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Un gobierno de diminutos

Por Charlie Pereira (*)

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Gobernador Alberto Rodríguez Saá
Actualizada: 30/11/2020 22:19
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Lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón

Los inmorales nos han iguala’o

Cambalache – Enrique Santos Discépolo

El buen gobernante, decía el filósofo Victor Massuh, lo es en la medida en que asuma tres cualidades que son básicas: En primer lugar: un gobernante es una imagen con respecto a la cual la comunidad actúa a modo de “imagen y semejanza”.

Por lo tanto, no puede haber un buen gobernante si no se pregunta: “¿Soy un modelo para mi comunidad?”. En segundo lugar: un gobernante debe ser incorruptible. No debe estar tocado por la sospecha de un manejo equívoco del dinero público. En tercer lugar, un rasgo substancial para el ejercicio del arte de gobernar es que el gobernante adquiera cierto estilo. No se puede gobernar sin un estilo. Esto es lo que los antiguos llamaban la “majestas”, es decir, “cierta grandeza”.

“El oficio de gobernar no puede convertirse, entonces, en un arte de entrecasa ni en un oficio diminuto”, añadía Massuh. “Tiene que ser un oficio de cierta grandeza, porque es lo único que le permite dar al poder el carácter de una autoridad moral. Es lo único que nos permite a nosotros sentir respeto por nuestros gobernantes”. En otras palabras, es justo que el pueblo al contemplar a sus gobernantes y funcionarios no sienta agobio ni vergüenza.

“Las limitaciones de nuestros hombres públicos nacen o, más bien, son la expresión de sus indigencias intelectuales y espirituales”, reflexionaba en voz alta un joven poeta del grupo La Vía. Lo que el poeta quiere decirnos es que lo que aparece previamente como “diminuto” en la biografía del gobernante y/o del funcionario, se revelará más temprano que tarde en sus limitaciones con respecto a su arte de gobernar a sus ciudadanos. “Es cierto que una vez en el poder pueden adquirir cierta grandeza” le señalo, pero me refuta diciendo que por lo general no la adquieren sino que la emulan y que “es ese juego de las apariencias el que termina desnudando la verdad de la que están constituidos”. Mi hija lo interpreta de una manera más sencilla: “no le pidas peras al olmo”.

En definitiva, recapitulando, cuando los hombres de Estado, esto es, quienes deciden asumir el gobierno y la gestión de lo público, defraudan a causa de sus pobrezas y limitaciones políticas, las expectativas que los electores han construido legítimamente con relación a ellos, lo que están haciendo es “estafar” a la sociedad que gobiernan, porque le están dando a las personas menos de lo que les corresponde en su calidad de electores y ciudadanos, que no es más ni menos que una buena administración de la cosa pública, dónde están contenidas de mínima las consignas que nos legó el padre de nuestra democracia: “Con la democracia se come, se educa y se cura” (Este programa está lo suficientemente resuelto en Europa, según el historiador económico Lucas Llach; de paso los animo a que lean su provocador ensayo “Como Sapiens” que publicó la editorial Debate).

Charlie Pereira.

En la dirección que venimos desarrollando, el ensayista francés Pierre Rosanvallon es quien ha problematizado la cuestión de los buenos y los malos gobiernos en su libro “El buen gobierno”, en el cual señala que si bien es cierto y se dice que nuestros regímenes son democráticos porque las urnas los consagran, no se nos gobierna empero de manera democrática, dado que la acción de los gobiernos no obedece a reglas claramente establecidas de transparencia, de ejercicio de la responsabilidad o de escucha a los ciudadanos: de ahí se explica el desasosiego y la ira que los ciudadanos contemporáneos tienen contra los gobiernos y gobernantes.

Rosanvallon arriesga que el problema de nuestras democracias ya no es solo el de la "crisis de representación" sino que el problema es hoy el del mal gobierno; por eso nos propone que busquemos comprender los mecanismos del mal gobierno. En un intento de responder al desafío que nos propone el autor francés, podemos arriesgar que el mecanismo de los malos gobiernos que “sostiene” el poder central (“Terrazas del Portezuelo”), contiene una dimensión que remite a la calidad de los actores políticos, dentro de la cual podemos observar que los delegados que han sido promovidos para adquirir responsabilidades políticas y/o de gestión en las principales carteras del Gabinete provincial como en las jurisdicciones más importantes (San Luis y Villa Mercedes), son actores a los cuales no se les conocen antecedentes en el arte del buen gobierno; en realidad, aun a riesgo de resultar ofensivos e injustos, no se les conocen antecedentes de ninguna clase. En efecto, numerosos Ministros, Secretarios de Estado y los intendentes de las metrópolis citadas, no cuentan con ninguna clase de capital capital académico, institucional o experiencial en el ámbito público, e incluso el privado, que permita ser resignificado políticamente y nos permita hablar de la existencia de un estilo; pareciera, en rigor, que casi todos ellos carecen de “grandeza”, en los términos que refirió Massuh.

