Barrio Jardín San Luis: cuna de las melodías cuyanas de los Arancibia
A lo largo de las 28 cuadras que lo conforman, se respira tranquilidad y se observa orden, dos características que convierten al barrio en una de las zonas típicas de la ciudad.
El colorido y la idiosincrasia de barrio, donde los niños crecen forjando amistades que perduran el tiempo, hacen del Jardín San Luis un lugar especial que se entremezcla con los bulevares y las amplias calles.
Fue inaugurado en 1976 y se entregó a sus propietarios en dos partes, pero ese hecho no significó ninguna división ya que la identidad está marcada en cada vereda. Es uno de los primeros barrios que permitió expandir la ciudad hacia el norte.
Como si fuese la herencia de aquellos años, la tranquilidad de los antiguos terrenos y chacras se trasladó al día a día de los vecinos que transitan las plazas, comercios, la parroquia San Charbel, una escuela y una oficina municipal.
La vida cotidiana pasa entre la avenida Sucre y las calles Juan Saá, María Mitchell de Ramírez y Leandro N. Alem.
Al transitar por Sucre, costeando el barrio, se llega al monumento de Ricardo Arancibia Rodríguez, un célebre poeta y músico puntano; autor de “Viva San Luis” y de tantas letras que conforman el acervo del cancionero de San Luis. Incluso una calle lleva su nombre.
De “Viva San Luis” a “Tordo Viejo”, las letras inmortalizadas del barrio
El apellido Arancibia Rodríguez es el más famoso del lugar. Gran parte de la familia vivió en la zona, y actualmente siguen “los hijos de los hijos”, haciendo de la historia de los músicos una característica trascendental de la cultura del Jardín San Luis.
El equipo de El Chorrillero y la Gente mantuvo un diálogo con Ricardo Arancibia, hijo de Ricardo “Cascarudo” Domínguez Arancibia y sobrino segundo de Rafael “El Chocho” Arancibia Laborda.
En la intimidad de su hogar, en un contexto casi de museo recordó las anécdotas de su agraciado árbol genealógico.
“Mi viejo es ‘El Cascarudo’. El Chocho era tío de mi papá. Lo del monolito y la calle lo decidieron poner porque vivieron acá en el barrio; primero se instaló mi tío y después mi padre”, explicó.
Contó que la idea del homenaje a su tío con la instalación del monolito y la adjudicación de su nombre a una de las calles principales del barrio, se concretó por intermedio de una comisión.
Fue un acto “muy emotivo” en el que hubo tropillas de caballos que acompañaron.
La celebración que prepararon en su honor no culminó allí, sino que coronaron el día con un gesto particular. La familia del músico multifacético guardaba consigo sus cenizas y decidieron esparcirlas en El Volcán, donde el bohemio quería descansar eternamente.
Fue así que cerraron el encuentro cumpliendo con la voluntad de Arancibia. “A nosotros nos encanta hacer esas cosas”, enunció.
“Todos eran cantores, poetas, músicos cuyanos, escritores; es algo impresionante. Las letras que todos los Arancibia tienen son significativas: de Ricardo Arancibia Rodríguez está ‘Sauces del Chorrillero’, ‘La Flor de Alelí’, ‘Viva San Luis’; de El Chocho la musicalización de ‘Digo la Mazamorra’, ‘Campanita de Santo Domingo’; y de Jorge ‘El Flecha’ Arancibia Laborda está ‘De Mis Pagos’ y la musicalización de ‘A Las Sierras de San Luis’”, detalló mientras leía un folleto que guarda “como un tesoro familiar”.
El heredero Arancibia destacó que vivir en la casa de su padre, en el barrio que guarda la inspiración que forjó las letras de sus ancestros, le genera “alegría”, y resaltó que los vecinos son “gente grande y muy buena”.
“Es un sitio muy particular, todo el mundo se conoce, todos mis amigos salieron de aquí. Por supuesto jugábamos a la pelota, era extraordinario. Al día de hoy conservo mis amistades”, resaltó.
“De este barrio, de esta casa salieron muchos temas. Yo no sigo el legado de la música, como decía mi viejo alguien tiene que laburar”, recordó en medio de las risas.
Y destacó que “el que tiene que seguir” es su hijo: “Debe cuidar el apellido, se ha dado el hecho de que los hijos siguen la tradición”.
