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De Honduras a Argentina: la vida de un extranjero residente en San Luis

El extranjerismo, desata la percepción de un nuevo tipo de Otredad vinculada a lo ajeno, extraño y lejano; en los prejuicios, motivamos una imagen del inmigrante que rara vez se vincula al progreso. Cristóbal David Silva, es el hondureño que eligió San Luis como destino para finalizar sus estudios, y expandir su vida profesional.

La llegada de Cristóbal Silva a Argentina se dio por motivos poco tradicionales.
Actualizada: 08/09/2019 16:20
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Por Antonella Biondi

“Existe el juicio discriminatorio de decir que los inmigrantes somos chorros o vagos.  Nosotros nos enfocamos en emprendimientos, hacemos aportes importantes, no venimos a robar. Buscamos la incomodidad para ayudar y seguir en la lucha”, recalca Cristóbal mientras reflexiona sobre los efectos de la otredad y nuestra percepción frente al extranjero.

“Creo que todos los inmigrantes vivimos niveles de racismo, algunos increíbles y otros más cómicos. Que alguien se ría de tu acento, de tus palabras o tu forma de vestir diferente es algo que a veces circula dentro de la broma y otras se toma personal”.

La llegada de Cristóbal Silva a Argentina se dio por motivos poco tradicionales. Contrario a la expectativa sobre el extranjero, que sostiene el imaginario popular, no llegó a San Luis inicialmente a buscar trabajo, sino a perpetuar su trayectoria como estudiante universitario.

La llegada de Cristóbal Silva a Argentina se dio por motivos poco tradicionales.

Habiéndose egresado de la carrera de Marketing en Honduras; conoció el mundo del diseño gráfico a través de un compañero de trabajo. En complemento, la Iglesia Cristiana Ágape, que frecuentaba en su vida religiosa, le enseñó la incidencia de la creación de contenidos en el pensamiento crítico.

“A raíz del golpe de estado en mi país me enamoré mucho de mi Iglesia, que sostenía un pensamiento crítico muy fuerte; los pastores y su gente querían hacer algo por los perseguidos y muertos políticos”, explicó.

Así, Cristóbal empezó a insertarse en el diseño gráfico en el ejercicio del oficio, previo a la obtención de su título. Hacía videos, imágenes y placas de las movilizaciones que organizaban contra el gobierno de facto, y luego se maravillaba al ver la repercusión social de sus producciones.

“Veía que los videos impactaban en las personas y las incitaba a ir a la próxima marcha, ahí descubrí mi vocación por hacer algo por mi país, aunque sea mínimo, y llevar un poco más de afluencia a estas marchas a favor de la justicia social”.

Las brigadas médicas, desayunos samaritanos y la contención de perseguidos políticos, eran algunas tareas que Cristóbal realizaba junto a la Iglesia Cristiana Ágape. A esto, se sumó su propio Observatorio de Derechos Humanos.

Al hablar de su país, su mirada resplandece y su sonrisa adquiere nuevas tonalidades. Reivindica la pequeñez geográfica de su patria y no desconoce que algunas personas ignoran su existencia, pero aclara el orgullo que significa ser un hondureño residente en Argentina.

“En Argentina vi que el mismo sistema se repite. No es muy diferente lo que pasa; lo que si cambian son los tiempos y las intensidades, porque nosotros en Honduras aún vivimos persecución política, violaciones de derechos de lesa humanidad, la policía golpeando estudiantes; cosas que aquí se vivieron en episodios como La Noche de los Lápices”.

Al momento de estudiar, su hermana mayor lo incentivó a profesionalizarse en el exterior. Pero como es costumbre en el discurso cotidiano, los lugares predilectos para especializarse eran Estados Unidos o Europa.

Los cimientos de la idea de mudarse a Argentina no llegaron a sus oídos de forma externa o cercana a través de un familiar. Sino que fue a partir del escritor uruguayo Eduardo Galeano, y su entrañable libro “Las venas abiertas de América Latina”.

“Se me metió en la cabeza la idea de ir al Sur y no al Norte, porque Galeano abarcó desde Argentina a México, pasando por el Caribe, ahí entendí que conocía toda Centroamérica y Norteamérica, pero nada del Sur. Y eso, sumado a mis ganas de estudiar, dio pie a esta idea”.

