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1 de cada 12 niños presenta alergia a la proteína de leche de vaca

Sus manifestaciones suelen ser inespecíficas que si no se logra detectar a tiempo, puede ocasionar retraso en el crecimiento.

La familia debe estar atenta y consultar con su pediatra ante síntomas como reflujo, cólicos, erupciones cutáneas, diarrea, sangrado en materia fecal e incluso en aquellos casos en que la enfermedad no es detectada a tiempo.
Actualizada: 29/08/2020 22:49
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La familia debe estar atenta y consultar con su pediatra ante síntomas como reflujo, cólicos, erupciones cutáneas, diarrea, sangrado en materia fecal e incluso en aquellos casos en que la enfermedad no es detectada a tiempo, retraso en el crecimiento. Como no se dispone en primera instancia de métodos objetivos para su diagnóstico, es muy importante que tanto los padres como los pediatras estén atentos a este tipo de síntomas.

Si bien existen diversos tipos de APLV y se pueden presentar con distintos niveles de severidad, suele ser una condición que generalmente se resuelve por sí sola antes de los 3 años de vida del niño y en la mayoría de los casos. Sin embargo, durante la primera infancia, es necesario abordar la patología para que la salud y la calidad de vida del paciente mejoren, ya que -de lo contrario- se corre el riesgo de que exista una mala progresión de peso en el crecimiento, además de una afectación general en la calidad de vida del niño y de todo su entorno familiar.

“Las alergias alimentarias en general y la más frecuente, que es la alergia a la proteína de la leche de vaca, generan una gran ansiedad en todo el entorno familiar. En los padres, porque sienten temor ante la aparición de algunos síntomas que pueden ser severos, como la anafilaxia, que es el más grave e incluso conlleva riesgo de vida para el infante. Y en los niños, porque ven limitada la interacción con sus pares, sobre todos cuando ingresan en la vida escolar”, explicó el especialista en Alergia e Inmunología, ex presidente de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica (AAeIC), Claudio Parisi.

“Los hijos de papás con alergias tienen mayor probabilidad de desarrollar alergias, entre ellas la APLV. Esto es porque los hijos heredan algunos genes de la mamá y otros del papá. Ellos heredan además genes que están presentes en las bacterias que les transfieren sus padres, las bacterias que los colonizan, principalmente aquellas que colonizan el intestino, que en su conjunto denominamos la microbiota intestinal, lo que conocíamos hasta ahora como flora intestinal”, refirió el doctor en Química y profesor de Microbiología de la Universidad Nacional del Litoral, Gabriel Vinderola.

La microbiota intestinal es la responsable de ‘entrenar’ al sistema inmunológico para que desarrolle lo que se llama la ‘tolerancia oral’, que consiste en no responder con una alergia a los alimentos que ingerimos. Sin embargo, si las bacterias que recibe el bebé no son las correctas, o son pocas o poco diversas, ese entrenamiento del sistema inmunológico intestinal es incompleto, falla, y responde con alergias a ciertos alimentos, entre ellos a las proteínas de la leche de vaca.

Son factores predisponentes de una microbiota deficiente la ausencia de lactancia materna, especialmente en lactantes nacidos por cesárea que no tuvieron el beneficio de “contaminarse” con bacterias buenas al transitar el canal vaginal durante el parto y el exceso de uso de antibióticos sin indicación médica, entre otros.

“En aquellos nacimientos por vía vaginal, el niño se nutre de las ‘bacterias buenas’ de la madre y que van a formar su propia microbiota; en contrapartida, nacer por cesárea (donde las primeras bacterias que colonizan al niño son las de la sala de parto), no recibir lactancia materna en forma exclusiva hasta los 6 meses de vida y el uso indebido de antibióticos, son factores que atentan contra la formación de una microbiota saludable”, afirmó Parisi.

Una vez realizado el diagnóstico de APLV por el médico, como primera etapa de tratamiento podría indicarse la ‘dieta de exclusión’, que implica que la madre no consuma ningún producto lácteo o derivado del lácteo ni que presente esta proteína en su elaboración, dado que se transmite a través de la lactancia materna. Por otra parte, si el niño ya está recibiendo otros alimentos, ninguno de estos debe contener componentes de la leche de vaca.

