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Barbosa: el arquero maldito

Por Héctor Suárez especial para www.elchorrillero.com

Barbosa vuela pero la pelota ingresa en el arco y el remate de Schaffino empata el partido frente a Brasil. Comenzaba el calvario para Barbosa...
Actualizada: 08/06/2018 12:34
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El dolor futbolístico más grande que sufrió Brasil en su historia fue la derrota de su selección en 1950 ante Uruguay en Río de Janeiro. Ese día, 16 de julio de 1950, varios de los jugadores que obtuvieron la copa Jules Rimet en 1970, juraron, siendo niños, tomar venganza.

Antes del Mundial 2014 Luis Felipe Scolari, prohibió hablar del Maracanazo dentro de la concentración del equipo.

El Maracanazo, el dolor, el suicidio y la persecución hasta la muerte de un arquero cuyo pecado fue recibir el gol de la derrota de Brasil ante Uruguay el 16 de julio de 1950.

Fue el "culpable" de la derrota del Brasil en el Mundial 1950. Ese rótulo lo acompañó hasta su muerte en año 2000.

Las pancartas de la celebración ya estaban listas para colgarse por todo Río de Janeiro.

Los diarios con la noticia de que Brasil había ganado la Copa del Mundo se habían impreso desde la mañana de aquel domingo, 16 de julio de 1950. Debajo de la camiseta blanca de la selección, los jugadores llevaban otra con letreros alusivos al título.

Había fiestas preparadas por toda la ciudad, y más fiestas en São Paulo, en Belo Horizonte, en Manaos y Campinhas y Porto Alegre y Salvador de Bahía. Incluso había fiestas y borracheras en el estadio Maracaná, donde en la tarde Brasil ganaría, por fin, la copa Jules Rimet.

Pero el partido de la celebración fue el partido de la tragedia, el partido que nunca más se olvidará y que marcó por años y años a jugadores, hinchas, periodistas.

Uno de ellos, un fanático obsesivo, un apasionado sin nombre, sintió que la derrota de Brasil era su derrota, y su derrota fue tristeza, y su tristeza fue rabia, la rabia de una ilusión acuchillada. Su rabia fue odio, y su odio lo llevó a perseguir durante 50 años a un hombre, un simple arquero de fútbol al que le anotaron los goles que no podían anotarle, hasta verlo morir.

Barbosa, había sido el responsable de la derrota pues los dos tantos uruguayos, de Schiafino y Gigghia, eran evitables. Sobre todo el de Gigghia, un disparo cruzado, al palo que él debía cuidar, un disparo lento, manso.

“Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás.

Cuando me di cuenta que la pelota estaba dentro del arco, un frío recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí”, recordaría Barbosa, ya como villano de la película. Alguien tenía que cargar con el rótulo.

Gighia festeja. Bayer se toma la cabeza y Barbosa mira el desenlace desde el piso. El pueblo de Brasil lo ubicó para siempre en ese lugar.

Pasaron las semanas y los meses, y un esmirriado fanático continuaba esperándolo a la salida de su casa para repetirle, cada vez con mayor sorna, el gesto y la agresión. El resentimiento del fanático no se aplacó jamás.

La suya era la venganza de todo Brasil contra un hombre negro al que culparon de una tragedia que provocó suicidios, intentos de asesinato, depresiones eternas y culpas.

Alguna vez, 40 años después de aquel partido, Barbosa dijo que a un criminal le daban como máxima pena 30 años y a él, por un supuesto error, lo habían condenado toda su vida a la ignominia.

Se refería a los cientos de miles de hinchas que sin escupirle le escupían, a una señora que en un mercado lo señaló para que su hijo de cinco años supiera que él había sido el hombre que hizo llorar a todo un país, a los viejos que llenaron el Maracaná aquella tarde, a las mujeres que lo humillaron, a los periodistas que lo criticaron y a los políticos que lo olvidaron.

Durante sus últimos años trabajó como cuidador del césped del Maracaná. Alguien reveló que se llevó a su casa los arcos que habían instalado antes del Mundial del 50. Habrá recordado, maldecido, llorado, insultado…

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