“En San Luis opera una dinastía con un poder casi absoluto que se cree la dueña de la provincia”
Así lo sostuvo Eduardo Mones Ruiz en un documento. En el análisis puntualiza que “el pueblo en el pasado inmediato exteriorizó claros signos de cansancio”. Quedó reflejado en las últimas PASO que ganó el actual senador Nacional, Claudio Poggi.
Eduardo Mones Ruiz, ex intendente de Villa Mercedes y ex diputado provincial por la oposición, formuló a finales de agosto un documento en el que aborda el escenario político e institucional de San Luis.
“San Luis y una elección definitiva: 2019”, es el título del trabajo que está fechado el 25 de agosto, justamente el Día de la Fundación de San Luis.
A instancias de El Chorrillero, Mones Ruiz accedió este fin de semana a compartir sus reflexiones que desarrolla en un profundo estudio de la realidad provincial.
A continuación se comparte el texto completo:
SAN LUIS Y UNA ELECCIÓN DEFINITIVA: 2019
PRIMERA PARTE
I.- CARACTERIZACIÓN de la DINASTÍA
El día 24 de marzo de este año -2018- se cumplieron 42 años del cruento golpe de estado de 1976, que subsistió 7 años, 8 meses y 15 días (la dictadura más perversa, despiadada y sangrienta de la historia). Toda una vida, en términos de la duración de un ser humano.
En la provincia de San Luís estamos recorriendo el año número 35 en que se enseñorea la misma dinastía (todo el período democrático -casi tres generaciones-). Una pregunta surge espontánea ante esta situación: ¿Es esto posible en un país como Argentina, teniendo en cuenta todo lo que ha atravesado?: -Evidentemente, la respuesta es un ¡NO!, rotundo y categórico. Sin embargo, la realidad ha demostrado, claramente, que no solamente fue posible sino que también se obtuvo con una facilidad inusitada.
¿Por qué ocurrió así? ¿Cuáles son las razones o causas a que obedece tal situación?: -Esta demanda, no es sencilla de responder. Pero, es menester intentarlo: 1º) Tal vez, una de sus causas -que bien puede inscribirse en primer lugar- sea la poca población que tiene San Luís. Efectivamente, 450.000 habitantes -de los cuales votan menos de 300.000- es un número reducido que, con alguna habilidad, se puede manejar en forma comparativamente probable desde el gobierno, siempre que se posean los recursos suficientes para hacerlo. 2º) En segundo lugar, sería menester que se concentraran en manos de éste (en su manejo) los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), la mayor parte de las Intendencias Municipales (si son todas, mejor) y el manejo discrecional y arbitrario del presupuesto, sin condicionamientos ni controles. Y 3º) Una última debería concurrir: el completo disciplinamiento unilateral de la Policía provincial (como Institución) en la concreción y defensa de sus intereses. Puede haber más, pero estas tres razones o causas revisten la calidad de forzosas. No es poca cosa. Son elementos difíciles de integrar. Pero, de lograrse un gobierno de estas características (que reúna a los tres) -imposible de producirse sin una tolerancia culposa o una complicidad inadmisible de los responsables colectivos-, se estaría hablando de un poder casi absoluto. Y un poder, de esta capacidad dominante, adquiere un acatamiento y un temor que pueden más que cualquier otra lealtad (sea institucional, partidaria o personal).
Entonces, lo primero que hay que tener en cuenta es que en la provincia de San Luís opera una dinastía hegemónica, con un poder casi absoluto, que se maneja displicentemente y, al mismo tiempo, controla casi todos los resortes del estado provincial, para imponer su voluntad y sus designios. Cree y siente que es dueña integral de San Luís. Por lo tanto, como la provincia es de ella, puede hacer todo lo que se proponga sin límites de ninguna naturaleza (por ejemplo: el “continuismo” de 35 años en el poder). Dentro de esta concepción, el Pueblo de la provincia es un mero elemento complementario; natural, obligatorio, pero secundario. Sirve para asentir, para aprobar -sin resistir- todo lo que le plantee o se le ocurra a aquella. Y, con un agravante: lo hace en forma permanente. Aparte de trabajar, pagar los impuestos, pasar penurias y, en el mejor de los casos, colaborar voluntariamente -por diversas motivaciones- en las acciones que se lleven a cabo con tales propósitos.
