Caparrós: "La potencia que tenemos los ‘ñamericanos’ radica en que somos una gran amalgama"
Caparrós explica en entrevista con Télam cómo en "Ñamérica" articuló el material de crónicas que escribió hace treinta años con textos nuevos y necesarios para pensar el presente de la región, advierte sobre la incapacidad de la época para resolver las grandes cuestiones con imaginación -dice que eso deriva en que "el futuro en vez de ser promesa sea amenaza"- y cuenta cómo a pesar de vivir en el exterior sigue de cerca el pulso de la Argentina.
Por Ana Clara Pérez Cotten (*)
En el diálogo entre el análisis ensayístico y el registro más apegado a la realidad, el periodista y escritor Martín Caparrós logra en su último libro de crónicas, "Ñamérica", sacar una foto panorámica, atenta a los detalles, de Latinoamérica y, en ese ejercicio desbarata una serie de prejuicios y lugares comunes: "Creemos que somos una región de campos, un espacio rural, verde y natural, pero más del 80% de los ñamericanos vive en ciudades", sostiene.
Radicado en Madrid desde antes de la pandemia, Caparrós explica en entrevista con Télam cómo en "Ñamérica" articuló el material de crónicas que escribió hace treinta años con textos nuevos y necesarios para pensar el presente de la región, advierte sobre la incapacidad de la época para resolver las grandes cuestiones con imaginación -dice que eso deriva en que "el futuro en vez de ser promesa sea amenaza"- y cuenta cómo a pesar de vivir en el exterior sigue de cerca el pulso de la Argentina.
La biografía del autor elegida para la solapa de la edición de "Ñamérica" parece estar en sintonía con aquel concepto que reaparece en cada rincón del texto: los "ñamericanos" somos puros en la mezcla, no hay pureza.
Caparrós (1957) se licenció en Historia en París, vivió en Madrid, Nueva York y Barcelona. Fue periodista de gráfica, radio y televisión, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió los premios Planeta y Herralde como escritor de ficción y publicó más de treinta libros en treinta países. Su mirada sobre Latinoamérica es, entonces, de gran angular, y para defenderla inventó una palabra: "Ñamérica", que agrupa en un mapa imaginario a los países latinoamericanos en los que se habla castellano y en los que se usa la letra ñ.
-Télam: El libro combina textos actuales con fragmentos que tomaste de crónicas que escribiste hace treinta años porque Latinoamérica es uno de los grandes temas de tu obra. Pero contás que fue durante un foro en El Salvador que decidiste que querías concretar un texto que hablara sobre la región. ¿Cómo fue ese momento?
–Martín Caparrós: No me suele pasar aquello de acordarme con claridad cómo se me ocurre la idea de hacer un libro porque más bien va decantando, pero en este caso sí pasó. Estaba en una reunión de periodistas en El Salvador y había muchos colegas de toda Latinoamérica que respondían sobre la cuestión de Latinoamérica. Veía que estaba por llegar mi turno, como quien espera que le llegue el turno de la muerte, y de pronto tenía que decir algo. Pensé que iba a decir los tres o cuatro lugares comunes a los que estaba acostumbrado y después me di cuenta de que era mejor tratar de pensar en serio qué somos porque llevábamos mucho tiempo instalados en una serie de clichés que responden a cuestiones que ya no son. Y fue muy raro porque fue de esas ideas que, una vez que se aparecen, resultan obvias; pensaba cómo no se me había ocurrido antes. Entonces, decidí empezar a trabajar, fue un proceso largo. Lo primero que hice fue leer una serie de textos para orientarme sobre cómo iba a encararlo. Y una de las cosas que descubrí en ese primer sobrevuelo es que -a pesar de que tenemos la idea de que somos una región de campos, un espacio rural y natural- ahora somos la región con más población urbana del mundo. Más del 80% de los ñamericanos vive en ciudades. Esa imagen un poco pastoril ya no nos representa. A partir de esa idea, decidí recorrer las ciudades más representativas para conocer un poco más.
T.:¿Cómo nace la palabra "Ñamérica"? En el análisis, también usás "Ñusa" ¿Por qué decidiste inventar un léxico?
M.C.: Tiene que ver con una primera constatación que hice para entender y contar la región. Brasil desequilibra los datos porque es desproporcionado. Como Portugal no sabía cómo usar todo ese enorme territorio difícil, no lo ocupó y no lo subdividió. Brasil tiene más habitantes que 12 de los 19 países de la región y más territorio que la suma de los cinco países que le siguen en extensión. Los datos de Brasil influyen demasiado en la imagen que puede hacerse de la región. Y hablar otro idioma nos aleja, no nos leen, no los leemos. Entonces decidí trabajar sobre los 20 países que hablan un mismo idioma, es un fenómeno muy peculiar que no existe en ninguna parte del mundo. El otro día escribí para una columna que se va a publicar en El País que "Hispanoamérica" solo se dice por plata, quería encontrar un nombre más atractivo. Se me ocurrió "Ñamérica" porque la ñ es el estandarte del castellano y pensé que poner esa letra en el nombre les daba algo de esa identidad.
