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Los papás de Mariano González hablaron de cómo trataron a su hijo en el Policlínico y el Sanatario

No tienen fuerzas pero sí el valor suficiente para contar la peregrinación que hicieron con su hijo desde que comenzó con el dolor de panza. El chico de 13 años fue intervenido por una apendicitis en el Sanatorio Ramos Mejía, pero algunas horas después falleció por una causa que sería dudosa. En medio de la tristeza incomparable buscan respuestas y confirmaron que harán formalmente la denuncia ante la justicia. “Tenemos dudas de la causa de su fallecimiento. Que se cambie lo que tenga que cambiar y que esto no le vuelva a pasar a nadie más”, expresaron Griselda Escudero y Ariel González en diálogo con elchorrillero.com.

Griselda y Ariel, dicen que Mariano se convirtió en el ángel que los ayudará a seguir adelante.
Actualizada: 15/11/2016 07:00
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Transitan con el dolor a cuestas, y saben que será así toda la vida: “Pero no podemos bajar los brazos, tenemos que seguir por nuestros otros dos hijos, Agustín y Joaquín”, dijo Griselda en una charla exclusiva con elchorrillero.com.

Sospechan que podrían haber diagnosticado al adolescente el primer día que lo llevaron al Hospital y que allí "tal vez fallaron al no efectuarle los análisis correspondientes". También creen que “los médicos deben esforzarse un poco más en su trabajo, que antes de atender deben ver si tienen las herramientas necesarias”; que se requiere conciencia para “respetar la vida del prójimo” porque todos “merecen una buena atención”. Griselda apuntó: “Una gran parte de los médicos no está comprometido en salvar vidas”.

Acompañada por su esposo y con una foto de Mariano en sus manos (la última que le tomaron hace un mes cuando hizo la confirmación), tiene los recuerdos más horribles del pasado jueves cuando le comunicaron que su hijo había fallecido.

Mariano, en el día de su confirmación, hace un mes, en la iglesia Nuestra Señora del Carmen.

“Fue desesperante, porque lo llevamos vivo, caminando, y lo sacamos muerto. Nos dolió la frialdad con la que nos comunicaron la peor noticia, fue un momento duro. Por suerte tenemos una gran familia y amigos de verdad que nos están acompañando. Vamos a seguir la investigación hasta las últimas consecuencias porque queremos saber qué pasó realmente, no podemos entender que lo operaran de apéndice y muriera por edema pulmonar”.

Cuando el miércoles pasado, Mariano llegó a su casa después de la escuela, almorzó como cualquier otro día y después se puso a jugar con la computadora. Pero por la tarde comenzaron los dolores de panza que finalmente lo llevaron a la muerte. “Al principio le restamos importancia, pero a la medianoche ya no aguantaba el dolor y decidimos llevarlo al Sanatorio Ramos Mejía. Pero ahí no había pediatra y me anticiparon que si tenía apendicitis, porque esa era mi percepción, que lo llevara a otro lado porque ahí no había habitación. Entonces fuimos al Hospital y allá lo atendieron. También le dije a la doctora que yo creía que era apendicitis, pero le tocó la panza y dijo que la tenía blandita, entonces le hicieron una placa porque tenía mocos y le recetaron unos antibióticos e ibuprofeno. Fuimos a comprarlos y después a casa”, cuenta.

Pero a Mariano el dolor nunca se le fue. Cenó y después llegaron los vómitos que persistieron toda la noche: “Al día siguiente volvimos al Sanatorio, porque tenemos la obra social de Pami, que se atiende ahí o en el Policlínico. Había mucha gente grande, jubilados la mayoría, pero no llamaban a nadie, esperamos más de media hora. Después nos hicieron pasar y lo atendió muy bien una doctora que por su tonada no era de San Luis”.

Cuando la profesional lo revisó coincidió con las suposiciones de la madre. Los análisis determinaron una infección y se ordenó la intervención que fue laparascópica. “Unos minutos antes de las 14:00 ingresó al quirófano, y cerca de las 15:30 me llamó una enfermera para decirme que Marianito se había portado bien, que le iban a poner uno drenaje y después lo iban a llevar a la sala”, relató Griselda.

Una horas más tarde la llamaron por segunda vez para explicarle que se había tratado de una peritonitis gangrenosa localizada, pero que todo había salido bien: “El médico me pidió que pasara porque Mariano estaba bajo los síntomas de la anestesia y que me llamaba”.

Ni bien entró la invadió la desesperación, y la tranquilidad de los minutos antes se volvieron en una angustiante preocupación: “Vi a mi hijo en un estado deplorable. Estaba morado negro, agitado, no podía respirar. Tenía la voz ronca y me pedía ayuda”.

“Ayudame mamá”, serán las dos palabras que retumbarán por siempre en los silencios de Griselda. “El solo se quejaba, se quería sacar el suero, pedía que lo operaran, no podía respirar, se ahogaba. Ella trataba desesperadamente de consolarlo, pero los médicos no hacían nada. Se miraban entre ellos. En el momento me recriminé tanto no haberlo llevado a otro lado, pero uno no puede saber lo que va a pasar. Me sentí culpable. Vivimos una situación de desatención”, expresó el padre.

Antes de que se produjera el deceso, les confirmaron que entubarían al chico porque sus pulmones no estaban funcionando bien, que le harían un placa y que prepararían todo para trasladarlo al Hospital, pero Mariano no aguantó.

“Entregamos a nuestro hijo pensando que iba a salir todo bien, y salió todo mal. La familia ya no es la misma para nosotros. Falta un plato de comida en la mesa, duele no verlo, no tenerlo, pero debemos seguir luchando por los que nos quedan. Tenemos un ángel en el cielo y él no va a dar las fuerzas para continuar”, puntualizó la mamá, convencida que a partir de ahora comienza una lucha. “Tenemos que lograr que los otros dos hijos sean lo más felices que se pueda y lograr que no lo sientan tanto”, agregó el papá.

Griselda y Ariel recordarán a Mariano como un chico alegre, querido por todos, responsable y buen alumno.

Mariano cursaba el segundo año del secundario de la escuela Mauricio P. Daract, ya había hecho 5 años de inglés en un instituto privado y era el hijo del medio. "Era alto, alegre y travieso, lo querían todos", y así intentarán recordarlo con una sonrisa. Hoy su hermanito más pequeño, que tiene 6 años, le pide a sus padres subir una escalera al cielo para volver a encontrarlo; y el mayor, que tiene 16, no soporta levantarse sin la obligación de tener que despertarlo para ir colegio juntos.

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