Toda dinastía, para serlo, se ubica en un nivel mucho más alto que el Pueblo. Lo mira desde arriba -como “semidiosa”– y se impone necesariamente sobre él. Siempre… ¡desde luego! …con el pretexto de salvarlo de sus desatinos o despropósitos, como un centinela celoso de sus deberes o un padre atento y vigilante. Pero, el mensaje es terminante: “Acá, en San Luís, se hace lo que yo digo, como lo digo y en el momento que lo digo. ¡Y punto!”. No hay espacio para reclamos ni apelaciones de ningún tipo.
En esta identificación es menester no engañarse ni desviarse, porque de su comprensión depende el exacto conocimiento del gobierno que -desde hace 35 años- se ha apropiado de la provincia. Y de ella se desprende, como corolario inevitable, que el Pueblo es, desoladamente, “un convidado de piedra”. Lisa y llanamente, no se lo tiene en cuenta para las decisiones; sí para los deberes y obligaciones, que cada vez son más.-
II.- ANTECEDENTES del OFICIALISMO (en lo INMEDIATO)
En enero del año pasado -en otro documento similar- se preguntaba: ¿Por qué la “dinastía adolbertista” había elegido librar -como batalla decisiva- la elección de medio término?: -Y, para contestarla, se apuntaban algunas posibles causas. Así, se decía: 1º) que participaría uno de sus jefes indiscutidos (el más carismático) y, como consecuencia de esa decisión, todo el dispositivo tendría que acompañarlo de la mejor manera posible. 2º) Se sostenía, que la elección de medio mandato se supone más fácil, menos complicada y no sujeta tanto a los vaivenes de las circunstancias (siempre variables) que pudieran generar algo imprevisto o no querido. Y 3º) Finalmente, se señalaba que, de tal modo, podría procurar que quedara desbrozado el camino para alcanzar sus afanes (el “continuismo” de la dinastía).
Asimismo, se remarcaba: a) que el gobierno estaba absolutamente dispuesto a usar todo su poder de fuego, sin ningún tipo de limitación; b) que, dentro de ese marco, trataría de juntar (o mejor, rejuntar) todo lo que pudiera, sin hacerle asco a nada; c) que se sabía, de antemano, que se arrimaría y operaría a cuanto dirigente opositor circulara por la provincia (sea “libero” o del partido o fuerza política, económica y social que fuera), tratando de convencerlo -por todos los medios posibles- que se sumara a sus huestes o, al menos, de neutralizarlo; d) que se observaban enormes esfuerzos para alcanzar una situación optimista, que pudiera revertir el cansancio y la incomodidad que la ciudadanía revelaba contra la dinastía (sin reparar en gastos); e) que la proa de las medidas estaba puesta en la obra pública, copiosamente asistida por todas las demás acciones y maniobras que se ejercitarían para el mismo fin, tanto generales como específicas; y, finalmente, f) que no se podía desconocer el permanente crepitar de la intriga de los innumerables espías (informantes, sistemas de inteligencia); y los también incontables señuelos, artimañas y estratagemas introducidos, que se aplican en todas las fuerzas políticas -tanto opositoras como oficialistas- para debilitarlas y hacerlas frágiles presas de sus planes. (Todo eso no fue suficiente, no alcanzó, a pesar de los pingües arrojos que se puso en su recolección. Fue necesario modificar sobre la marcha).
Además que, desde otro enfoque, la “dinastía adolbertista” se prevalió siempre de la doctrina justicialista -que no siente ni comprende, simplemente esgrime- utilizándola de diversos modos, según los escenarios y sus conveniencias, para intentar conseguir solo sus mezquinos intereses, que nada tienen que ver con aquella.
El objetivo, a través de lo indicado y sin ningún tipo de dudas, era dejar a la oposición lo más huérfana posible. Debilitarla. Desnudarla. Despojarla de todo. Y, al mismo tiempo, resguardarse y buscar fortalecerse.