Al optar por Argentina, Cristóbal averiguó sobre la disponibilidad de becas estudiantiles. Pero cuando llamó a la Embajada de Argentina en Honduras, le explicaron que no había disponibilidad de becas, sino de cupos, ya que la educación era pública y gratuita.

La travesía de llegar a San Luis

Cuando se le pregunta el motivo por el que decidió venir a San Luis, entre las opciones de dirigirse a grandes ciudades como Buenos Aires o Córdoba, Cristóbal ríe y llama a la reflexión sobre atreverse a ir hacia lo desconocido.

“Escuchaba San Luis e imaginaba México. No conocía nada, ni el nombre ni su existencia, si había escuchado de provincias como Mendoza o Buenos Aires, pero no de San Luis. Me era una incógnita y quise conocerlo”.

Cuando vivía en Tegucigalpa, Cristóbal inició el contacto con el equipo directivo de la Universidad de La Punta (ULP), donde decidió llevar adelante sus estudios de diseño gráfico. Durante todo un año, se preinscribió y habló con un funcionario sobre la posibilidad de ser el nuevo estudiante universitario extranjero que integraría la casa de estudios.

Con su nueva meta sobre la espalda, lo arriesgó todo, vendió su auto y renunció a su trabajo para perseguir el sueño de seguir perfeccionándose en Argentina.

“Fue muy arriesgado venir porque todavía no estaba inscripto en la universidad. Es más, la academia entró en un proceso de cambio administrativo y no me querían admitir como estudiante. Entonces, al tener tantos rechazos, compré el boleto para venir  de un día para el otro”.

Contemplar la inmensidad de la ciudad de Buenos Aires a su llegada, y ver en persona el estadio de Vélez fue un primer colapso de emociones. Describe su paso por la puerta del aeropuerto de Ezeiza como un “quemar las naves”; un punto de no retorno.

“Mi país es tan chiquito que la gente ni sabe que existe, y llegar y ver algo tan gigante te vuela la mente. No crees que existan dos cosas tan diferentes en un mismo planeta”.

Su llegada a San Luis fue diferente. La oscuridad de la noche con la que arribó a su nueva provincia no le permitió divisarla con claridad; su única guía fueron los comentarios del taxista que lo llevó desde el aeropuerto hasta el departamento que rentaba en Potrero. Al día siguiente, visitó la ULP.

“Cuando llegué conocí personalmente a Andrés Estrella, que fue la persona con la que había tenido contacto desde Honduras todo ese tiempo.  En ese momento, el me reclamó haber venido a la universidad sin su permiso”

“Ese día tuve una reunión con un funcionario. Yo estaba muy expuesto, nervioso, y había llegado con todos los papeles solicitados por la Embajada Argentina, junto a todos los correos de la ULP.  El funcionario nunca me atendió durante todo el año que estuve intentando ingresar a la universidad, ni me respondió los e-mails que le mandaba, sólo me atendió ese día para decirme que no”.

La negativa a su ingreso como alumno, devino en un esperable colapso de emociones. Hacia el final, se le permitió ingresar a las clases como estudiante oyente; lo que le facilitó hacer un mínimo seguimiento pasivo del dictado de la carrera.

“Me dijo que no porque el cursillo ya había iniciado, y estaban intentando crear un ambiente especial entre alumnos y meter otra persona destruiría la armonía. Me dijeron que vaya como alumno oyente uno o dos días, pero empecé a ir siempre.”

Durante su estadía de 90 días como extranjero en Argentina, solicitó una visa que lo habilitaba a movilizarse en el país como estudiante.

“Es algo muy común, entra un extranjero al país y en esos 90 días inicia sus trámites, yo quería hacer mi visa, pero aparentemente la ULP necesitaba una visa para que yo fuera estudiante, y Migraciones necesitaba que yo fuera estudiante de una universidad para darme la visa”.

Para su trámite, la casa de estudios requería la tramitación de su DNI, mientras que la oficina de Migraciones se negaba a otorgarle la documentación sin una constancia de estudios previa.

A su pesar, se sumó que había elegido estudiar en la ULP por el bajo costo que incluiría estudiar en Argentina, con el beneficio de acceder a una vivienda en el campus estudiantil. El problema, fue que al no poder ingresar como alumno oficial no pudo acceder al beneficio.

