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El delito en San Luis; confesiones de los chicos que salen a robar para drogarse

Tres adolescentes de 14 y 15 años cuentan la realidad que los envuelven cara a cara; delinquir para consumir y sobrevivir. Testimonios crudos desde el interior de los suburbios puntanos.

La realidad que viven tres adolescentes en el mundo de la delincuencia.
Actualizada: 08/07/2019 15:38
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Por Julián Pampillón y Nicolás Gatica Ceballos

¿Cómo contar la realidad del delito en San Luis? ¿Cuáles son las historias que se viven en las calles? ¿De qué manera circula impunemente lo ilegal entre los jóvenes? Para saberlo es necesario introducirse donde vive la delincuencia.

Los testimonios pertenecen a tres adolescentes, tres chicos que salen a robar todos los días. “Pibes chorros de la capital puntana”, porque así es como se asumen.

El Chorrillero pudo plasmar la brutal realidad de los barrios más marginales de la capital puntana.

El contacto directo con ellos se hizo a través de un intermediario. Con cámaras en mano los periodistas de este medio viajaron a uno de los barrios de la periferia, precisamente hasta el hogar de una familia.

Con la intención de proteger sus identidades, todos los rostros están tapados. Dos de ellos utilizaron gorras y pañuelos, mientras que el otro prefirió un pasamontañas.

Para tener una referencia decidimos llamarlos por unas siglas, que ni siquiera se acercan a sus nombres: J, R y D.

Parados contra a una pared blanca y bajo un pequeño parral se ubicaron uno al lado del otro. Con la normal timidez de cualquier adolescente respondieron las preguntas. Algunas monosilábicas y en otras con algún gesto de afirmación, un movimiento de cabeza o simplemente con una seña.

Pese a que desde un comienzo mostraron una actitud reacia frente a las cámaras, poco a poco encontraron la comodidad y fueron describiendo realidades. Desde asaltos a mano armada hasta el consumo de sustancias.

Dos de ellos viven en una casa con nueve integrantes y el otro en una de siete.

Si se tiene en cuenta que comenzaron a robar a los 8 y 12 años y que ninguno asiste a la escuela, la delincuencia y la calle parecen ser la única educación que conocen o a la que pudieron acceder.

La cultura criminal que adquirieron se observa con la soltura y la naturalidad que admiten sus acciones.

No titubean a la hora de responder que roban para conseguir el dinero que les permita “consumir” y en otras ocasiones también “comer”.

La droga elegida entre los más chicos es la marihuana. Ellos y sus amigos cuando tienen un poco de dinero en sus bolsillos no dudan, van y la compran.

A veces pueden gastar solo en una bolsita y en otras en “un 25”, que representa una medida un poco más grande.

Pero esto no es lo único. Fuera de cámaras revelaron que el consumo no se limita solo al alcohol y al “faso”, sino que va más allá: cocaína, pasta base, Poxiran (pegamento) e incluso nafta.

Para poder llegar a ella solo basta conocer algún contacto que se mueva en el mundo de delito. “Tenés que tener a alguien que te haga la onda”, contó uno.

Un claro ejemplo del gran avance del flagelo y su conexión con la delincuencia. Robar para consumir.

Del robo un método

Atacar blancos predilectos, estar siempre juntos y mantener los famosos “códigos”; es a eso a lo que se aferran cada vez que salen a “chorear”.

Si bien apuntan a “lo que venga”, los preventistas son las víctimas favoritas ya que siempre tienen “dinero encima”.

Según explicaron, pueden obtener entre $400 o $500 por día. Para graficar esta “naturalización” del robo se les preguntó cuándo fue la última vez que lo hicieron. La respuesta fue simple: ayer.

Lograron abrir un auto, ingresaron y se llevaron una compactera, parlante, dinero, celulares y ropa.

Una de sus máximas para robar es siempre hacerlo en grupo, ni siquiera con otros conocidos. De esta manera las “ganancias” nunca saldrán de este pequeño círculo.

Tienen sus propias reglas: por ejemplo “no robar a los mismos vecinos del barrio”.

“Acá lo apuñalé”

En ocasiones salen armados y en la mayoría todo termina “exitosamente” para ellos. Pero en otras no todo resulta bien. Uno contó que en una oportunidad la situación se les fue de las manos y casi mató a un joven de 16 años en un asalto.

Sucedió hace pocas semanas. Quiso robarle un celular pero el chico se defendió y él le dio una puñalada. “Acá le di”, dijo señalando al cuello.

En ese momento huyó y lo último que supo es que su víctima se encuentra “bien” y con vida. Dijo que esta fue la primera vez que tuvo que utilizar un cuchillo para agredir a alguien.

Pese a que los relatos muestran una carcasa que pretende ser inocua y sin sentimientos. El temor es parte de ello, al fin y al cabo son chicos.

Una víctima violenta o que los atrapen “la gorra” (la Policía) son las principales preocupaciones.

Son miedos que en más de una oportunidad terminaron persiguiéndolos. Todos fueron detenidos por la fuerza de seguridad, pero al ser menores quedaron en libertad en uno o dos días.

En este apartado hicieron un alto y señalaron cómo actúan los efectivos cuando los capturan “con algo encima” llámese drogas u objetos robados.

“Nos llevan a otro lado y nos hacen re cagar”, contó J.

Hay algo de lo que están seguros y es que quieren cambiar de vida. Pero en el mientras tanto, esta es la única alternativa y la realidad es seguir robando. En ese mundo están atrapados.

Video: Víctor Albornoz. Edición: Nicolás Miano. Fotografía: Marcos Verdullo.

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