Advirtiendo, enfáticamente, que el peor error sería subestimar la capacidad operativa y ofensiva de la “dinastía adolbertista”, permanentemente comprobada a lo largo de los años. No puede desconocerse -bajo pretexto alguno- que está sumamente adelantada en la preparación y desarrollo de estrategias y tácticas, que se aplican siempre a rajatabla y nada tienen que ver con la ética (palabra desconocida en su diccionario). Acciones, todas ellas, que se manejan facultativa y arbitrariamente desde el gobierno en su exclusivo beneficio. El fin -como ha quedado dicho- es el “continuismo”, es decir mantener el gobierno en sus manos a cualquier precio. Hay que conservar el poder sin hesitaciones y aplicando, a tal cometido, todos los medios posibles e imaginables.
Y se completaba, puntualizando, que las fuerzas opositoras en esta caracterización no debían equivocarse o confundirse. En síntesis, que no había margen de error, porque habían padecido sobradas experiencias negativas que, para colmo de males, les costaron siempre muy caro.-
III.- EL PERFIL de la OPOSICIÓN
En sentido contrario, a la “dinastía adolbertista” las mismas experiencias la beneficiaron enormemente, haciéndole “el campo orégano”. Todo lo que perjudicó, invariablemente, a la oposición favoreció sólidamente al oficialismo y su pertinaz afán “continuista”. Desde este punto de vista, no fueron tan importantes las victorias como implacables las derrotas. No fue tan aguzado el ingenio del ganador como reprochable la conducta de los perdedores. Y, como el método a aquél le resultó cómodo, no hizo más que repetirlo, variando lo intrascendente y preservando lo principal.
Del mismo modo que a la dinastía gobernante le resulto ventajoso el procedimiento aplicado, la oposición -al no encontrar el rumbo apropiado- fue desgastándose inútilmente elección tras elección. Entonces, a aquella le resultó simple aprovecharse de las debilidades de ésta -que no pudo recuperar la orientación-, ya que junto con las derrotas perdió también la brújula que la guiara. La cuestión aquí, es dilucidar lo siguiente: ¿Por qué no puede recuperarse?: -Se entiende, que no puede hacerlo, porque sufrió una tempestad de entropía (de desorden, degradación y decadencia), de la que no atinó a salir. Y aún no se observan signos claros que logre, en algún momento cercano, hacerlo; a pesar que para eso -para surgir- están dados todos los requisitos y condiciones.
En consecuencia, los últimos 35 años han sido una sucesión ininterrumpida de similares circunstancias. De ver la misma película, con el mismo argumento e idénticos protagonistas. Y esto aburre. Se ha tornado, cansador, ¡insoportable! Pero, representa la historia de la oposición en la provincia de San Luís. De ahí, que el principal elemento del éxito de la “dinastía adolbertista” sea, sin titubeo, la aplicación del viejo apotegma: “divide y reinarás”, considerablemente facilitado por la enfermante entropía de la oposición.-
Conteste con esas ideas, para alcanzar una oposición a la altura de lo que las circunstancias exigen, se haría indispensable un salto cualitativo y superador; cuya única manera de originarlo sea, quizá, que la ciudadanía -y no la dirigencia- se atreva a construir una oposición segura y entusiasta, que incorpore los valores permanentes de la “ética de la solidaridad y el compromiso en acción”, formando así una nueva, humanista e innovadora camada de dirigentes. San Luís padece actualmente una gran orfandad, una inaceptable carencia dirigencial (la prueba es que, quienes pretenden asumir esa calidad, habitualmente no defienden los intereses y el bienestar del Pueblo sino sus propias y egoístas ambiciones). Los dirigentes son necesarios pero no imprescindibles. Siempre se pueden buscar y encontrar mejores. En tal sentido, todos los indicadores revelan que ha llegado la hora de superar -definitivamente- esta aciaga situación.-
IV.- PRESUPUESTOS A TENER EN CUENTA
¿Qué expresiones o manifestaciones de la realidad debería tener en cuenta la oposición?: -Esta es una cuestión esencial, cuya respuesta importaría despuntar en todo análisis de situación. Hay que considerar en ella, la integración de tres universos concurrentes, que son los siguientes:
1º) Sin ninguna duda, el mundo en su conjunto y, por ende, la Nación y la provincia se encuentran en una etapa de “transición”. La “transición” -a la que se alude- es el interregno entre un estado o situación a otro estado o situación distintos. Y es esa, justamente, la época que se está viviendo.
