Alberto y el fracaso de sus taludes
Por Daniel Miranda
Oscuros, algo pedregosos, áridos. Así son los taludes que mandó a instalar Alberto Rodríguez Saá en las rutas, caminos y en muchas calles en el amanecer de la pandemia y después cuando reeditó la fase 1. Montículos de tierra capaces de impedir el paso de todo y provocar fatalidades. Y en los límites con otros distritos argentinos el gobernador reforzó la guardia con policías. Nadie debe entrar. Fueran personas, animales o virus. Sí, virus. Incluso el coronavirus. “Tenemos un buen estatus sanitario”, repetía enamorado de la pandemia cuando disfrutaba de las cadenas provinciales. Asomaba otra vez aquel tufillo de epopeya que le imprime a sus causas.
En su tozudez, que él para sí define como inteligencia superior, apostó las fichas a que, con esos montones de tierra vigilados con un puñado de policías podría blindar a San Luis del coronavirus. Añoraba ser el punto blanco dentro del mapa rojo del virus de la Argentina. A que fuéramos el único territorio impoluto.
“Confíen en mí, yo sé leer el futuro”, afirmó con seriedad en una noche de reporte, cuando San Luis todavía era virgo en positivos virósicos.
Alberto se retiró a Los Peñitos cuando la realidad le pegó un sopapo. A lo Mono Gatica. Con una velocidad idéntica a la que había mostrado en múltiples ciudades, por todo el planeta, el coronavirus se expandió en San Luis como un rayo. Y con la misma fiereza derribó la prédica. No alcanzaron los taludes, ni los centinelas.
Cuando el aluvión de contagiados cruzó el talud y tumbó la precaria defensa oficial, Alberto desapareció. Hizo ¡Boom!, a la gran David Copperfield y nadie más supo de él por varios días.
Reapareció desvaído y golpeado por la presión en medio de los vitraux de la mansión. Y se mostró ante las cámaras solo por la insistencia de Gustavo Valenzuela, el sempiterno consultor que conserva margen de opinión en la frágil estabilidad del elenco oficial, le aconsejó dejarse ver para frenar las especulaciones que hablaban de una internación en el porteño sanatorio Los Arcos. Masticaba la bronca en contra del talud e insultaba para sus adentros (y no tanto) al quesero, al verdulero y a los camioneros indomables, putañeros. En las diatribas también entraron los médicos que compartieron el mate y la gente de Tilisarao y Merlo de manos mugrientas de tanto desarmar bordos de tierra.
El gobernador se trepó a arcaicos terraplenes para detener el virus. Y así les va a los puntanos.
Perdió un largo y valiosísimo tiempo para preparar el sistema de salud y la economía de los sanluiseños para cuando llegara el alud de casos positivos. Incluso de Nación recibió dinero. Mucho. Con esas remesas rellena el colchón para los tiempos electorales.
En el racconto triste, entre los muros coloridos de Estancia Grande, rebotan aún las discusiones virtuales con Ginés González García. Todo lo que le había reprochado “El Gordo” se había hecho realidad. Ahora, en su retiro por “caso sospechoso”, está resignado a la merma natural de la curva.
En la altura del aislamiento, no se alcanza a percibir el clima áspero que respiran los puntanos. Encerrados, con poca plata, sin poder reunirse y con unas fiestas y verano inciertos.
Está solo en un Gobierno sin gestión (y sin gestores). El viernes mientras el ministro del Interior, Wado De Pedro hablaba por teléfono con el referente de los autoconvocados, el secretario General, Alberto Rodríguez Saá visitaba el Concejo Deliberante. A la misma hora, uno por instrucción presidencial trataba de encarrilar una rebelión popular que encerró a San Luis, puso en riesgo el abastecimiento y casi paraliza la producción de 0Km en el país, el otro que cogobierna la provincia firmaba un convenio para pintar un edificio. Ese mismo día la ministra de Medio Ambiente y Parques estiraba su récord de ausencia en la crisis de los incendios.
El gobernador se alejó enojado de la guardia provincial. No sabe qué hacer en materia sanitaria e insume tiempo en la configuración electoral que le prolongue la estadía en el poder.
Buena parte de la sociedad acuna la percepción de un gobernante ausente que no tiene vocación de tender una mano. Se aferra a que pasen los días críticos para que se enderece el humor de quienes trabajan.
Una lectura lineal indica que se acaban de cumplir 274 días de un nuevo Gobierno que cabalga sobre una pandemia. En realidad es un Gobierno comandado por un político con casi 40 años en el poder que completó un mes negro. Pasó esto: se desbocó la curva de contagios de COVID-19; gente de trabajo salió a las calles de las principales ciudades a protestar porque tiene las manos atadas y un conflicto aisló a la provincia y trabó engranajes del país. Al lado socorristas movilizados por el arrojo enfrentan el fuego en inferioridad de condiciones, sin pensar que este gobernador vetó una ley que se proponía hacer justicia.
El virus está imparable. Día a día desintegra la economía y ahoga la esperanza de los sanluiseños.