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Muriel Santa Ana contó cómo fue su aborto en un departamento de la Recoleta: "El quirófano era la cocina"

La actriz contó su experiencia con 23 años, durante su alegato a favor de la despenalización del aborto, en el plenario de comisiones de la Cámara de Diputados.

17/04/2018 sociedad. debate sobre la ley del aborto legal y gratuito en el congreso. (foto lucía Merle) muriel santana
Actualizada: 17/04/2018 20:32
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El debate por el proyecto de ley de despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo tuvo este martes a Muriel Santa Ana (47) como oradora ante el plenario de cuatro comisiones de la Cámara de Diputados, y contó con escalofriantes detalles cómo fue su aborto a los 23 años.

A principios de enero, la actriz había salido al cruce de una declaración de Facundo Arana (46) respecto de la alegría que le producía el embarazo de su expareja, Isabel Macedo, con Juan Manuel Urtubey: "Yo estoy muy feliz por ella. Estoy feliz cuando una mujer se hace madre porque ahí es cuando realmente se realiza. Por supuesto que si no tenés hijos después te realizás con tus sobrinos y los hijos de tus amigos", dijo el actor en su momento.

Sin medias tintas, Santa Ana fustigó al galán por Twitter: "Le pregunto a @Facundo_Arana qué piensa de las mujeres que no tienen útero. ¿Qué son para él? ¿Seres humanos imposibilitados de realizarse? ¿En el amor? Y no somos sagradas, las vacas en India lo son, acá somos iguales a ustedes. Yo, sin ir más lejos, aborté a los 24 años estando en pareja porque no quería ser madre. A los 40 no me quise casar con mi exnovio y le dije que no iba a tener hijos".

Con ese telón de fondo, Muriel Santa Ana se paró delante de un grupo de diputados para hacer un fuerte alegato a favor de la despenalización del aborto, basada en su experiencia íntima.

El discurso completo:

Una semana antes del 4 de abril de 1992 fui al consultorio privado de un médico, conocido en ese momento por ser el jefe de obstetricia de un importantísimo hospital público. Separados por el escritorio hicimos los intercambios. Él me dio las recomendaciones y yo le di la plata. Una semana más tarde fui con mi mamá y mi hermana al departamento de avenida Santa Fe y Azcuénaga que ese mismo médico usaba para las intervenciones. Era interno, totalmente oscuro, nos sentamos a esperar en el living en un sillón de tres cuerpos mi madre, mi hermana y yo. De la única puerta que está a la vista salió a los 20 minutos una chica de unos 15 años acompañada por su mamá. Al momento, una mujer de ambo color verde se asomó y dijo mi nombre. Me despedí de mi mamá y de mi hermana.

He tenido muchas despedidas en mi vida. Esta no fue la peor y sólo la recuerdo ahora mismo porque la experiencia volvió a mi emoción y a mi carne. Me prepararon en una habitación, más parecida a un pasillo, que al mismo tiempo contenía otra puerta que, luego supe, comunicaba con el quirófano. El quirófano era la cocina. Amplísima, típica de esos edificios de categoría de Recoleta construidos en los 50. Lo único que había en el espacio era una camilla ginecológica. El médico era muy amoroso, y me dijo “esto va a ser muy rápido, quedate tranquila". Después, me dormí. Aparecí tendida en otra camilla en el mismo pasillo estrecho del inicio, con mi mamá y mi hermana, cada una sosteniéndome una mano. El médico se acercó, me dio un beso y me dijo "ya pasó".

Yo quedé embarazada a los 23 años. Usaba un diafragma como método anticonceptivo, y todas mis amigas también. Si aún hoy es conflictivo que los hombres usen preservativo, aduciendo pérdida de placer y manipulando así la voluntad de las mujeres, imaginen que hace 20 años el abuso era mucho peor. Nosotras nos poníamos el diafragma y ellos se tranquilizaban, nosotras, también.

Yo tenía una mamá, un papá, una hermana, un trabajo, mis estudios, mis libros, mis amigos y conseguí la plata. No tuve que recurrir a una sonda, una aguja de tejer ni a un sucucho sórdido sin asepsia. Yo no deseaba ser madre forzadamente. No deseaba inscribir mi cuerpo en el orden simbólico de la maternidad por imposición. Pasaron muchos años, conocí gente nueva, ideas nuevas y he cambiado. Pero lo que se mantiene intacto en mí, y quién sabe de dónde me viene, es que desde que tengo la mayoría de edad no admito que nadie se arrogue el derecho de legislar sobre mi deseo. Mías son mis decisiones, míos son mis deseos. Pero mi cuerpo, está visto, es un objeto político, sometido a tensiones ajenas a mí. El capitalismo, me pregunto: ¿qué mujer construye? Las mujeres no somos un frasco para que otros observen cómo germina en nosotros la continuidad de un sistema de crimen y exclusión.

Muchas religiones promocionan una vida después de la muerte, también parecen tener muy en claro qué vida existe antes de la vida. Yo me pregunto en cambio: ¿qué vida hay durante la vida? ¿Qué mundo reproducimos con nuestros actos? ¿Un mundo de igualdad, igualdad como punto de partida o como una promesa a plazo fijo? ¿Qué le damos al mundo?

Acá, señoras y señores, por lo que he visto, no se trata de debatir, de discurrir sobre los límites de la vida y de la muerte, porque si no tengo una pregunta para hacerles, sobre todo a aquéllos que todavía no han tomado posición. ¿Qué significa para ustedes una mujer muerta? Acá se trata de aborto clandestino o aborto legal. El aborto existe, existió y existirá, legislen ustedes lo que legislen. Y sepan que si este proyecto fuera tristemente rechazado, llevarán de por vida sobre sus espaldas a las muertas que de aquí en más produzca la industria del aborto clandestino.

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