Al ser un proceso, tiene segmentaciones, partes o diferentes fases que van conformando un todo. Dicho acumulado de fracciones constituye un hecho complejo, de enredada interpretación, pero no la perjudica ni detiene (no conspira contra la “transición”; en todo caso la torna confusa). En los fenómenos históricos, políticos y sociales, por el contrario -aunque parezca impedirlo- impulsa su progreso (de allí la vaguedad). Las etapas anteriores van ocasionando las nuevas, que se nutren y descansan sobre aquellas, sin interferir en su rumbo. Pero, al no ser despejadas, pueden ser causa de desconcierto o evaluarse como contradictorias, haciendo pensar que no existe tal “transición”, que fue un error de apreciación o una interpretación equivocada. Nada de ello: El proceso no se detiene, sigue su marcha sin alteraciones.
Lo que no se sabe, a ciencia cierta, es qué estado o situación sobrevendrá después de completarse la “transición”. No se conoce si gestará un monstruo espantoso o alumbrará una perfecta belleza (se cree que, sin ser ideal, se acercará a lo último). Pero, aunque no se sepa que aparecerá en definitiva; y todavía lo viejo no haya terminado de morir y lo nuevo acabado de nacer, lo primero está por morir y lo último está por nacer. El proceso es conjunto: uno muere; el otro nace. Y, seguramente, no habrá argucia que pueda interrumpirlo.
2º) El Pueblo de la provincia de San Luís, en el pasado inmediato, exteriorizó -en tres oportunidades diferentes- claros signos de cansancio y molestia con la dinastía gobernante. Se podrá decir -y con alguna razón- que estas situaciones han sido dejadas de lado, ya que la “dinastía adolbertista” ganó la elección de medio término (dando vuelta las PASO). Y este es un dato inequívoco de la realidad. Pero, también es verdad, que ese caso no trastorna nada. Es una fase pequeña de la “transición” (tal cual se explica en el parágrafo precedente), que no cambia en lo más mínimo la orientación general que ella lleva (piénsese, incluso, desde el punto de vista biológico). Téngase presente, además, que el Pueblo actúo inteligentemente en la decisión que tomó: era demasiado largo el período que faltaba (dos años) para la terminación del mandato en vigencia y era lógico prever que ocurrirían muchas cosas negativas que, de esa manera, se evitaron.
Concluyentemente, nada cambió para mal. El proceso, luego de esta fracción intrascendente de tiempo, sigue su camino como si nada hubiera sucedido. Superó un obstáculo del mejor modo posible. Y, al mismo tiempo, puede aseverarse que la dinastía completará su mandato (esto, es bueno) y que la robustez -con la que relucía y se pavoneaba- se redujo notablemente (esto, es mejor aún). Se entiende -desde el mirar de este análisis- que las dos cuestiones eran necesarias para soslayar mayores sufrimientos al Pueblo de la provincia.
3º) El tiempo. Indiscutiblemente, pasa para todos. Y aunque se pretenda disimularlo del mejor talante (incluso con algunos alarmantes papelones), los conspicuos representantes de la dinastía son personas de la tercera edad (adultos mayores, para decirlo con el lenguaje actual). Están un poco anticuados, casi anacrónicos. ¡Claro! El tiempo es implacable. Y, asimismo -abonando esta impresión-, todo parece dejar ver que la transición ha venido para quedarse y finalizar su cometido. Se sigue pensando que, una vez puesta en movimiento, todo determina que es indetenible.
Lo correcto, dentro de la realidad contemplada, hubiera sido que la “dinastía adolbertista” reconociera que se encuentra en esta etapa (“la decadencia”). Tal comprensión la hubiera llevado a su aceptación y, al mismo tiempo, permitido su contribución, cooperación y participación para lograr una “transición” serena y sensata. Si así hubiera sido, el proceso sería más reflexivo, tranquilo y adecuado. Pero, a la luz de los hechos y a esta altura de las circunstancias, lamentablemente, tal posibilidad se ha tornado impracticable.-
SEGUNDA PARTE
Todo lo planteado en la primera parte de este trabajo -que fuera dicho hace más de un año y medio atrás- se ratifica en cada uno de sus conceptos y se tiene como plataforma para lo que, a continuación, se desarrolla:
I.- EL CONTEXTO
En base a ello, se derivan las primeras preguntas: ¿Por qué este análisis de situación se efectúa mucho tiempo antes que el precedente? ¿Por qué no guarda la debida correlación? -La respuesta a tales interrogantes es muy simple: Se adelanta en el tiempo porque todos los signos y síntomas que se perciben -directa o indirectamente- auguran que se anticiparán las elecciones generales en la provincia de San Luis.