“Recuerdo que cuando quise llenar mi ficha de inscripción y me metí en la página de la ULP, no figuraba Honduras en la lista de países que iba de Afganistán a Zimbabue.  Mandé un correo y consulté: Honduras no está en este listado, ¿qué país pongo? Y me dijeron que la dejara vacía porque iban a hablar con sistemas para que incluyeran Honduras.”

En su instancia recurrente para el avance de sus trámites, Cristóbal debatía sus días entre las idas y venidas que lo llevaban de Migraciones a la ULP. Mientras tanto, los docentes de la casa de estudios guardaron sus calificaciones hasta que pudiera obtener su libreta de estudiante.

“Obtuve la visa 3 o 4 meses antes de graduarme y la carrera duraba 2 años. Es decir que obtuve la visa un año y medio después; fui estudiante oficial un cuatrimestre, cuando estaba por cerrar todo.”

Al obtener su certificado de estudiante oficial de la casa de estudios, Cristóbal tuvo la tarea de recolectar las firmas de todos los profesores que había tenido en su carrera, para que colocaran sus puntajes en la libreta de estudios y pudiera obtener su nuevo título universitario.

En la actualidad, el tramitar su legalidad en el país como trabajador, y diseñador gráfico es otra tarea engorrosa a la que se enfrenta con el departamento de Migraciones. El desencuentro en la solicitud de documentos se dio nuevamente entre la AFIP, su nuevo trabajo, Anses y la falta de una visa.

“Ahora estoy esperando mi visa de trabajo. Luego de dos trámites, voy por el tercero que es con la empresa en la que estoy trabajando en la actualidad, porque se me pide tener un trabajo en blanco. El problema es que, al ser diseñador gráfico, somos independientes, las empresas no te contratan para trabajar ocho horas, pero Migraciones no permite que uno sea monotributista”.

Un cambio de vida

Con pesadez y frustración, Cristóbal explica como la situación de ilegalidad afectó a hacer cosas cotidianas como buscar departamento y realizar trámites bancarios. El máximo irrisorio, cuenta, fue una vez que tuvo que presentar su pasaporte en Grido para comprar un helado.

Pero al hablar de San Luis, y específicamente de Argentina lo hace sin remordimientos. Describe un agradecimiento infinito hacia las personas que conoció durante su experiencia; compañeros de trabajo, universidad y amigos.

“Amo San Luis, me encanta, no lo conocía y fue un honor hacerlo, y cuando hablo de San Luis hablo de la gente. Fue un choque cultural muy interesante; éramos muy parecidos y diferentes a la vez. La cultura sanluiseña es muy hospitalaria y tiene cuestiones muy marcadas como la siesta y el día del estudiante”.

En la actualidad, Cristóbal reparte sus trabajos formales para empresas y emprendedores independientes con el trabajo en fundaciones y organizaciones de eventos sociales. Las tareas comunitarias que en su momento realizó en Tegucigalpa para su Iglesia, ahora perduran en la Fundación Prójimo y Fronteras.

“Con Prójimo y Fronteras pude encontrar lugares para vivir la fe de pensar al otro, unirnos a la minoría en las causas que menos beneficios lucran para los grandes, para siempre estar del lado del pequeño y el pobre. Me parece que no hay otra forma de vivir la fe”.

La elaboración y repartición de viandas, actividades para jóvenes y niños, y organización de recorridas nocturnas para asistir a las personas en situación de calle, son algunas de las actividades que realiza en Prójimo, junto al resto de sus compañeros.

De la situación de las personas que habitan las calles, por falta de hogar propio y asistencia estatal, recalca que es la misma circunstancia que aqueja a gran parte de la población de Honduras. En común, destaca que tienen “el mismo carisma, afecto y calor; sin la pérdida de humanidad a la que les empuja la sociedad y el sistema”.

Cuando habla de su trabajo con las personas en las calles, su mirada se ilumina. Recuerda el caso particular de Mario, un anciano al que asistía que había perdido su DNI.

“Vi como él solicitaba su DNI tan fácil y se me ocurrió que si yo, que soy un indocumentado ayudo a tramitar documentos, todos podemos hacerlo”.

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