Haberkorn. Debo decir que me siento muy identificada tanto por expresado en la misiva, como por el comentario realizado para Infobae por el señor Alfredo Serra.
Soy Ingeniera Industrial de profesión, tengo 20 años de experiencia en mi trabajo, y desde el 2011 me desempeño como docente en la Universidad Nacional de San Luis, en la Facultad de Ingeniería de la Ciudad de Villa Mercedes.
Participo en el desarrollo de los cursos de ingreso de Producción y Comprensión de Textos, que se dictan anualmente a los ingresantes. Y el mismo hecho de tener que incluir un curso de este tipo habla de las falencias con las que los estudiantes llegan a las aulas para cursar sus estudios de grado. La universidad se ve en la necesidad de "Integrar hacia atrás", frase utilizada en el ámbito industrial cuando una empresa incorpora a su cadena a los proveedores con el fin de optimizar la calidad de sus servicios, por ejemplo.
Durante el dictado de los cursos utilizamos textos muy breves, de una carilla, sobre temas de actualidad vinculados a las carreras que han elegido estudiar: el impacto de la introducción de los robots en el ámbito industrial, las nuevas metodologías de gestión, etc. Veo las caras de los alumnos cuando hablamos de estos temas, de los cuales deberían estar ávidos de información. Las caras son de cansancio, de aburrimiento, de falta de interés en muchos casos. Cada año son más las expresiones de este tipo, y menos la participación de los alumnos en clases.
Exactamente lo mismo ocurre luego de iniciado el ciclo lectivo, donde dicto junto con un equipo de trabajo una de las primeras materias que los alumnos ingresantes cursan.
En la primera clase ponemos como pauta de trabajo silenciar y guardar los celulares, y de necesitar utilizarlo hacerlo fuera del aula. Esta regla aplica para alumnos y docentes.
A pesar de esto, veo frecuentemente a uno o varios alumnos interactuando con sus celulares. Tendría que interrumpir permanentemente la clase si tuviera que solicitar a cada uno de ellos que por favor hiciera la gestión con el teléfono en otro momento y que prestara atención.
Sé que esta última alternativa puede ser sometida a críticas, pero el punto es que tanto el celular como las aplicaciones y las nuevas tecnologías, son ya casi como una extensión del cuerpo de los jóvenes alumnos. Forman parte de sus vidas cotidianas, como llevar zapatos o abrigo cuando hace frío.
Coincido con que es muy difícil hacer que los alumnos se interesen por el estudio. Mucho. Este año indiqué como primer lectura el ameno libro "Quién se ha llevado mi queso", que consta de alrededor de 50 páginas. El resultado fue que costó que llegaran a la última página. Sin embargo, analizamos un video corto referido al tema, y de esta forma hubo gran participación.
A diferencia del catedrático Uruguayo Haberkorn, yo me resisto a rendirme.
Estoy convencida de que debemos formar profesionales con sólidos conocimientos, aunque quizás tengamos cambiar nosotros los docentes también de paradigma respecto a los métodos utilizados para enseñar, y al manejo del desarrollo de las clases que dictamos.
El cuatrimestre pasado para hablar de tecnología llevamos al aula una impresora 3D, y mientras hablábamos la hicimos funcionar. La clase fue un éxito.
En otro momento, cuando estábamos hablando de la formación requerida por el ingeniero, surgió el tema de las entrevistas de trabajo y de algunos de los test utilizados, que no tienen que ver con el aprendizaje formal que se adquiere en la Universidad. Entre varios hicimos en la pizarra el ejercicio de dibujar un árbol, un hombre bajo la lluvia y -sin entrar en interpretaciones de resultados que exceden a nuestros conocimientos-pudimos ver las diferencias sustanciales de los dibujos realizados por varios de nosotros. Una clase en la que años atrás había visto muchas caras de aburrimiento, fue muy enriquecedora y entretenida.
Este año trabajamos casos directamente con la PC o el celular, ingresando en varios links y haciendo el análisis mientras estaban por grupos on-line. Otro éxito. Todos estaban conectados y trabajando. Las consultas por mail en mi experiencia funcionan porque ellos utilizan el mail desde su celular, y están conectados y a la espera de la respuesta.
Con esto no quiero decir que estoy de acuerdo en que los alumnos estén chateando en Whatsapp o en Facebook mientras estamos en clases. Me refiero a que tenemos que incorporar en la enseñanza formas en que los alumnos estén efectivamente utilizando los dispositivos, de los cuales ya son inseparables, para impartir conocimientos.
En mi caso sigo experimentando formas más efectivas de dar las clases, hacerlas más dinámicas y entretenidas, y de incorporar el uso de tecnología en el aula.
Soy optimista. Creo que vamos a encontrar mejores formas de enseñar, comprendiendo que los jovenes de 17 a 25 años tienen capacidades distintas para el aprendizaje y para el manejo de la información que las personas que estudiamos en las décadas de 1980-1990.
El conocimiento que poseemos cambia y se incrementa de forma vertiginosa. ¿No deberían entonces también cambiar constantemente las formas de compartirlo?