¿A qué obedece que se diga, con tanta seguridad, que se vislumbra una convocatoria fuera del calendario electoral? Y, aún, más importante: ¿Por qué habría de sobrevenir tal anuncio si, eventualmente, el otro jefe de la dinastía (el más inteligente y menos carismático) pretende alzarse con la candidatura a presidente de la Nación?: -La contestación a tales requerimientos es, igualmente, muy directa: Porque la dinastía gobernante ha tomado exacto conocimiento de cómo están las cosas y cuál puede ser el curso probable de las mismas. De esa información resulta que no sería ventajoso para ella fijarlas en octubre, en forma simultánea con las elecciones nacionales, salvo que algún hecho imponderable o circunstancias impredecibles desencadenen otro contexto.-
II.- LAS ACCIONES
Al mismo tiempo, hay que procurar descifrar el contenido y la dirección de las acciones que se están desplegando en el escenario provincial.
Se tratará de ingresar, aunque sea tenuemente, en tal aspiración: Dentro del oficialismo provincial, a simple vista, se encuentran planteadas -en el tablero o mesa de arena- dos estrategias disímiles, que bien pueden calificarse de contradictorias y de carácter antagónico. Si esto fuera así, debe -en un momento dado- primar una sobre otra. Las dos no pueden desenvolverse a la vez. Si una se robustece y encumbra, se disminuye y derrumba la otra. Para penetrar en las intensiones y objetivos que llevan, es menester descubrir primero cuál es, realmente, el interés que se quiere salvar o proteger (“el interés es la medida de las acciones”). Y, verdaderamente, en este caso no es tan complicado descorrer el velo: el interés que las mueve es “el continuismo de la dinastía” en el gobierno de la provincia (esta es la verdad desnuda). Hay que mantenerlo a toda costa. No hay duda sobre esto. Tampoco hay forma de ocultarlo.
Pero, a pesar de esas estrategias opuestas, igual se proyecta promover un enroque ajedrecístico: El hermano senador vendría a la gobernación; y el hermano gobernador iría al Senado de la Nación. Para forjarlo solo se requiere ganar la elección provincial. No lo pondría en riesgo perder las nacionales. El reemplazo de uno por otro en el Senado Nacional ya está afianzado por el resultado de las elecciones de octubre del año pasado: Alberto es el suplente de Adolfo. Pero, aún así, queda otra pregunta: ¿Quién se atrevería a pronosticar que el primero -si las estrategias y tácticas aplicadas tienen éxito- no concurrirá a su reelección? (está habilitado para hacerlo). No habría que descartarlo a priori; entra dentro de las hipótesis posibles.
De lo expuesto, se desprende que está por verse cómo se desarrollan las acciones y cuáles son, en suma, sus auténticas intenciones y objetivos. No está todo dicho. Está meramente enunciado. Lo que sí queda diáfano -sin discusión- es que los dos ansían posicionarse en un buen lugar de partida, quieren llegar a la línea de largada bien ubicados. Desde esta apreciación, las estrategias antagónicas pueden ser relativamente positivas. Distingámoslas: Uno, quiere conseguir de trofeo a Cristina Kirchner y, para ello, elige de enemigo a Mauricio Macri; el otro, quiere recuperar su trono y, para conseguirlo, vitupera al “kirchnerismo” y procura negociar con Macri (dos estrategias antagónicas).
Si se incurriera en el error de no evaluarlas como incompatibles, las dos estrategias son posibles. Pero -como ha quedado dicho- no al mismo tiempo. De obrar así, se produciría un choque de planetas. Y esto sí que es absurdo pensarlo. Ambos se necesitan, de manera indefectible; y los dos lo saben cabalmente. Por ende, está fuera de discusión y de toda valoración en cualquier análisis serio. Es también un presupuesto.-
III.- EL ROL DE LA OPOSICIÓN
Ahora, viene encarar la cuestión más compleja: la oposición. Aquí se presenta, en toda su magnitud, el problema central de la provincia de San Luís. Se ha reiterado -en este menudo estudio- que soporta una entropía (un permanente desorden, una insalvable degradación y una continua decadencia). No es una dificultad menor. Es el mayor de los inconvenientes. Entonces, el primer punto que se impone resolver es: ¿Cómo salir de esta situación?: -No es fácil, pero la solución a este conflicto la da Leopoldo Marechal: “de todo laberinto (y la oposición lo está) se sale por arriba”. No se puede hacer de otra forma.
