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Gustavo Romero Borri: “Jesus Liberato Tobares, el fruto de los días”

Por Gustavo Romero Borri, especial para el elchorrillero.com. 
El reconocimiento del poeta puntano en el cumpleaños número 87 del jurista, escritor e historiador de San Luis.

Actualizada: 15/10/2016 16:46
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Es el tiempo, y las actitudes y realizaciones logradas en el tiempo,  lo que legitiman el valor y el peso indudable de un trabajo literario. Este es el caso de la obra de Tobares.

Más de un veintena de títulos ha hecho públicos. A ellos se suman sus incontables intervenciones como conferencista y las publicaciones en revistas especializadas donde ha divulgado sus pareceres fruto de sus exploraciones en el ámbito de la cultura ancestral o rural de su provincia. Su presencia en las letras lo tienen como protagonista a partir de los años sesenta; por eso es imposible definir su acción en estas pocas líneas.

Arribó a las letras de la mano de la poesía cuando en 1962 publicó su poemario "Cerro Blanco". Este libro primero (hoy inconseguible) le dieron carta de ciudanía en la literatura de San Luis. Los poemas contenidos en ese libro sobresalen por su vanguardismo e imaginería metafórica.

Conviene aclarar que "Cerro Blanco" es un monte de piedra que, a modo de totem natural, se erige eternamente al ingresar a su norteño pueblo natal de San Martín, que vio nacer a otro célebre  poeta de las letras locales como es Cesar Rosales. Pese a sus otros trabajos investigativos por los cuales es identificado mayormente, Tobares nunca dejó de estar cerca de la poesía y de las posibilidades linguisticas que la poesía pone a disposición de todo creador literario.

La continuidad de su labor ha sido imparable motivada siempre por una insistente  curiosidad que ubica al Hombre como centro y al pasado puntano como escenario.

Desde esta perspectiva, no dudo que  sus libros conforman una cartografía de saberes, costumbres, memorias, pensamientos y visiones poéticas inherentes al territorio cultural que le importó desde siempre, es decir la provincia de San Luis. Siempre volveremos a sus exploraciones porque contienen esencias, y las esencias no las corrompe el tiempo: pueden sí, ser enriquecidas, ampliadas, pero no alteradas en su matriz,  ni demolidas en su veracidad.

Sus libros nos reconcilian con lo que nos precede, colaboran con nuestra compresión del pasado y nos incitan a pensar en él. Probablemente, en muchos casos (según el lector) nos ayuden a leer el presente que nos toca vivir.

No recuerdo con exactitud cuándo conocí a Tobares personalmente.

Puedo suponer que habrá sido por los años ochenta mientras yo cursaba el último año de la secundaria en la Normal "Juan Pascual Pringles". Para entoces la vida literaria local era escasa; quizás por eso los eventos congregaban a un público numeroso y conocedor. Los salones casi siempre se llenaban. Ahora pienso que eso ocurría porque  eran más pequeños que los actuales. Lo cierto es que para un joven ávido de letras como el que yo era ( en aquel San Luis) todo lo que oía y las relaciones que entablaba tenían un valor superlativo.

Me acuerdo, sí, de muy joven cruzando breves pero amables palabra con él cuando se presentó un libro de Dora Ochoa de Masramón en el edificio de la calle Colón donde hoy funciona el Museo que lleva su nombre.

Aunque a mí me interesaba la poesía y avanzar por ese territorio, casi con exclusividad, percibí desde temprano en Tobares  la mentalidad de un hombre "no dogmático", interesado en su trabajo y en el trabajo de los otros. De pocas pero esenciales palabras en su trato social, reserva sus silencios para escuchar.  Para el joven que yo era, Tobares detentaba un saber genuino y exponía lo suyo sin ánimo de convencer a nadie, sino con la intención de comunicar sus descubrimientos y compartirlos, sin demagogias ni ánimos de prevalecer sobre el saber del otro. Eso me acerco a él; eso me sigue acercando a él, porque esa actitud, pasados los años, permanece inalterable.

Pese a su sapiencia y comprensión sobre variados temas de la cultura universal, ha permanecido siempre atento a la cultura campestre, la ha estudiado y explicado como si quisiera salvarla del olvido.

En el plano específico de la literatura y de mis lecturas primeras, sí puedo atestiguar un encuentro, en este caso con su letra, su poética  y que ese encuentro no fue superficial. Fue cuando cursaba los primeros años de la secundaria en  Concarán. Me ofrecieron atender, por las siestas, la biblioteca del pueblo. Este ofrecimiento se produjo porque los integrantes de la Comisión de Cultura habían detectado mi afición por la lectura y la escritura. Pese a que me pagaban (ahora lo pienso) esa elección de ellos fue para mí un regalo.

Corría el año 1978. Mientras el país ardía concentrado en los resultados del Mundial de Futbol, yo me refugiaba en esa Biblioteca. En la  amable soledad de ese silencio imperturbado, descubrí y leí muchos autores puntanos.  Entre ellos, por supuesto, a Tobares y sobre todo, con emoción repetida, su poemario "Cerro Blanco".

Mis itinerarios me trajeron desde Concarán  a la ciudad de San Luis para terminar la secundaria en la "Juan Pascual Pringles". Luego viví trece años a Buenos Aires. Luego regresé al San Luis nativo donde vivo actualmente; nunca dejé de frecuentarlo, por un motivo u otro, hasta el día de hoy. Me parece un hombre bueno y sabio. Pese a la confianza que me brinda trato de no importunarlo o interrumpir su cotidianidad con cuestiones que no pertenezcan a la órbita de sus ocupaciones. De ese modo expreso mi respeto y consideración hacia lo suyo.

Aunque es un hombre alejado de los oropeles de la fama o la figuración fingida, porque su interés principal se centra en sus trabajos literarios y en su ámbito familiar,  considero que la decisión consensuada  de la Universidad Nacional de San Luis al decidir otorgarle el doctorado Honoris Causa es un acto de justicia cultural. Esta distinción es un gesto de gratitud a toda su trayectoria siempre al amparo del rescoldo de las raíces.

A su pedido escribí un prólogo a uno de sus libros. Titulé esas palabras  "Tobares: rastreador de pasados".

Al saludarlo en un aniversario más de sus años me queda decirle: ¡Feliz Cumpleaños, amigo rastreador de pasados. Que la tierra que ama, conoce y explica siga dándole inspiración a su palabra clara, concisa y esclarecedora!

Sus rastros son sus libros  y sus libros nos ayudan a explicar  lo que fuimos. Son frutos cosechados en sus largas andanzas desveladas por entender la tierra y la estatura del Hombre.

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