Antes de terminar el recuerdo de la historia familiar quiso reflejar una anécdota de su padre para exponer el colorido vecinal: “Cuando todas las casas eran iguales, recién entregadas, mi viejo venía de una madrugada y paró en lo de una vecina. Ahí le preguntó si no sabía dónde vivía el señor Arancibia; la mujer le contestó: ¡Pero si es usted! Entonces mi papá le dijo: ‘Yo le consulté dónde vive, no quien es”.
El folclore del “Jardín”
La característica tonada cuyana está presente no solo en la herencia Arancibia sino en otros vecinos, como es el caso de Lorenzo Arrieta, un guitarrista que llegó con la primera entrega del barrio.
“Cuando llegamos todo era campo. Acá al frente eran potreros, lo único que había eran unos chañarales, un canal de tierra que después revistieron. A los años lotearon y empezaron a hacer las casas”, recordó mientras hablaba con este medio en la puerta de su casa.
A medida que los años fueron pasando, los alrededores se comenzaron a poblar con la distribución de las viviendas de los barrios 208, Faecap, Cerros Azules y Gastronómico.
Casi toda su vida transitó en “El Jardín”, como él le dice. Sus hijos “nacieron y se criaron” ahí, y destacó como principal atributo la relación que tiene con sus vecinos.
“Somos personas que estamos acá hace más de 40 años, todos nos vimos crecer, no hay problemas con nadie, nos respetamos”, resaltó Arrieta.
La incursión y el estilo tradicional de la música folclórica se refleja en la pasión que tiene por su guitarra. La frase que utilizó para graficarlo fue: “Voy a dejar de tocar recién cuando me muera”.
Las canciones y discos de su autoría cuentan historias y describen localidades de San Luis. Con el pasar de los años conformó diferentes grupos y en la actualidad canta con su hijo, con la exclusiva premisa de “heredar la música”.
La vida comercial y social
La faceta de los comercios familiares también es una realidad con la que se topa todo aquel que camina las veredas limpias.
Uno de los más conocidos y que más tiempo tiene en el ámbito, es “Jardín” una mercería polirubro que tiene abiertas sus puertas desde 1983.
Toribio Reta y Celia Cardinale llevan casados hace casi 40 años y viven en la zona desde sus comienzos, con la segunda entrega. En la despensa donde tienen desde una agencia de quiniela hasta una papelería, atienden a todos los vecinos del barrio y de otros lugares de la ciudad.
“Por ahí van pasando ‘chicos’ de 30 o 40 años, me saludan y quedo un poco desorientado. Sucede que eran clientes habituales míos y pasaron muchos años, no los ubico bien”, comentó Reta con simpatía.
Uno de los recuerdos de la zona y de los primeros pasos que dieron como comunidad es que, cuando decía dónde vivía, entre bromas sus amigos le insinuaban: “Miércoles que vivís lejos. ¡En la Villa de la Quebrada!”.
Esta anécdota, teniendo en cuenta aquellos tiempos, era acertada ya que el barrio fue uno de los primeros que se construyeron en la zona norte, cerca de la Ruta Nacional 147.
En el vecindario hay varios sitios de influencia. Ejemplo de ello es una cuadra en particular donde conviven un colegio y una parroquia.
La Escuela Nº 7 “Constancio C. Vigil” es elegida por muchos padres ya que brinda desde jardín de infantes hasta el nivel secundario.
Con una estructura particular, la capilla San Chárbel es uno de las íconos debido a que, al igual que el resto de las viviendas tuvo su piedra fundacional en 1977.
Ya en 1991 se inició la construcción de la casa y salón parroquial, y para 1993 se entronizó la imagen de la Virgen María del Rosario de San Nicolás.
Con el mismo nombre de la imagen se encuentra “la plaza vieja”, construcción que llegó con el nacimiento de la barriada.
En ella hay una torre con un tanque que supo proveer de agua al sector. Actualmente la manzana se utiliza para “salir a caminar”.
Juan, el primer vecino
En el recorrido por la zona este medio encontró a Juan, un hombre que se atribuye ser el “primer vecino” en habitar el barrio.
Según explicó, se debe a que su familia se mudó inmediatamente tras la entrega.
“Soy el primer habitante, la casa la vinimos a ocupar en el 76’. En aquellos años vinimos con algunas preocupaciones por la falta de comunicación, pero siempre fue un sitio tranquilo”, manifestó.