¿Qué se requiere para lograrla?: -Primariamente, se necesita comprensión. En grandes dosis. Y, para obtener ésta, hacen falta corazones justos y nobles, capaces de tener fuertes convicciones y una coherente grandeza (con las condiciones relativas, propias de los seres humanos). Comprensión del pasado. Comprensión de las actuales circunstancias. Y, básicamente, comprensión de lo que se quiere construir en el futuro: el objetivo convocante. ¿Qué tiene que decidir la oposición?: –Un dilema: Debe resolver entre preservar el sistema de gobierno de la dinastía que anhela reemplazar o, por el contrario, iniciar un ciclo democrático y republicano de superación y respeto.
Muchas veces, los jefes de la oposición o sus candidatos no pudieron esconder o disimular que ansiaban hacer lo mismo que la “dinastía adolbertista” ejecutó: un gobierno con poderes absolutos, que permaneciera en el tiempo mucho más allá de lo que las normas y el sentido común permiten y con las mismas facultades discrecionales y arbitrarias de las que siempre hizo uso y abuso. Esto no solo fue malo sino, además, altamente perjudicial. En el mejor de los casos, solo se habría generado un cambio de nombres o de familias pero no de sistema. Y el Pueblo de la provincia se dio cuenta y constantemente lo rechazó. Por este camino no se va a ningún lado. Está condenado al fracaso más estrepitoso (como ha quedado reiteradamente verificado).
Otras tantas, la oposición se presentó a la confrontación electoral ya previamente derrotada, alicaída, sin la elevada moral de combate ineludible para librar una batalla con probabilidades de triunfo. Esta conducta no atrae a nadie. Por el contrario, espanta. La revelación más acabada de ese estado de ánimo era la desesperación que ponían sus dirigentes por obtener los primeros cargos en las listas (los “premium”, el 1º y el 2º, nunca más abajo), despreciando el resto de las candidaturas. Y, de este modo, trasmitían una emoción negativa e inclinaban a gruesos sectores de la ciudadanía al escepticismo. Esta situación se ha repetido hasta el cansancio, alejando a muchísimas personas de bien que hubieran participado gustosas, pero que sintieron la debilidad que se desprendía de los dirigentes (¡¿Cómo atraer, cómo levantar la moral de combate, si la propia dirigencia estaba aplastada?!). No se puede trasmitir lo que no se siente. Es un pésimo mensaje. Lo que, aparte del desorden, la degradación y la decadencia, asegura -desafortunadamente- muy poca inteligencia.-
Y hasta acá se llega en este análisis.
Como se infiere -de lo precedentemente referido-, a este cuadro de situación le falta una TERCERA PARTE. No parece oportuno avanzar sobre ella en este momento. El escenario es muy inestable; las circunstancias, cambiantes y en cotidiana transformación. Y en esa incertidumbre o “tembladeral”, no sería conveniente adelantar más de lo que se ha hecho. Se deja sí, una promesa, que se cumplirá en tiempo y forma: se completará el análisis y se darán a conocer sus conclusiones.-
FINALMENTE: El autor de este documento, tiene el deber ético de manifestar: Que, personalmente, se incluye en todo lo expresado respecto a la oposición (lugar en el que permanece desde hace 36 años); haciéndose pasible, por ende, de todas las críticas efectuadas. Asume, también, todos los errores, defectos e insuficiencias -que se imputan a la oposición- como propios. Reconoce, asimismo -en carácter de autocrítica-, no haber podido o sabido llevar adecuadamente a cabo los compromisos que le incumbieron desempeñar y sus consiguientes obligaciones y responsabilidades. Y, por todo eso, pide -con ruego- humildes y sinceras disculpas al Pueblo de San Luis.-
-Eduardo Gastón MONES RUIZ-
VILLA MERCEDES (San Luís), 25 de agosto 2018