Clint Eastwood cumple 90 años como una de las últimas leyendas de Hollywood
El actor, director y astro cinematográfico de Hollywood, con una trayectoria indiscutida en la pantalla grande, se hizo famoso a través de los “spaghetti western”, fue Harry el Sucio en varias películas y personificó al galán maduro de “Los puentes de Madison”.
Clinton Eastwood Jr., conocido como Clint Eastwood, actor, director y astro cinematográfico de Hollywood, el que se hizo famoso a través de los “spaghetti western”, fue Harry el Sucio en varias películas y personificó al galán maduro de “Los puentes de Madison”, cumplirá sus 90 años el domingo 31 de mayo.
Personaje admirado por su labor artística y cuestionado por algunos sectores en función de su pensamiento conservador –que suele colarse en los filmes que escribe y dirige-, goza de una indulgencia, aun en sectores opuestos a sus posturas, que es fruto de un innegable carisma y de la importancia de su obra, en varias ocasiones premiada con el Oscar.
Eastwood tuvo comienzos bastante humildes en títulos de 1955 como “El regreso del monstruo” y “Tarántula”, de Jack Arnold, y “Francisquito en la armada”, de Arthur Lubin, secundando de muy lejos a Donald O’Connor; y probó suerte en la TV en las series “La llamada del Oeste” y “West Point”, donde los productores apreciaban sobre todo su rostro inconfundiblemente varonil y su 1,93 de altura.
Tuvo que viajar a Europa, donde el italiano Sergio Leone estaba inventando el “spaghetti western”, que se rodaba entre escenarios españoles de Andalucía y estudios romanos, para llamar la atención de la industria a través de “Por un puñado de dólares” (1964), “Por unos dólares más” (1965) y “Lo bueno, lo malo y lo feo” (1967).
En esas películas, rodadas en inglés, participaban actores como Gian Maria Volontè, Klaus Kinski y Eli Wallach, que tenían su prestigio ganado aunque sin haber llegado a roles titulares, pero la crítica europeizante de la época las veía más como espectáculos de matinée pese a que la respuesta de boletería fuera excelente.
La clave era imitar en lo posible a los clásicos de Johnn Ford o William Wellman en escenarios que se suponían Arizona o Colorado, pero los niveles de violencia eran mucho mayores que en esos casos –apoyados por primeros planos y el uso del “zoom” en escenas muy cruentas-, en tanto la banda sonora se salía de lo clásico y enfilaba hacia las sensualidades creativas de Ennio Morricone.
Esa intención mimética llevó a que algunos actores y directores cambiaran sus nombres por otros más acordes al género: Giancarlo Giannini se transformó en John Charlie Johns, Lisa Gastoni en Jane Fate, Giuliano Gemma fue Ringo Wood e incluso Montgomery Wood, y los directores Umberto Lenzi fue Humphrey Humbert, Franco Prosperi fue Robert Bohr y Sergio Corbucci se transformó en Gordon Wilson Jr.
En ese ámbito plebeyo, Eastwood impuso su figura innegablemente atractiva, de pocas palabras, con sesgos heroicos aunque misteriosos como para dejar al público siempre en la duda, y de esa composición fue también responsable el director Leone, tan solo reivindicado a partir de “Érase una vez en América” (1984), su última película, por críticos que no habían observado que detrás del chisporroteo había un creador.
Aquella “trilogía del dólar” le sirvió al actor, ya en Estados Unidos, para elevar su imagen y su cachet, sobre todo cuando se asoció al director Don Siegel en títulos como “Mi nombre es violencia” (1968), “Los buitres tienen hambre” (1969), “El engaño” y “Harry el Sucio” (1971), que tuvo cuatro secuelas dirigidas por otros.
Se dice que Siegel fue su referente cuando Eastwood se decidió a dirigir: sucedió a partir de “Obsesión mortal” (1971), a la que siguieron “La venganza del muerto” (1973), “Licencia para matar” (1975), “El fugitivo Josey Wales” (1976), “Ruta suicida” (1977), “Bronco Billy” (1980) e “Impacto fulminante” (1983), entre otras, todas protagonizadas por él mismo.
Por entonces tuvo una tormentosa relación con la actriz Sondra Locke (1944-2018), prácticamente su sombra en la vida y sus filmes hasta la separación en 1989, y la única de sus varias mujeres oficiales con la que no tuvo ninguno de sus siete hijos.
Pese a su identificación con su personaje Harry “el Sucio” y su figura pública cercana al Partido Republicano y al menor Partido Libertario que lo habían transformado en una figura poco simpática ante la progresía, estuvo contra la guerra de Vietnam y el Watergate y apoyó la legalización del aborto en su país.
El gran salto de su imagen se produjo a partir de “Los imperdonables” (1982), dirigida y protagonizada por él mismo, que se largó a desmontar el machismo, la amoralidad y el falso individualismo del western y sus mitos, y encima lo gratificó con cuatro premios Oscar: película, director, actor secundario (Gene Hackman) y montaje.
Luego llegó el exitazo de “Los puentes de Madison” (1995), en la que además de dirigir se enamoró en el verano de 1965 de Meryl Streep, casada con otro, en un papel poco habitual en él -una suerte de “Lo que no fue” rodada en el estado de Iowa-, y que en épocas en que la gente iba normalmente al cine recaudó 183 millones de dólares en su lanzamiento mundial.
Además de ganar otros cuatro premios Oscar –película, dirección, actriz (Hilary Swank) y actor de reparto (Morgan Freeman)- por “Million Dollar Baby” (2004), también dirigió películas no protagonizadas por él, como “Río místico” (2003), con Sean Penn y Tim Robbins -Oscar a protagonista y acompañante, respectivamente- y la espléndida “Cartas desde Iwo Jima” (2006), su inesperado manifiesto pacifista.
En ese camino estuvo al mando de “El sustituto” (2008), con Angelina Jolie; “Invictus” (2009), con Freeman; “Más allá de la vida” (2010), con Matt Damon; “J. Edgar”, con Leonardo DiCaprio; y “Sully: hazaña en el Hudson” (2016), con Tom Hanks, entre otros títulos menores.
Admirado por la crítica europea y latinoamericana más que por la de su país, Eastwood mostró su calidad creativa e interpretativa en “Gran Torino” (2008), en la que había tufillos xenófobos, lo mismo que en “La mula” (2018), donde a los 88 años demostró que podía ponerse en pie y enfrentar un personaje para nada lineal.