Para aquellos casos en los que la dieta de exclusión resulta insuficiente, se cuenta con ‘fórmulas infantiles’, de expendio bajo receta médica y cubiertas en un 100% por la seguridad social, que son el tratamiento de la APLV y que permiten que los niños reciban los nutrientes necesarios para un sano desarrollo.

Particularmente, existen fórmulas infantiles -recientemente disponibles en nuestro país- que suman simbióticos a sus componentes, que son la sumatoria de prebióticos y probióticos, elementos que cuentan con evidencia científica que acredita sus beneficios en el desarrollo de una microbiota saludable en los niños con APLV.

“Los probióticos son microorganismos benéficos, principalmente bifidobacterias o lactobacilos, que fueron seleccionados por sus efectos beneficiosos en el intestino: son capaces de entrenar a las células inmunológicas. Mientras que los prebióticos no son bacterias, sino que son el alimento para que los probióticos puedan multiplicarse en el intestino, pero también son el alimento para otras bacterias benéficas naturalmente presentes en el intestino del bebé. Su combinación en una sola fórmula infantil genera una acción sinérgica entre ambas, el denominado ‘efecto simbiótico’, y promueve el desarrollo y modulación de una microbiota saludable”, sostuvo Vinderola.

“Hay suficiente evidencia científica que demuestra que la presencia de simbióticos contribuye a estimular la microbiota y brinda un efecto protector de infecciones en el primer año de vida del bebé, lo que representa menor carga de antibióticos y otros medicamentos que a su vez atentarían contra el equilibrio de la propia microbiota”, dijo  Parisi.

“La administración de simbióticos en una fórmula infantil hace que se asegure la llegada de bacterias benéficas y su alimento al intestino, donde se instalarán y trabajarán por un tiempo en la educación del sistema inmunológico para mejorar la respuesta a la APLV”, consignó Vinderola, que también es investigador del CONICET.

Estas fórmulas infantiles hipoalergénicas con simbióticos cuentan con más de 15 años de evidencia científica a partir de investigaciones que incluyeron un número superior a los 700 infantes, que demostraron que además de resolver los síntomas de alergia a la proteína de la leche de vaca, ayuda en la conformación y modulación de la microbiota a partir de la provisión de los simbióticos, asemejándola en parte a la de los niños que reciben amamantamiento.

Existen fórmulas infantiles para distintos rangos de edades: desde el nacimiento hasta los 12 meses y para edades más avanzadas, cuya prescripción quedará a criterio del pediatra. Si un paciente presenta mayor riesgo de padecer la enfermedad, ya sea por antecedentes de padres, hermanos u otro factor, es el pediatra quien determinará la factibilidad de su uso para prevención.

“Además del componente hereditario, existen factores del entorno del infante, como polución ambiental, consumo de antibióticos y alimentación restrictiva, entre otros, que pueden funcionar como disparadores de la predisposición genética de desarrollar alergia a la APLV, factores que reciben el nombre de ‘epigenéticos’”, dijo  Parisi.

“Se presentan numerosas ocasiones donde la lactancia materna, que debe ser siempre la primera opción y corresponde agotar todos los recursos para promoverla, es limitada o directamente no está disponible. En esos casos, teniendo en cuenta que la leche materna provee una gran cantidad de bacterias y los sustratos para que ellas crezcan, es necesario pensar en fórmulas infantiles que aporten al menos algunas de esas bacterias (probióticos) y de esos sustratos (prebióticos)”, destacó Vinderola.

“Si bien las fórmulas infantiles con simbióticos (probióticos + prebióticos) están siempre varios pasos por detrás de la leche materna, están a la vez varios pasos por delante de una fórmula infantil que no tenga microorganismos benéficos para el intestino, el sistema inmunológico y la salud del bebé, y pueden jugar un rol clave en la prevención del desarrollo de la APLV, o de su modulación o incluso de la prevención del desarrollo de otras enfermedades crónicas más tarde en la infancia de ese bebé”, concluyó Vinderola.

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