El Trueque: un viaje a la profundidad de una subcultura
En San Luis, cada fin de semana, se desarrolla un mercado alternativo que fue parido tras la terrible crisis económica de 2002. Desde allí, permitieron un recorrido íntimo, para sacar a la luz su estilo de vida.
Precios accesibles, artículos de todo tipo, picardías criollas y vidas que fueron dibujando las palabras de la necesidad, son algunas de las cosas que se encuentran en la feria que surgió del colapso económico que hizo trastabillar a la Argentina a principios de este siglo.
Hay espacios urbanos donde cada hecho marca su huella, donde las jornadas se tiñen de miles de contextos y vivencias que hacen a la vida de San Luis; donde cada pasaje de la historia se escribe en los que trabajan, en los que sueñan, en los que resisten, inclusive en los que divulgan su virulencia.
La Feria del Trueque es uno de esos lugares. Allí el motivo de encuentro es la mercancía pero innumerables aspectos, tanto los positivos como los negativos, brotan de cada intercambio, generando así una suerte de subcultura.
Su inicio se remonta a dos fechas. Se toma como referencia que fue fundada en 2002 como consecuencia de la crisis descomunal que sufrieron los argentinos. Asimismo, los propios feriantes aseguran que surgió en el año 1998.
Ingresar al trueque para indagar sobre sus características, costumbres, normas de convivencia, no es tarea sencilla.
Las personas que integran esta suerte de subcultura, conforman un círculo hermético en el que las cámaras se inhiben y provocan rechazo.
Por ello, el equipo periodístico de elchorrillero.com, generó una serie de contactos previos para luego hacer el recorrido y las notas. Las primeras visitas constaron de un acercamiento en el que se dieron a conocer y se estableció el sentido de la publicación.
Estos encuentros permitieron que los vendedores abrieran su intimidad entre mates y anécdotas, detallando con precisión sus vivencias. Tras instituir la cercanía, cada persona consultada fue expandiendo la llegada del camarógrafo, el fotógrafo y este cronista, a los integrantes del trueque.
“Estos chicos están haciendo una nota para mostrar nuestra forma de vida”, indicaba “la Gringa”, una mujer que forma parte de la feria desde sus inicios, mientras el equipo de elchorrillero.com caminaba los rincones mostrando las cámaras y grabadoras con las que recabó el material informativo.
Su voz dejó entrever la autoridad de quienes conviven aquella cotidianeidad, enmarcando una especie de coraza al equipo periodístico para que trabajara con libertad y tranquilidad. “Si ustedes sacan las cámaras sin darse a conocer, no les va a ir muy bien”, advirtieron en las primeras conversaciones.
Ya con la garantía que sellaron las visitas, accedieron a hablar.
El Trueque
La feria surgió como un espacio para el intercambio.
Alguien que precisaba un par de zapatos, los conseguía cambiándolos por determinada cantidad de alimento, herramientas o lo que fuera propicio. Con los años, la necesidad llevó a incluir la venta en efectivo, lo que terminó forjando una particular subcultura.
El sitio de encuentro es la vereda de Avenida Lafinur. El punto de venta se expande desde la intersección de Avenida España, hasta Junín. Al transitar la zona durante el fin de semana y los feriados, se puede observar un cúmulo de personas que participan de la feria.
Existen alrededor de 300 vendedores fijos, pero en temporadas, llegan a cifras que superan los 600. Allí se pueden encontrar artículos de toda variedad. En un mismo puesto conviven ropa usada, pañales descartables, pasa dental, tornillos, repuestos de grifería, antigüedades, computadoras, chatarra, autos usados, gastronomía, leña y hasta artículos de electrónica.
Lo que se vende no tiene garantía de procedencia, pero quienes compran firman una suerte de boleta anónima autorizada por pautas donde la confianza y la buena fe son la que guían las adquisiciones. Estas normas no están registradas en ningún documento, pero en general, se respetan indiscutiblemente y generan en el comprador las ganas de volver.
En “La Quebrada de San Luis”, como algunos lo llaman, hay comerciantes de todo tipo. En su mayoría son personas de escasos recursos que asisten a la feria como una alternativa para sumar ganancias y poder alimentar a su familia; otros son de clase media y aprovechan para “sacar unos pesitos” de lo que tienen en desuso, algunos distribuyen mercadería de sus locales ubicados en distintas zonas de la ciudad, y están aquellos que estafan a la gente con la ilegalidad.
“Si vendo un celular, les entrego la factura que muestra que lo compré legalmente; pero hay algunos vivos que se aprovechan de la gente”, comentó “La Gringa”, una de las mujeres que trabaja en la feria desde los inicios y que acompañó al equipo periodístico en la cobertura.
“Hace unos días una familia compró un ventilador, el cual sólo tenía la fachada, ya que por dentro no estaba el motor. Cuando vinieron a devolverlo, el mantero ya no estaba y jamás volvió”, recordó la comerciante.
Las normas básicas de la feria estipulan una organización a la hora de vender. Los lugares son públicos y nadie puede cobrar ni distribuirlos, pero existen algunas zonas que “pertenecen” a aquellos que se las han ganado con el paso de los años.
