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Pura solidaridad; con $1200 por día un comedor de San Luis abre sus puertas y alimenta a 42 niños

Con verduras, carnes y otros productos garantiza un menú diario que acompañan un momento de necesidad. Así se vive en “Corazones solidarios”, un espacio que contiene en medio de juegos, amor y un plato de comida.

Si abre sus puertas es gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte donde el Estado está ausente. Solo eso permite que unos 42 chicos de entre 2 y 14 años se acerquen a comer en un rincón del barrio La República, ubicado en la zona oeste.

Por eso el menú siempre está condicionado a lo que hay, a lo que tienen disponible, a lo que reunieron cada día. Subsiste, como otros en la provincia, sin fondos públicos. Lo hace paralelamente a los 4 mil merenderos creados y patrocinados por el Gobierno provincial, de los cuales se desconoce el real financiamiento y gastos que implica mantenerlos.

El comedor abre sus puertas gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte.

El Chorrillero visitó el hogar para conocer desde el minuto cero cómo es el proceso para preparar un almuerzo solidario. Ese día los cocineros necesitaron $1229,68 para poner la comida en la mesa: arroz con pollo.

Ubicado en la parcela 204, casa 1 de barrio más humilde del oeste de la ciudad de San Luis, el comedor se presenta como el refugio más querido de muchos niños. También es humilde, está lleno de necesidades pero el amor es grande y por eso vive.

La fundadora es Natalia Ahumada (39 años). Ella abrió las puertas al equipo de elchorrillero.com para mostrar cómo es un día completo de solidaridad.

Cualquier jornada comienza mucho antes de que el primer chico aparezca. Ya a las 7 u 8 los de la mañana los colaboradores preparan el lugar para recibir a los comensales. Buscan las donaciones, limpian el predio y se ponen a cocinar.

Ante la falta de servicios básicos como el gas, todo se prepara con fuego.

La cocina es un pozo de unos 40 centímetros donde prenden la leña que traen del monte, que tienen de sobra y a unos pocos metros de distancia.

El comedor abre sus puertas gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte.

Una parrilla para asados hace las veces de hornalla. Allí ponen una gran olla que les regaló el Ejército Argentino. En realidad, todos los utensilios fueron donados.

Con la primera parte lista, solo resta comenzar con la preparación.

La receta: “el gran arroz con pollo”

Gustavo es el esposo de Natalia y fue el encargado de explicar el paso a paso y las cantidades que necesitaron para preparar la receta. Elchorrillero.com hizo los cálculos para saber con exactitud cuánto costaba la comida de ese día: $1229,68

–         10 kilos de alitas de pollo ($583)

–         Un kilo y medio de arroz marca Tío Carlos ($51,94)

–         5 Cebollas ($20,97)

–         3 Plantas de apio ($35)

–         3 kilos de zanahoria ($65,91)

–         3 kilos de papa ($54)

–         Un pimiento verde y medio ($20)

–         2 Choclos ($23,80)

–         4 dientes de ajo ($5)

–         2 Puré de tomates Arcor 520 gr ($47,94)

–         Una lata de lentejas Carrefour 320 gr ($25)

–         Una lata de arvejas Pagos del Sur 320 gr ($27,85)

–         Una caja de arvejas Molto 340 gr ($21,39)

–         Una botella de aceite Marolio 900 cc ($41,91)

–         3 kilos de pan ($158,91)

–         Un detergente Ala 900 cc ($47)

El comedor abre sus puertas gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte.

En ocasiones especiales, un agregado que se le pone a la mesa son las gaseosas. Tres y cuatro botellas de tres litros son suficientes para todos: Cada una cuesta $46 si la que se compra es de marca Manaos.

Incluso, también ofrecen gelatina como postre, “cuando se puede”: $18,33 cada sobre de la marca Godet.

La llegada de los niños es bastante particular ya que se enteran que el almuerzo está listo por el “timbre andante” que se hace escuchar.

Natalia usa su auto para hacer sonar la bocina mientras da un paseo por las calles del vecindario. Es la señal de que la mesa está servida.

Pasadas las 12 comienzan a llegar los primeros. En bolsas o en sus mochilas llevan un plato, el vaso y los cubiertos. Con un saludo y un abrazo ya están listos para comer.

La idea de iniciar el comedor la tuvo Natalia hace unos años atrás cuando amigos de su hija comenzaron a ir a su casa, en el Barrio San Martín, para merendar y pasar el rato.