El otro componente del mecanismo que inspira a los malos gobiernos locales remite a la lógica del poder político que ejecuta el gobernador de la provincia, la cual está construida a partir de la elección y promoción de candidatos y funcionarios que acceden a ámbitos de representación y de gestión para obedecer disciplinadamente a su consigna de acumulación de poder y que culmina en la construcción de un poder político divorciado del arte del buen gobierno, el cual a fuerza de reproducirse consolida un esquema de beneficios propios (“el del club de amigos”), en el cual la asunción de las principales expectativas y demandas de la comunidad queda relegada en virtud de la energía invertida en la réplica exitosa de la lógica de acumulación del poder. Todo ello hasta el extremo de la indolencia y la indiferencia hacia las realidades sociales locales que no puede sino concluir en un divorcio entre la agenda de la corporación política y la agenda de la gente de a pie.

Ahora bien, los mecanismos del mal gobierno que imponen los oficialismos provinciales y municipales que responden a la lógica política de gobernador no serían posibles sin una oposición que también termina revelando que en el acceso a los ámbitos de representación abundan los “diminutos”, es decir, una cantidad de hombres y mujeres sin las calidades necesarias para poner en crisis al mal gobierno; hombres y mujeres que son apadrinados dentro de los frentes electorales en los cuales se lotean los espacios de expectancia y donde cada padrino se asegura – minúsculamente- las obediencias y las lealtades de un conjunto de hombres “sin grandeza”. Naturalmente, que estos argumentos no son lineales, pues existen numerosas excepciones que son las que permiten que el desosiego y la ira de los representados tengan algún canal de expresión.

Mas, a pesar de estas excepciones, hechos políticos recientes revelan cómo los actores que expresan los malos gobiernos convergen con los malos opositores, lo que garantiza la sustentabilidad del mecanismo de los malos gobiernos. Entre estos eventos, podemos destacar la sanción reciente de Ley provincial de Cupo Femenino, que contiene cláusulas que atentan contra las democracias partidarias y los liderazgos electorales de las fuerzas de la oposición; la Ley de Partidos Departamentales, que auspicia la creación de numerosas expresiones políticas que resultarán inofensivas para el poder central, o la disputa por la presidencia del Concejo Deliberante de la Ciudad que dinamitó un bloque homogéneo de oposición que acosaba al mal gobierno municipal.

Sin estas convergencias (que son posibles gracias a las prácticas de los partidos políticos, la defección de los mejores actores e incluso la cooptación en un ámbito donde pocos pueden abandonar la posibilidad de ser asalariados de lo público), los malos gobiernos tendrían menos condiciones de posibilidad para reproducirse y estarían quizás más interpelados por la comunidad y por sus representantes.

La trama de los malos gobiernos y de los políticos “sin majestad” persigue a San Luis desde los últimos tiempos de una forma inéditamente agobiante, repercutiendo negativamente en distintos indicadores económicos y sociales, los cuales revelan el crecimiento de la pobreza estructural; la incapacidad para innovar y transformar desde la políticas públicas; la proletarización de las ciudades y urbanizaciones, la pérdida sostenida del bienestar de las comunidades; y la promoción de la necesidad y la carencia –desalentando la inversión, malogrando el mercado privado, disimulando el empleo informal y asfixiando la creatividad y la autonomía personallas cuales son funcionales a una visión “pobrista” de lo público, que es, al fin, la visión más funcional a los malos gobiernos, es decir, al gobierno de los “diminutos”.

Por último, nos hemos habituado al desprestigio de la inteligencia: La inteligencia cuando está operando en un medio arduo -como es el de la política actual-, que es un medio caracterizado por la obediencia incondicional, la disciplina del pensamiento, el predominio de la cantidad sobre la calidad y la falta del espíritu de creatividad, termina en palabras de Massuh por “retraerse y vegetar” y “ese hueco dejado por la inteligencia que, evidentemente, no cuenta con el prestigio comunitario, es llenado por una forma inferior de la inteligencia que es la viveza.

La viveza, que no es otra cosa que una mezcla de habilidad y de falta de escrúpulos, es una forma inferior de la inteligencia (…) pues la inteligencia se ejercita en el enfrentamiento de los problemas y, en cambio, la viveza se ejercita en eludir los problemas pero dando la impresión de haberlos enfrentado”. En este orden, podemos convenir en que el gobernador de la provincia es el padre de la viveza local.

El juicio político al Intendente de la Ciudad de San Luis y las críticas contundentes que los ciudadanos vienen realizando contra los gobiernos donde abundan los “diminutos” -que involucra tanto a los gobiernos ejecutivos como a los gobiernos partidarios- constituyen acciones decisivas que ponen o intentan poner en crisis los mecanismos por medio de los cuales se constituyen los malos gobiernos.

Es interesantísimo en este contexto observar el trabajo que grupos independientes como Campo + Ciudad han comenzado a desarrollar -al margen incluso de la institucionalidad de los partidos políticos-, para cuestionar a los políticos y a los funcionarios que expresan a los malos gobiernos.

De la forma en que resuelva esta tensión, dependerá la calidad de democracia y sociedad que tengamos en los próximos años. Es un proceso que se encuentra abierto, pero que ya empezó.

(*) Abogado y dirigente político.

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