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“Que coman ellos, aunque nosotros tengamos que tomar mate”, el sacrificio de las madres para que sus hijos no pasen hambre

Esa realidad se vive en los barrios vulnerables, de cualquier punto de la ciudad, y es cada vez peor: la falta de trabajo y el hambre, aprietan tanto que ahorcan. Los comedores son el socorro para muchas familias que no tienen que comer, ni mucho menos la leche para que los más chicos crezcan sanos.

“No alcanza. Cuando mis hijos comen nos preguntan ‘¿por qué no comen ustedes?’, y le decimos que no tenemos hambre. Siempre tratamos de que ellos tengan un plato de comida, aunque nosotros tengamos solo para tomar mate”. Así y entre lágrimas, Cristina Rosales retrató el crudo escenario que afronta su familia en una casita del Barrio República. El desempleo y el hambre tienen inmersos a miles de niños sanluiseños.

Cristina es madre de Emilia, Milo y Gabriel. Su esposo es albañil. Un poco antes que comenzara la pandemia, por la falta de trabajo ya no pudieron pagar el alquiler y a través de su padre consiguieron un lote en el barrio. En ese momento un bebé venía en camino. Al principio, era “un refugio”, una especie de rancho de madera y nylon, hasta que pudieron levantar una pieza. Ahora habitan en una casa con aroma a flores y señales de puro sacrificio.

El República es uno de los barrios populares que tiene la ciudad, distante a cinco minutos del centro; los vecinos viven desde hace muchos años una realidad casi siempre cruel. Al margen de todas las necesidades que tienen, “hay mucha hambre”, y es más preocupante. Eso se siente, y se ve cualquier día que se camine por las calles. Los comedores y merenderos cumplen un papel fundamental. Son la caja de resonancia del dolor y del padecimiento de las madres que buscan con desesperación la comida para alimentar a sus hijos; porque la plata no les alcanza y las alacenas están vacías.

Cristina le contó a El Chorrillero su historia. Los momentos cuando pensó “en quitarse la vida” y el esfuerzo de cada día para salir adelante. “Mi marido hizo un horno de barro afuera, él hace el pan y yo salgo a venderlo”, dijo, y a eso acuden cuando la plata se acaba.

Recordó un poco más de esos momentos dolorosos cuando “el ruido de las tripas” la obligaban a armar “un escenario mágico” para que sus hijos no se dieran cuenta que iban a pedir a la panadería o cualquier otro lado un poco de alimentos, y simplemente creyeran que salían a dar un paseo.

Cristina junto a uno de sus hijos.

“En un momento, pensé en bajar los brazos, en decir capaz que con otras personas mis hijos van a estar mejor, sin mentirte llegué a colgarme en uno de los palos para ver si me aguantaba el peso. Porque ver que les faltan los pañales o no tener que comer, es desbastador”, sostuvo.

Es beneficiaria del Plan de Inclusión, y con lo que gana, no le alcanza para llegar a fin de mes. “Fui con $6 mil, que es lo que nos quedó para comprar y no traje nada”, relató. Además ocupa algunas de sus horas para ayudar a atender a las personas en uno de los comedores de Cáritas, donde le dan mercadería. Por eso, ahora tiene siempre algo guardado para prender la olla.

A través de la Asignación Universal por Hijo también recibe una ayuda del Plan 1000 Días (que pretende proteger, fortalecer y acompañar el cuidado integral de la vida y la salud de las personas gestantes y las niñas y los niños en sus primeros 3 años). En concreto, son $800 que le deposita (a partir de marzo de este año) el Gobierno nacional cada mes para que se destine en la compra de leche. Con esa plata cualquiera de las madres sabe que solo podría comprar un kilo, o un poco más según la calidad, la marca. Ni más ni menos que un ajuste.

“Ese kilo lo utilizamos en una semana, reduciendo el consumo porque ellos toman a la mañana, a la tarde y a veces por la noche”, detalló.