“Un día eran cinco chicos, luego seis y cada vez eran más, así que de un momento para el otro le dije a mi esposo que iba a poner un comedor. Me puse en el lugar de ellos, porque podrían ser mis hijos. Ahí empecé a escuchar como estaban y conociendo sus situaciones”, relató la mujer.

El comedor abre sus puertas gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte.

Su esfuerzo por mantener abiertas las puertas de ese hogar tiene un valor significativo si se tiene en cuenta su historia personal. Hace algunos años le diagnosticaron trombofilia, una enfermedad que genera la coagulación de la sangre y puede provocar una trombosis.

Emocionada, contó que por el padecimiento perdió siete embarazos y cayó en una profunda depresión.

Con el tiempo, gracias a un tratamiento y el inicio de su actividad solidaria, mejoró. Dice convencida que “los niños la ayudaron a salir del pozo” en el que se encontraba.

“Es mutuo el apego. Me llena lo que hago. A veces cuando no estoy con ellos estoy pensando en qué estarán haciendo”, dijo.

Este afecto recíproco se ve en cada gesto y palabra que intercambian. Hay confesiones y diálogos ligado con la cotidianeidad. Dificultades con la escuela, la falta de comida e historias de padres golpeadores, son algunos de los problemas que siempre traen consigo.

“Tratamos de cubrirles las necesidades, escucharlos, enseñarles lo que está bien y lo que está mal. Es todo un ambiente de contención”, comentó.

Cree que gracias a eso, todos los que asisten pueden “olvidar por unos instantes lo que les pasa y ser niños otra vez”.

En un terreno de 50 metros x 40 tienen una huerta, una mini cancha de fútbol, columpios, tobogán, dos piletas de lona, una pequeña pista para que los niños corran en bicicleta y una tirolesa.

Adentro de la casa, que está construida con palos, ramas, tarimas, chapas y lonas tienen dos heladeras y un televisor en el que conectan una consola de juegos y un DVD para las “tardes de cine”.

El gran faltante son los recursos básicos. Tienen electricidad y agua mediante conexiones caseras y poco seguras. Necesitan con urgencia construir un baño.

El comedor abre sus puertas gracias a mucha gente solidaria que hace su aporte.

Con este panorama y las limitaciones a la vista, constantemente realizan campañas para que a los chicos no les falte el alimento.

Antes de que comenzaran las clases, Natalia les pidió que hicieran una lista de útiles que necesitaban para comenzar a recolectarlos; y así lo hicieron: carpetas, cuadernos, lápices y sacapuntas. Lo mínimo y lo indispensable lo fueron juntando.

“Todo es gracias a la gente, se hace a pulmón. Particulares que se acercan a ayudar. Cero política, porque los niños no entienden de eso y no van a votar. No trabajo así porque me parece injusto poner un cartel que ellos no saben”, explicó.

A cada elemento que recibe y que es entregado a algún niño le saca una foto y la sube a las redes sociales. Así quiere que todo “sea trasparente” y que las personas “vean que efectivamente llegaron a donde se supone que deben ir”.

Las donaciones se reciben en calle Mendoza al 1032 o en el mismo comedor. Para comunicarse con ella lo pueden hacer al 2664 014279 o a través de la página de Facebook “Comedor y Merendero Corazones Solidarios”.

Si bien hay cosas que son usadas diariamente, como los alimentos, hay otras que se guardan para “ocasiones especiales” como los cumpleaños y fechas tradicionales como Navidad y Reyes Magos. Cada vez que un niño cumple años, una panadería dona una torta para hacerle el festejo.

La mesa está servida

Ya a las 13 y luego de más de una hora y media de espera, la comida está lista.

En tres tablones de madera (una mesa de ping pong de por medio) apoyados en caballetes de hierros de algún pupitre desarmado, uno a uno los pibes se acomodan en bancos largos, en tachos de pintura de 20 litros vacíos o sillas.

Cuando terminaron su plato, algunos optan por irse a la casa y otros por quedarse para seguir disfrutando de la compañía.

Pero la jornada no termina ahí porque después se planifica la merienda: un “yerbiado” o un té con pan y tortitas.

Recién cuando el sol comienza a caer, el día se apaga en el comedor. Queda la satisfacción de que esos niños no se irán a dormir con hambre y la certeza de que siempre habrá solidaridad para que el motor de ese hogar nunca deje de funcionar.

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