“Hay algunos vivos que quieren cobrar $50 para ubicar un puesto, pero eso no se permite”, indicó Hugo, quien trabaja en la feria desde hace 12 años.
A su vez nadie puede vender el mismo tipo de producto que los puestos vecinos, como tampoco está permitido ofrecer mercadería al precio de un local del centro. Si bien no hay ninguna persona que controle estas características, se cumplen al pie de la letra.
Mientras la gente se desplaza, una suerte de música funde el ambiente. Gritos de vendedores ambulantes, ofertas entonadas por manteros, mates que comentan las novedades del día, cartas españolas que entretienen el paso de las horas, llantos dormidos que caen en silencio, enmarcan el contexto de venta.
En la feria no hay ningún tipo de tinglados, carpas, ni construcciones que estén destinadas para la actividad. Los que desean comerciar se valen de su astucia soportando las inclemencias del tiempo. Mantas, mesas plegables, pequeñas estructuras móviles, son algunas de las herramientas con las que preparan sus puestos.
En general, el espacio está compuesto por los vendedores “más viejos”, que son aquellos que comercializan desde los inicios, hace 18 años. Muchos de ellos se dedican a la venta de usados, antigüedades, herramientas, entre otros artículos.
Por otra parte están los puesteros recientes, entre los que se destacan aquellos que venden artículos usados, y los que distribuyen productos nuevos, como el caso de la colectividad boliviana o nigeriana.
Además están los “golondrinas” que generalmente son estudiantes universitarios que venden sus cosas para obtener “dinero rápido”. Una vez que lo consiguen se van.
Generalmente suelen invertir en sus necesidades o salidas nocturnas.
En los inicios, la feria estaba compuesta mayoritariamente por puntanos, pero en la actualidad hay personas de diversas provincias del país y nacionalidades como Chile, Brasil, Perú, Bolivia y Nigeria.
Entre los consumidores están quienes no poseen suficientes ingresos que les permitan adquirir artículos en comercios del centro. Están aquellos que deciden ahorrar comprando a mitad de precio y también la clase alta de San Luis. Desde empleados, amas de casa, hasta esposas de coroneles, médicos e ingenieros, son algunos clientes del trueque.
¿Cómo surgió?
Analizar el nacimiento de la feria es una tarea que concluye en dos caminos. Por un lado la voz de la Municipalidad, que tras diversos relevamientos, marcó el inició en el año 2002 cuando la crisis económica estaba desbocada, pero algunos comerciantes aseguran que asisten desde el año 1998.
“En el 98 éramos apenas unos cinco puestos, y después fue tomando mayor dimensión”, explicó Ángela una de las vendedoras pioneras.
Al principio, la feria se forjó exclusivamente como “trueque”. El método de comercio era el intercambio.
“Uno traía dos kilogramos de azúcar y los cambiaba por una caja de leche, o lo que hiciera falta en la casa”, recordó Ángela con un brillo en sus ojos ya que gracias a la feria pudo alimentar a sus hijos tras quedar viuda.
Luego comenzaron a percibir que el intercambio no terminaba de satisfacer las necesidades, por lo que idearon los “créditos”, que eran una especie de billete que servía para la compra en la feria.
Entre los que más recuerdan estaba el “arbolito”, que se llama así porque poseía un árbol de color verde en su diseño.
Tras algunos años se siguió usando el bono en sus diversas modalidades, hasta que se reunieron para debatir sobre las nuevas necesidades y concluyeron en que debían comercializar con dinero en efectivo.
Quizá ese momento marcó un antes y un después.
Una feria que se ideó para soportar la crisis, se transformó a través del uso de dinero en efectivo, en un mundo donde conviven la necesidad, el trabajo informal y la ilegalidad.
La cara del hambre
El trueque, o “el shoping de los pobres”, es un espacio polémico. Siempre ha generado controversia de aquellos que se quejan porque “no pagan impuestos”, o por los movimientos delictivos que ocurren.
Lo cierto es que nació en un contexto de necesidad y a pesar de que su origen se desvirtuó, la verdadera cara del hambre sigue siendo la esencia del trueque.
Ángela es testigo de la necesidad. Al quedar viuda, sola con sus hijos, el ingreso de su trabajo en la penitenciaría no era redituable para el sustento de la familia, por lo que emprendió un camino que aún hoy persiste.
Los ingresos que obtenía en el trueque le sirvieron para “tapar huecos”. Pagar la luz, comprar algunos alimentos, “salir adelante”. Actualmente sigue trabajando, a pesar de que el sol marque el paso de los años que atestigua su rostro cansado, soportando inviernos y veranos fatigosos.
Distribuye el dinero que adquiere entre sus nietos, los pocos gustos que se da, y la reposición de mercadería.
“Te juro por Dios y la Virgencita que esto es una alegría muy grande”, expresó agradecida a pesar que su vida fue dificultosa.
Rosa también es una de las primeras trabajadoras del trueque. Es de La Punta, y cada fin de semana viaja hasta la capital puntana para hacer lo que más le gusta.