¿Pero qué es lo que ocurre? La realidad exige priorizar, y lo urgente es la comida. “Con $800 haces un almuerzo. Un kilo de trozado de pollo te sale $300, el kilo de pan está a $200 o más, a eso le sumas un paquete de arroz, un jugo, dos frutas, y esa es la comida de un día”.

Antes de los $800 se entregaba 2 kilos mensuales de leche por niño hasta los dos o cinco años. Para quienes registraban bajo peso o riesgo nutricional, se distribuía un kilogramo adicional. Eso ya no existe más.

Cristina dijo que no es la única mamá del barrio que pasa por lo mismo, y que incluso hay casos más delicados: “Cuando vas a la panadería está la fila para poder comprar y otra fila de gente esperando para que les den el pan, que no tienen el dinero”.

Cientos de madres están afectadas por la pobreza, y las consecuencias influyen y golpean en la calidad de vida de sus hijos, en el crecimiento y su desarrollo.

Las familias que habitan los asentamientos o los llamados ahora “barrios populares” de la provincia en su mayoría son numerosas y el único ingreso proviene de planes sociales o changas, lo que implica que sus entradas económicas no superen los $30 mil.

La Canasta Básica Total (CBT), que define el nivel de pobreza, registró en abril un aumento del 6,2%, respecto de marzo, y la Canasta Básica Alimentaria (CBA) un 6,7%. Un grupo familiar (integrado por cuatro personas) necesitó ingresos mensuales de $95.260 para no ser considerados pobres y $42.527 para no encontrarse en situación de indigencia.

Claudia Domínguez tiene tres niños, y se volvió “una malabarista” a la hora de conseguir la leche a sus pequeños. No tiene trabajo y subsiste “gracias a los comedores”.

Claudia contó que los comedores la ayuda con la leche para sus hijos.

“Un litro de leche se lo terminan en un día. La caja en polvo a veces no me dura más de dos días”, contó.

Roxana Dutto, presidenta de la Asociación de Pediatría de San Luis describió que los más chicos deben ingerir a partir de los dos meses hasta el año, al menos, cinco mamaderas diarias. “Debemos evitar alimentarlos con leche de vaca. Pero hay que tener en cuenta que a la gente más humilde no le queda otra, eso existió siempre”, destacó.

La leche que se recomienda a los niños cuando llegan a este mundo, es imposible que puedan consumirla si esos pequeños nacieron en un barrio popular privado de todo. En el República o en el Eva Perón II, la leche a la que pueden acceder es la que entregan los comedores. Siempre en polvo, y la más económica, la que llega de donaciones.

Solo para tener una idea, el alimento que debería consumir un recién nacido hasta los 6 meses implica un gran presupuesto al mes. Para citar algunos ejemplos, la marca Nidina 1 de 200 gramos cuesta $150,50 y la de 800 gramos $1000; la Sancor Bebé 1 de 500 gramos se consigue a $260 y la de 800 gramos a $2165. Otras como Nutrilón 2 de 800 gramos está a $9.969 y la Vital AR de 400 gramos a $4.783,50.

Los menores son los más vulnerables en el contexto de pobreza debido a su dependencia física, emocional, económica y social. Miles de niños, niñas y adolescentes sufren la falta de comida diaria.

Niños en el Barrio República.

Las cifras frías de los micro-datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del cuarto trimestre de 2020 de INDEC revelaron cuál es la realidad más dura: 7 de cada 10 niños puntanos son pobres.

Afortunadamente la solidaridad no se termina. Y solo por eso los comedores no cierran sus puertas. A diario combaten el hambre como a un enemigo.

Natalia Ahumada tiene desde hace siete años el comedor “Corazones Solidarios”, en el República. Mientras preparaba un guiso con alitas de pollo y los niños se acercaban a retirar sus viandas, contó que en estos años de pandemia, las donaciones “bajaron”, y que al mismo tiempo ante el escenario económico aumentó la necesidad. Muchos de los que antes ayudaban se quedaron sin trabajo y ahora les falta el dinero.

