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Por qué la película española "El hoyo" se transformó en un fenómeno mundial

Las claves de un film que muestra en pantalla una distopía posmodernista y plantea dudas existenciales.

Dos de los protagonistas de "El Hoyo".
Actualizada: 01/04/2020 18:46
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Más de 300 niveles. Dos personas en cada uno de ellos y una plataforma por la que baja comida. Los de arriba comen, a los de abajo nunca les queda nada. “Como alegoría es muy simple, todo el mundo lo puede entender”, lo dijo el propio autor de la idea original y coguionista, David Desola, tras su presentación en el pasado Festival de Sitges. Sin embargo, El hoyo, la segunda película más vista en streaming en España, está provocando que la gente no pare de darle vueltas al argumento y, sobre todo, a su extraño final.

“No es una crítica contra los de arriba o contra los de abajo. Es una exposición de una realidad, nos hacemos preguntas nosotros mismos como autores y queremos compartirlas con el espectador para contribuir a una especie de reflexión sobre el reparto de la riqueza”, contó su director, Galder Gaztelu-Urrutia tras aquella primera proyección. Por eso todo está abierto, y aunque a veces lo obvio no nos deje ver el profundo fondo de la película, la cosa tiene mucha miga.

“El hoyo juega mucho al enigma y obliga al espectador a completar los espacios en blanco, lo que hace que crezca. Me recuerda a distopías burocráticas como El proceso. Te presenta un gobierno, un sistema de poder y un funcionamiento que tú no llegas a conocer, pero que están ahí, que sabes que existen. También hay una sociedad de clases muy clara que está imponiendo su poder en las conductas, en las relaciones y en los deseos de todos los personajes”, analiza John Tones, crítico de cine.

Sin intentar spoilear la película, la trama gira en torno a Goreng (Iván Massagué), un hombre que ingresa voluntariamente en este hoyo, una especie de Torre de Babel, con la intención de salir de allí a los seis meses habiendo dejado de fumar (el tabaco está prohibido en esta cárcel vertical) y con El Quijote leído. Cada interno tiene derecho a meter un objeto y la inmortal obra de Cervantes es el elegido por él. Los hay más prácticos que entran con una catana, por ejemplo. Al salir, a Goreng, que significa arroz en indonesio, le espera un título homologado, algo a lo que no todos pueden aspirar, porque algunos están allí pasando condena. Esto, como otros tantos detalles que cuentan Gaztelu-Urrutia, Desola y Pedro Rivero, también coguionista, no tiene demasiada importancia, más allá de la tensión que provoca entre el protagonista y el viejo Trimagasi ("gracias", en malayo), su primer compañero de piso.

Cada cambio de nivel, cada compañero diferente, aportan datos nuevos y un cambio en el comportamiento del protagonista. En este sentido, tiene especial relevancia el aporte del personaje a quien da vida Antonia San Juan, Imoguiri ("montaña de nieve", en sánscrito), antigua empleada de la misteriosa Administración que controla El Hoyo, que le da una de las claves fundamentales del film: hay comida suficiente para alimentar a todos los pisos, si esto no ocurre es porque los de más arriba toman más de lo que necesitan.

Imoguiri está empeñada en convencer a los de las plantas inferiores para que racionen los alimentos, pero nadie le hace caso. Como ya había avisado Trimagasi: no vale de nada hablar a los de arriba porque no escuchan, pero tampoco a los de abajo, porque, aunque sea solo por caprichos del azar, están abajo. “Sin necesidad de explicar prácticamente nada”, señala Tones, “el espectador sabe que hay unas reglas y que en la torre las cosas funcionan como un reloj, los cambios de nivel, la llegada de la plataforma. Los personajes pueden predecir un patrón, pero son unas reglas muy arbitrarias. Están sometidos a un poder ciego y cruel del que no hay escapatoria”. Algunos, como la violenta y algo trastornada Miharu ("tres primaveras" en japonés), interpretada por Alexandra Masangkay, va a lo suyo bajando por todos los niveles subida a la plataforma en busca de una supuesta hija perdida.

La intención de Goreng, en cualquier caso, es intentar poner un poco de sentido común y, sobre todo, enviar un mensaje a la Administración por si acaso no se enteró de lo mal que van las cosas por las profundidades. Así, emprende un descenso (no es difícil relacionarlo con la bajada al Infierno de Dante en Divina comedia) en compañía de Baharat (Emilio Buale). El nombre de este personaje, por cierto, corresponde a una mezcla de especias (pimentón, cilantro, jengibre) habitual en la cocina árabe. Mejor no explicar este viaje interior, calamitoso, violento y desquiciado, que nos lleva a un final que dejó a gran parte del público con la sensación de no haber entendido nada.

“Es un desenlace un poco enigmático, aunque se puede interpretar de forma más o menos evidente. Pero creo que lo importante no es el final, sino el transcurso, el enfrentamiento del protagonista con el sistema y su fracaso estrepitoso. Lo intente como lo intente, el sistema es más fuerte que él. Es una moraleja muy clara, es muy a cara de perro”, celebra John Tones, por otra parte gran aficionado al punk. En la presentación de la película en Sitges, el propio Galder Gaztelu-Urrutia ya dio pistas a preguntas de la web Spinof de que lo importante no es la lucha de clases dentro del Hoyo, ni intentar cambiar la Administración. “Al final el que cambia es Goreng, que por fin hizo lo que tenía que hacer, lo que él cree que es justo. Esa es la victoria, cambiarse a sí mismo y tomar la iniciativa de lo que tiene que hacer”.

Un mensaje profundo que contrasta con las intenciones de David Desola, que concibió esta historia como una obra de teatro de humor negro, como una comedia al estilo de Delicatessen. “Antes de empezar el rodaje le dije a Galder: ‘Sobre todo no te tomes esta peli muy en serio’. Y se la tomó totalmente en serio”. ¿Demasiado en serio, tal vez?

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