Ella comenzó su actividad tras la crisis económica del 2002. Aquellos difíciles años generaron la necesidad de buscar más alternativas de ingresos, y lo consiguió.
Tal vez no cambió su situación, pero pudo subsistir. Actualmente sigue trabajando porque para ella es “una terapia” y además con las ganancias que obtiene puede agasajar a sus nietos.
“Lo que me voy a llevar por siempre son los amigos, los momentos compartidos”, aseguró con un nudo en la garganta que se replicó en lo más recóndito de su corazón.
Por otra parte, Antonio tiene un particular puesto que se ubica en las inmediaciones de la ex-estación de trenes.
Ofrece innumerables artículos entre repuestos de grifería, caños, celulares, anteojos de sol, juguetes, teléfonos antiguos, bandejas de aluminio, cables y chatarra.
Con las ventas logró subsistir la crisis previniendo el bienestar de sus hijos. Si bien ahora trabaja en la construcción y en el plan de inclusión social; la feria del trueque sigue siendo un ingreso para Antonio.
Además aseguró que “no solo le sirve para vender, sino para obtener nuevos trabajos en la construcción”. Ante las ventas y las conversaciones suele encontrar personas que con el tiempo solicitan sus servicios.
Los conflictos con la política
El trueque ha tenido en los últimos años, algunos problemas con la política. Las gestiones han querido cambiarlos de ubicación y eso no es algo que los contente. Para los feriantes el trueque es y será en la Avenida Lafinur.
“Aquí vienen todos a prometernos baños, puestos bien armados, nos hacen asados, se sacan la foto que usan para las campañas y después desaparecen”, manifestaron los vendedores.
“Cuando querés ver son todos tus amigos, te encuentran y te dicen ‘¿cómo estás amiga?’, después cuando ocupan sus cargos, te niegan un encuentro personal”, aseveró “la Gringa”.
En la actualidad, el municipio planifica obras que se dieron en el marco de “La Puesta en Valor de Avenida Lafinur”, proyecto que prevé la construcción de un boulevar central, el solado de veredas, la construcción de una plazoleta para el esparcimiento y un sitio específico para los feriantes que darán a llamar “Paseo del Trueque”.
Al respecto los feriantes manifestaron:
“Yo creo que como idea está bien, ahora que se logre es otra cosa, todos prometen y ninguno cumple”.
“Hay que solucionar la higiene. Los hombres vamos al baño en los terrenos traseros, pero las mujeres no tienen condiciones dignas”.
“Nos preocupa la seguridad, es algo que pedimos desde hace tiempo”.
“Te prometen oro pero cuando están arriba no te escuchan”.
“Antes la gente los votaba por un choripán, ahora lo hacen por un lugar en la feria”.
Ilegalidad legalizada
En el trueque no todo es producto de la necesidad, ya que también abunda la delincuencia. Celulares, computadoras, artículos de dudosa procedencia se comercializan en la zona.
Los mismos feriantes lo reconocen y aseguran que saben a ciencia cierta cuando los vendedores son estafadores.
Asimismo nada pueden hacer al respecto. Cada jornada de trabajo es atravesada por la ilegalidad. Basta con recorrer unas horas el sitio y se dejan entrever las aristas que conforman la transgresión.
Lo ilegal no sólo proviene de algunos vendedores, sino también de mecheras o adultos que usan a sus hijos como estrategia de robo.
"Días atrás un hombre empezó a gritarle a un vendedor ‘¿Qué tocas a mi hijo?’ acusándolo de pedófilo, y como represalia le llevó gran parte de la mercadería", detalló uno de los vendedores para explicar la situación de inseguridad que se vive.
La persistencia del trueque
Los feriantes han posicionado su trabajo como una forma de vida, una cultura. Muchos aseguran que aunque tuvieran la dicha de conseguir actividades que sean más redituables a su economía, seguirían participando del trueque.
“Cuando me muera, voy a estar con un pie en el cajón, y otro en la feria”, aseguró Hugo al respecto.
Mientras el sol esconde uno a uno sus rayos para dar nacimiento a la noche, los puestos van guardando sus mercaderías y en ellos sus esperanzas. Las estrellas mientras aparecen, observan como ojos atónitos el despliegue de los feriantes que marchan a sus hogares.
Luego de la jornada laboral, la zona es custodiada por los secretos de la noche, por las figuras y espectros que acontecen mientras la ciudad duerme, pero las palabras, los gestos, las necesidades, los provechos, las estampas de los feriantes siguen recorriendo los rincones, como guardando los lugares para el próximo fin de semana.
Con el tiempo quizá cambien las estructuras y hasta probablemente ya no exista, pero resonarán eternamente los estigmas de una sociedad que bajo el camuflaje de feria esconde las necesidades de cientos de personas.
Mientras la gente se retira, observan con la vida misma cada rincón del trueque y denuncian la bifurcación de la avenida, que separa de un lado los ricos y del otro los pobres.
Y esa denuncia resuena con la seguridad de que hay algo que no divide, que no separa y que no quebranta: “La subcultura de El Trueque”.