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SAN LUIS

Así es el lugar donde atacaron sexualmente a una mujer cuando iba a trabajar; sin policías ni cámaras de seguridad

Es un trayecto que costea el Barrio V Centenario. La víctima fue sometida a plena luz del día, dos meses atrás.

El ingreso a la calle donde se produjo el abuso.
Actualizada: 24/01/2022 11:05
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Nunca se imaginó que un día en ese camino que la llevaba a su trabajo se convertiría en la presa de un violador. Ella iba en bicicleta y tenía como destino el refugio municipal (que se conoce también como canera), en la zona oeste de la ciudad de San Luis. Allí cumple funciones de 7 a 13, algunos días de la semana.

El ataque sexual que sufrió generó preocupación por la inseguridad a la que están expuestas muchas mujeres cuando salen de sus casas a plena luz del día. A diario se conocen asaltos y arrebatos de motochorros en la vía pública, pero de situaciones como estas no hay demasiados antecedentes, al menos por ahora.

El escenario donde el lunes 22 de noviembre abusaron sexualmente de una empleada de la Municipalidad, con 20 años de servicio, es un trayecto rodeado de campos, y que es literalmente un basural.

Para llegar a destino debe transitar una bicisenda de asfalto y luego un tramo de tierra. En la zona hay escombros y animales muertos. En una zona donde cualquier vecino lleva y deja allí sus desperdicios. Cuando El Chorrillero recorrió el lugar había, inclusive, un viejo colchón.

No había forma de que alguien pudiera escucharla, o salir a defenderla. Hay muy pocas casas cerca, porque la mayoría es todo campo. Estaba a unos 40 metros de su trabajo cuando un sujeto hizo que frenara su marcha.

En la denuncia que radicó en la Comisaría 4°, la víctima relató que de su hogar, en el Barrio 9 de Julio, salió a las 6:30. Cuando ya había transitado la bicisenda y estaba en el camino de ingreso a su lugar de tareas un hombre con gorra negra y cara descubierta, se le cruzó en su camino. “Buen día señora”, le dijo, entones ella le respondió lo mismo creyendo que todo eso era normal. Pero solo bastaron unos segundos para que el desconocido mostrara cuáles eran sus intenciones: la empujó de la bicicleta y comenzó a agredirla sin piedad.

Ingreso a la bicisenda.

“Quedate quietita, quédate callada, no mires”, le advirtió el agresor. La arrastró hasta un canal entre medio de las malezas y le fue sacando la ropa. “Primero me acarició los pechos y luego me bajó el pantalón. Me cubrió la cabeza con mi remera”, consta en el dramático relato que ofreció ante la Policía, donde detalló todo el padecimiento y la tortura. El sujeto le revisó la mochila y encontró una soga que ella usa cuando trabaja con los animales. Con eso le ató la mano izquierda con el pie para dejarla inmovilizada.

Durante el abuso, le golpeó una y otra vez la cabeza contra el piso y le ajustó alrededor del cuello las tiras de la mochila. “Le pido que me dejara respirar porque estaba embarazada y me dijo ‘callate son metiras volvés a hablar y te pego una puñalada’. Y me vuelve a pegar, y quería ponerme la soga en el cuello y yo pedía que me dejara, y me ponía la cabeza contra el suelo y me golpeaba para que no lo mirara. Me dice quédate quietita porque ‘te voy a matar’”. Todo el tiempo la amenazó con quitarle la vida, y también con que iba a secuestrarla.

El trayecto por la bicisenda.

En su relato señaló que en un momento el sujeto simuló estar “hablando” por teléfono con su jefe: “Acá está, la tenés lista”. Y también preguntó si iba ‘a venir en la camioneta negra’ y que ‘se apurara’.

Después de someterla sexualmente, le cubrió los ojos con la remera y escapó.

Cuando ella logró desatarse, se vistió como pudo y salió de ahí. En el descampado estaba tirada su bicicleta, se subió y empezó a pedalear. Se encontró con un joven y le pidió ayuda: pero le dijo que no podía hacer nada porque estaba esperando a su mujer y su hijo. Siguió hasta la Avenida V Centenario y las fuerzas la vencieron; entones se sentó. Un vecino la encontró y avisó a la Policía. Llegó una ambulancia y la trasladó al Hospital.

El abusador es de contextura física delgada, de 1,65 aproximadamente y de tez trigueña. Vestía una remera manga corta a rayas y un pantalón jogging negro. Por la violencia y el trato que usó, ella supone que estaba bajo los efectos de alguna droga, y que su acento era “puntano”. Le robó el teléfono y $160.

En todo el tramo que hizo desde su vivienda, no hay una sola cámara de seguridad. Ni tampoco policías que custodien como en otros sectores de la ciudad.

El lugar del abuso.

Ese día y a esa hora, la inseguridad puso a la mujer al borde de la muerte. Y encendió una alarma.

Dos meses después no se sabe qué avance hay en la causa. Cuando El Chorrillero consultó a la Policía, no se brindó información en ese momento.

Informe: Facundo Rebol

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