"Ñamérica" empieza con un texto desde el mercado de Chichicastenango, uno de los más típicos de Guatemala. "En las guías turísticas a las que accedía decía que allí `residía el espíritu de América Latina. Entonces dije: ‘Vamos: resultó ser que el espíritu solo trabajaba los jueves y domingos’. Pero era una forma de poner en escena el lugar común sobre América Latina, sobre una supuesta esencia, para trabajarlo y desmentirlo", cuenta Caparrós.
T.: En diferentes tramos retomás esta cuestión para insistir en que que la identidad es justamente la mezcla, que no creés en la existencia de una esencia aglutinadora. ¿Sabías esto antes de escribir el libro?
M.C.: Bueno, sí y no. Llegué a conceptualizarlo con el libro. Me llamó mucho la atención como está tan claro en Ñamérica que somos una mezcla, que no hay pureza sino que hay cuatro olas migratorias muy concretas. Y somos esa mezcla de una manera que ya es muy difícil separar. Por eso cuando desde algunos sectores se enarbola la bandera de la pureza de la sangre y origen, creo que ni vale la pena atender a eso. La potencia que tenemos los ñamericamos radica en que somos una gran amalgama. Estoy en contra de cualquier idea de pureza de sangre, sin importar quién lo reivindique.
T.: Al analizar el presente, advertís sobre cierta "tiranía de la identidad" y considerás que "los movimientos identitarios son parte de la imaginación de una época sin imaginación". ¿Por qué abordás este fenómeno de época con esta lectura crítica?
M.C.: Me interesan más los proyectos que plantean la construcción de algo y no la conservación de lo que existe. Conservar lo que nos viene dado vale la pena si sirve para construir algo. Creo que nos falta la imaginación necesaria para imaginar un futuro. Entonces, el futuro en vez de ser promesa es amenaza. Hoy hay amenaza demográfica, ecológica y política. No sabemos todavía cómo serán nuestras esperanzas. Pero esto ni es una novedad, es algo que pasa cíclicamente a lo largo de la historia: hay épocas que ya decidieron cómo quisieran que fuera su futuro y trabajan para conseguirlo y hay épocas que todavía no.
T.: En la crónica de Buenos Aires, contás como varios de tus interlocutores celebraban que te hubieras ido del país, lo veían como una avivada. Viajaste mucho y en otras épocas de tu vida también viviste en el exterior. ¿Es la primera vez que te topás con estos comentarios?
M.C.: Sí, por eso lo subrayé en la crónica. Me impresionó mucho. En algún punto creo que tiene que ver con un elemento constitutivo que parecemos haber perdido: que somos el país del futuro, del mañana. Clemenceau fue el que dijo en el centenario que la Argentina era el país del mañana. "Pero el problema es que creo que va a seguir siéndolo siempre", acotó. Tuvo razón durante sesenta, setenta años, fue constitutivo de la idea que el país tenía de sí mismo. La noción de que la Argentina se iba a realizar en un mañana la empezamos a perder en 1976. Y creo que ya no la tenemos y es duro porque era nuestro eje. Que toda esa gente me dijera que hice bien en irme fue una constatación cruel de eso. En otro momento del libro, en el que hablo de migraciones, digo una cosa que es una obviedad pero que no había pensado antes: migrar es aceptar que en mi sociedad no voy a encontrar lo que quiero.
T.: Decidiste irte pero seguís contando al país. ¿Por qué?
M.C.: No lo sé.
T.: ¡Una idea para otro libro!
M.C.: No tengo la sensación de haberme ido. Vivo contento en España pero hasta la pandemia me pasaba la mitad del tiempo viajando y en un futuro cercano creo que eso volverá a pasar. Y sigo muy ligado a la Argentina a través de mis amigos, leyendo la prensa. Esto también podría ser vivir en Trenque Lauquen porque la circulación virtual te da otra conexión. Sigo siendo un argentino que vive en España: sigo sin adquirir el acento español, cosa que acá me reprochan. Por suerte no tengo nada claro para decir sobre el tema.
T.: En el último capítulo, "La peste", hacés un análisis sobre el impacto de la pandemia y también contás que te tentó la posibilidad de cambiar el libro, pero que finalmente te convenciste de dejarlo como estaba. ¿Cuál era la tentación?
M.C.: Pensé que el libro podía quedar fuera de registro por este tsunami que nos pasó por encima a todos. Y me convencí, en parte, porque me convenía convencerme. La pandemia desveló muchas cosas que estaban ocultas, que no queríamos mirar. No cambió nada radicalmente, simplemente lo puso al descubierto. La otra opción era ver cómo queda Ñamérica después de la pandemia pero hoy no existe algo como un "después de la pandemia", sería un planteo totalmente falso.(Télam)