Historias de San Luis: la doctora Candela
Por Nino Romero.
Durante muchos años en mis programas radiales matutinos mantuve un espacio que se llamó “Historias de Vida”, donde relataba vivencias personales, o que me contaban.
Hace mucho tiempo que no comparto ese espacio con la audiencia, pues el vértigo de los programas que conduzco me impide programar esos 5 minutos que dedicábamos al alma todos los días.
Realmente extraño no leer esas historias de vida, muchas de la cuales eran de autoría propia y otras, colaboraciones de los oyentes.
En muchas escuelas se leían, o iba personalmente a hacerlo, ya que los chicos las escuchaban y querían ver en vivo una mini radio.
Esta introducción, llena de nostalgia y de reproches hacia mí, es para contar que las o los protagonistas de estas historias me dan sorpresas permanentemente.
Lo de reproches es por no seguir manteniendo ese espacio.
Porque a veces he contado algo de ellos cuando eran niñas o niños, y ahora son mayores con sus profesiones, e inclusive familias.
Toda esta introducción es para ponerlos en situación de la historia que viene.
Por una consulta de salud, a finales del año pasado concurrí a una clínica dónde me atendió una joven médica.
Tras el diagnóstico, la profesional se presentó y me dijo que ella era Candela, la niña de la historia de vida de la composición del Día de la Madre.
Me aclaró que esa historia de vida la tiene grabada en un casete, pero también en su celular y me la hizo escuchar.
Esa vieja historia escrita y leída por mí en radio dice:
“En una escuela de San Luis habían pedido a los alumnos de tercer grado, o sea a chicos entre 8 y 10 años, que escribieran una carta a su Mamá, para luego regalársela teniendo en cuenta que se acercaba la tradicional celebración del Día de la Madre.
La carta de Candela, de 9 años e increíbles ojos azules decía así:
Mamá: hoy la seño nos pidió que te escribiéramos una carta y yo lo voy a hacer, si bien la gran diferencia con compañeritos es que ellos se la van a poder entregar, y vos tendrás que bajar del cielo para leerla. Pero no me hago mucho problema porque Papá siempre me dijo que todo lo que escribo vos lo leés, aunque no estés en casa, y que siempre me escuchás, aunque no te vea.
Mamá: yo te extraño mucho y si bien sé que siempre estás cerquita mío, me gustaría volver a meterme en la cama grande entre vos y papá, para escucharlos pelear para ver quién me abrazaba fuerte y me hacía dormir. Te cuento algo: eran mentiras que me costaba dormirme, lo que pasaba era que me gustaba acostarme con ustedes y sé que a ustedes también. Lo mismo que a Papá ahora. Porque si bien lo sabés, ahora en serio me cuesta dormirme sola en mi cuarto y por eso me acuesto con Papá todas las noches. Y cuando no tiene mucho sueño, me hace dormir y se va un rato a mirar televisión, o a escribir en la computadora o se sienta en su sillón favorito a leer.
¿Qué cómo lo sé? ¡Ah! Te voy a confesar que a veces le hago trampita y me hago la dormida y dejo que se vaya, y me levanto a mirar que hace.
En estos últimos días lo he visto muy triste. Es más. Agarra esa foto que tenemos sobre el aparador de la cocina donde estamos los tres en Mar del Plata en las últimas vacaciones en que estuvimos juntos y llora. Llora mucho. Y él cree que no lo sé, pero si me preguntara, yo le daría permiso para que llorara tranquilo, porque a mí también me pasa. Muchas veces, cuando estoy en el negocio con él o cuando me meto al baño, se me caen algunas lagrimitas porque te extraño. Pero no quiero que él me vea, porque no sé si me daría permiso para llorar.
Má: yo voy a las casas de mis compañeritas y si bien tomo el café con leche que me hacen, siempre les digo que el tuyo era más rico.
Y que nadie nunca más me hizo trencitas en mis rulos.
Má: yo quiero escribirte muchas cosas, pero la seño nos dijo que la carta no tenía que ser muy larga.
Vos sabés que por más que me sigan explicando que fue un accidente y que la culpa no fue nuestra sino del camionero que se durmió y nos atropelló, no entiendo por qué no nos fuimos los tres al cielo.
Así estaríamos juntitos y te podría dar esta carta con un beso y un abrazo grandote. Te quiero y te extraño. Candela.”
Y una vez más, los increíbles ojos azules de la doctora Candela, se llenaron de lágrimas.
Los míos también.