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Uruguay 1930: la final rioplatense que Gardel no quiso ver

Por Héctor Suárez especial para El Chorrillero.

Futbolistas uruguayos y público en la clásica vuelta olímpica.
Actualizada: 06/03/2018 10:29
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El título mundial fue el comienzo del declive futbolístico de la generación histórica de los uruguayos. Habían ganado los Juegos Olímpicos del 1924 y 1930. Un partido de fútbol desencadenó una guerra entre las asociaciones y la ruptura de las relaciones entre ambos países.

Uruguay y Argentina frente a frente. Rivalidad afuera y en la cancha. En el rectángulo de juego la historia dice que entre 1916 y 1929 en campeonatos sudamericanos y la final olímpica de 1928, las dos selecciones se habían enfrentado doce veces, con un saldo de seis victorias charrúas, tres argentinas y tres empates.

Ceremonia de apertura.

Afuera, el clima de la previa fue tenso. Se decía que los argentinos llevarían una segunda camiseta debajo de la albiceleste con la inscripción Argentina Campeón Mundial. Al finalizar el partido, versión nunca confirmada, los jugadores se quitarían los colores nacionales y mostrarían al público la seguridad que tenían en el triunfo.

La prensa respaldó las acusaciones mutuas y alimentó la hoguera que ardió en los días previos. Los uruguayos imputaban a los porteños, fanfarronería, orgullo desmedido y falta de valentía y estos los llamaban "matones".

La final

El 30 de julio decenas de miles de espectadores abarrotaron los amplios graderíos del flamante estadio Centenario. Entre ellos se incluían quince mil argentinos de los treinta mil que desembarcaron en Montevideo, tras cruzar el Río de la Plata en todo tipo de embarcaciones. Algunas tuvieron que detenerse en plena noche por la niebla y cuando llegaron a los muelles el partido ya había terminado. La mayoría de los espectadores argentinos llegaron al estadio afónicos, angustiados, abrumados por los gritos y la travesía nocturna en barco. Todos fueron cacheados por los aduaneros y policías que cumplían una orden: "ni un solo revolver argentino debe entrar en Uruguay".

En la noche previa a la final, Argentina solicitó embarcaciones al Gobierno uruguayo. Solo puso diez a su disposición. Número insuficiente. El Gobierno argentino aportó para solucionar el interés de los compatriotas que querían animar a su selección.

Esta situación obligó al árbitro de la final el belga Jhon Langenus, que también ejercía como periodista en el semanario alemán Kicker a exigir precauciones excepcionales a la Policía justificadas por el nerviosismo de la masa que tomó por asalto el estadio. Otro punto de conflicto fue la elección del balón. Cada equipo quería jugar la final con su propia pelota. Uruguay argumentó que el partido se jugaba en su terreno. Langenus ingresó al campo de juego con las dos pelotas, un bajo cada brazo. El sorteo con una moneda al aire, determinó que el primer tiempo se jugaría con pelota argentina y la segunda etapa con la uruguaya.

Argentina ingresa al campo de juego para disputar la final.

El árbitro belga, respaldado por una delegación de dirigentes europeos, pidió además garantías para su seguridad personal. Cerca del mediodía accedieron a su pedido y al finalizar el partido, lo escoltaron hasta el puerto para embarcar en el transatlántico Duilio de regreso a Europa.

El campeón fue Uruguay que ganó por cuatro a dos, tras ir perdiendo dos a uno en la primera etapa. Hubo acusaciones argentinas alimentadas por la fantasía popular y la Policía disparó contra una manifestación que intentó asaltar la embajada uruguaya en Buenos Aires. Estos incidentes provocaron la ruptura de las relaciones entre las federaciones futbolísticas de ambos países y estuvieron cerca de romper también las diplomáticas.

Los uruguayos festejan el triunfo frente a Argentina por 4-2 en la final.

Carlos Gardel, idolatrado en los dos países tanto como los futbolistas, fue invitado a presenciar la final. Prefirió visitar a los dos equipos en sus concentraciones y no presenciar posibles incidentes entre dos pueblos que tanto quería.

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