De acuerdo a sus recuerdos, las viviendas fueron construidas por una empresa con sede en Mendoza. “De a poco” se fue poblando y sus vecinos comenzaron a integrar una variada gama de profesiones, aunque en la manzana donde habita Juan “hay 8 policías retirados”, quienes además tienen hijos en la fuerza.
“Acá se jugaba a la pelota en plena calle, hasta que llegó el pavimento cerca de los 90’. Los tiempos no eran favorables para formar una comisión, pero algunos tenían iniciativas y ayudaron a mantener el asfalto e incluso organizaron algunos carnavales”, apuntó.
Por otro lado explicó que uno de los detalles más relevantes es que en los primeros tiempos de existencia del lugar, el agua se proveía por intermedio de una torre que se ubica en “la plaza vieja”.
“Nunca nos faltó el agua, sí sucedía que por la pendiente llegaba a otros barrios hacia el oeste y nos generaba algunos problemas. Ya con la instalación de los nuevos barrios llegó la red de agua”, añadió.
Lo moderno al aire libre
Una de las más recientes construcciones que “impactaron” y le trajo modernidad al Jardín San Luis es la Plaza Mauricio López, inaugurada por la gestión de Enrique Ponce el 29 de septiembre de 2017. Es un paseo público modelo.
El espacio dispone de una instalación que contiene un bar, una cancha sintética de hockey (que también se comparte con fútbol), un espacio con aparatos para gimnasia, juegos infantiles, espacios verdes y oficinas donde funciona el Centro de Integración Comunitario.
El día que el equipo de El Chorrillero visitó la plaza se encontró con un contexto “familiar”, donde abuelos y padres disfrutaban de mates mientras los pequeños corrían, jugaban a la pelota o andaban en patines y bicicletas. Otros se entrenaban al aire libre.
“Estamos muy contentos porque no teníamos cancha sintética y ahora podemos practicar en una, gratuitamente. Tenemos categorías formativas a partir de los 5 años, jóvenes, adultos e incluso ´las mamis´”, informó la instructora de hockey Analía Díaz, quien integra el club Unión.
“Vengo todas las tardes a compartir con mis hijos, esto era un predio vacío y ahora está esta plaza tranquila. Lo que más me gusta de esto es la libertad con la que juegan los niños”, agregó Sebastián, un vecino que disfrutaba de la tarde con su beba en brazos.
La seguridad vial, un problema de los vecinos
Pese a la tranquilad y el ambiente familiar, una constante es “el problema del tránsito”.
Las altas velocidades con la que manejan algunos conductores pusieron en alerta a los habitantes, al punto de elevar dos notas a la intendencia para solicitar reductores de velocidad.
“Es un barrio con mucha gente grande (…) hay una escuela cerca”, señaló Sergio Morris, un vecino que hace 17 años vive ahí, y pidió “prudencia” a los que manejan.
Morris resaltó que las principales calles que se ven afectadas por la problemática son Monseñor Cafferata y Profesor Berrondo. Según dijo, es realmente una “necesidad” ya que en varios pasajes las calles se trasforman en “autopistas”.
Otros vecinos coincidieron con la circunstancia y lo atribuyen a “que las calles son anchas y el pavimento está en condiciones”.
“No sólo las motos son peligrosas, los autos también”, advirtieron.
Jardín San Luis “sigue siendo” ese barrio tranquilo del ´76 y según sus vecinos hay algunos códigos que se conservan intactos.
“Vivo solo y ante cualquier urgencia le golpeo la pared a la vecina, o por ahí para cargarnos futbolísticamente usamos la misma técnica, ante un gol golpeamos la pared”, aseguró Miguel Albornoz, un vecino que vino desde Mendoza en 1983.
El “orgullo” y el sentido de pertenencia de un barrio con “buena gente” dejó en los bulevares la esperanza de que “se conserven eternamente algunas costumbres”, y que a pesar del paso del tiempo murmuren en el viento los poemas de los Arancibia, las cuerdas de don Arrieta, y disfruten la paz del “Jardín” en el extremo norte.
Informe: Julián Pampillón y Nicolás Gatica Ceballos; Producción: Catalina Ysaguirre; Video: Víctor Albornoz; Edición: Nicolás Miano; Fotografía: Marcos Verdullo