“En cuanto a la merienda, le damos el paquete de leche a los chicos, una semana le toca a cierta cantidad, y a la siguiente semana le repartimos a los otros. Desde mi punto de vista prefiero que tenga toda la leche y no darle una sola taza hoy”, señaló.

“A partir de la pandemia mucha gente de San Luis que alquilaba, se quedó sin trabajo y se vino para acá”, recalcó. También contó cómo le “estalla” el celular cuando avisa por las redes sociales que viene al barrio: “¿Hoy traés la comida?”.

Natalia es un socorro. Las madres son quienes más piden ayuda, y más aún cuando sus hijos tienen capacidades diferentes: “La leche especial es inaccesible para ellos, y por medio de Facebook yo publicó y siempre hay algún corazón solidario que nos dona”.

Ramón junto a su esposa también asisten con comida al vecindario. Abrieron el comedor casi con el aislamiento que obligó el coronavirus. “Les damos de comer a 120 chicos. Y como no conseguimos los alimentos en la cantidad necesaria, solo entregamos los martes y jueves, o lamentablemente cuando tenemos”, dijo.

Expuso que son muchos los padres que no comen para priorizar la alimentación de sus pequeños: “Los papás tienen que hacer esos sacrificios porque primero están los hijos. Ellos se lamentan porque no hay trabajo, no consiguen, si bien algunos tienen los planes sociales, no puede construir muchas cosas con lo que cobran”.

Del otro lado, la misma historia

María tiene tres hijos y vive desde hace 25 años en el Barrio Eva Perón II, al norte de la ciudad. Es una barriada donde también se ve la pobreza. “La estamos padeciendo bastante, es complicado todo, con el sueldo que nosotros cobramos no podemos ni siquiera ir hacer la compra del mes porque si comprás, no pagás la luz”, dijo, y de ese modo expuso su historia que es la misma de muchísimas otras mujeres.

Para conseguir alimentos asiste al comedor Estrellita de Belén que funciona hace 14 años en ese barrio.

“Tenés que elegir, o comés vos o comen los chicos”, sentenció. María enfrenta la maternidad sola, y por eso sabe que no le puede faltar fortaleza.

Solange es otro caso, que cuando no tiene, se acerca al comedor. “Hay que pagar los impuestos, también contar diariamente con los gastos de la escuela, que suelen pedir cosas que los niños necesitan, además de la ropa que hay que comprarles. Nosotros hace más de cinco años que nos vestimos con las donaciones que recibe el comedor”, aseguró.

Niños del Barrio Eva Perón que van a los comedores para llevarse su plato lleno.

El hambre no perdona y los comedores que siempre se ocupan de alimentar a sus vecinos también padecen la crisis y luchan en desventaja por sobrevivir. 

Natalia Buss se ocupa y preocupa de cocinar todos los lunes, miércoles y viernes. También de entregar la merienda, y con una donación de 25 kilos de leche, a lo largo del mes preparan 40 litros.

“Acá en el comedor por la demanda de la leche, llevan en botellas. Por ahí me pide alguna mamá que le convide leche y le doy una bolsita. Hay nenes chiquitos que toman seis mamaderas y si toman a la noche es un poco más, no alcanza. Yo quisiera que el presidente compre con esos $800 leche para su bebé y vea si le alcanza para todo el mes”, apuntó.

Los pequeños que buscan la comida para llevar a casa.

Natalia es testigo de las mamás que tienen tres o cuatro nenes, que están solas y que cada 15 días se acercan a buscar leche y pañales; o de otras que están embarazadas y no tienen ni ropa para el bebé. Mientras cocina platos de arroz con salchichas para los niños, es el oído de los que sufren, tiene los ojos que lo ven todo y por eso sabe del hambre que habita en su barrio.

Con la colaboración de Catalina Ysaguirre. Fotos: Marcos Verdullo; video: Víctor Albornoz; Edición: Juan Ledesma

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