Un amor que nació en pandemia y que tuvo su "¡Sí, quiero!" a 10 metros de profundidad
Sofía y Damián son dos porteños que se conocieron por Instagram cuando el coronavirus nos tenía encerrados. Ya como pareja, viajaron a las Cataratas del Iguazú -siempre el agua presente- donde ella se propuso enseñarle a nadar. Tan buenas fueron sus lecciones que meses después hubo boda, a 10 metros de profundidad, en las costas de la isla San Andrés.
Aire. Tierra. Agua. Fuego. Sofía y Damián tienen los cuatro elementos. Se conocieron en la nube, chateando por Instagram durante la pandemia; aprendieron a quererse cuando por fin se encontraron cara a cara; se casaron bajo el agua, a 10 metros de profunidad, en los alrededores de la isla San Andrés, en el Caribe colombiano; y aseguran que el amor quema, aunque ya no esté de moda casarse y los vínculos sean más lábiles e inestables.
Damián Buonamico tiene 39 años y es ingeniero en sistemas. Sofía Calelo, 28, y está haciendo las últimas materias de la misma carrera. Se conocieron durante el encierro. La cuarentena dura sólo les permitía chaterar y hacer alguna que otra videollamada. Cuando la pandemia aflojó pudieron conocerse y salir a recorrer la ciudad de Buenos Aires. Y todo lo que se insinuaba ocurrió.
“Yo le propuse casamiento en un viaje que hicimos a Cataratas, ya rodeados por el agua”, asegura Damián a Télam. Entre risas, Sofía agrega: “Pero era un casamiento convencional, porque a él no le gustaba nada el agua, ni siquiera sabía nadar. Fue después que se nos ocurrió lo otro y terminamos casándonos debajo del agua”.
En el fondo del mar
Sofía amaba el agua. Damián le temía. Sólo pensar en sumergir la cabeza en una pileta de natación le horrorizaba. Pero de la diferencia también nace lo que transforma. “Ella, con mucha paciencia, me empezó a enseñar a nadar, y yo poco a poco fui perdiéndole miedo al agua”, recuerda Damián. “Pensé: Si lo hago nadar, me caso. Y me terminé casando”, suma Sofía a Télam entre risas.
Lo que el agua había unido ya nada podía separlo. Y los primeros chapoteos en un natatorio porteño dieron lugar a la profundidad “¿Y si hacemos buceo?” “¿Por qué no?”. Entonces el amor, que cuando no mata fortalece, sembró un nuevo horizonte. En diciembre de 2021, ellos, que habían prohijado el encuentro con los susurros de la piscina tuvieron por fin su certificado para poder bucear en aguas abiertas.
“Un amigo mìo se casaba en Colombia y nos invitó. Nosotros ya estábamos planenando nuestro casamiento y dijimos: ‘por qué no nos casamos nosotros también allá, pero debajo del agua’”, asegura Damián.
Y agrega: “Contactamos a distintas operadoras de buceo para contarles lo que queríamos hacer. Pero ninguna había hecho eso antes. Habían organizado inmersiones para pedir la mano, eso sí, pero nunca una boda debajo del agua. Hasta que aparecimos nosotros con la idea y una de esas operadoras aceptó organizarlo”.
"¡Sí, quiero!"
Si lo vamos a hacer hagámoslo bien. Y así lo hicieron. Sofía tuvo su vestido de novia, su ramo y su anillo. Damián la camisa, el moño y el pantalón con tiradores. Ambos: antiparras, tubos con óxigono y patas de rana. También hubo un arco con tules amarillos y flores y un buzo que hizo las veces de juez sosteniendo un cartel que decía: “Bienvenidos al casamiento subacuático de Sofía y Damián”. Todo a 10 metros de profundidad, en el mar Caribe.
Es 18 de enero de 2022. Es la isla San Andrés, Colombia. Entonces Sofía y Damián muestran sus documentos de identidad y se toman las manos para empezar la ceremonia. Es ahí cuando se hacen las preguntas de rigor, impresas en hojas blancas rigurosamente plastificadas: “Damián, tomas a Sofía como esposa, para cuidarla, respetarla…”; “Sofía, tomas a Damián por esposo, para cuidarlo…”
Cada uno a su tiempo muestra un cartel: “¡Sí, quiero!”. Entonces uno pone en un dedo del otro el anillo que sella el compromiso, intentando no ser víctima de los movimientos del mar. Y el otro lo imita. Es ahí cuando hacen lo más parecido a "un gestito de idea" para indicar qué sí, que quieren y que allá abajo también está todo bien. Hasta puede verse la felicidad de ambos porque los pómulos de ella (y los de él) se inflaman todavía un poco más.
Es el momento en que son declarados “marido y mujer subacuáticos”. Se besan como sólo se puede besar en el fondo del mar: despiendo por la boca y la nariz incontables burbujas que parecen de cristal. El flamante matrimonio encuentra testigos involuntarios en dos mantarayas que comparten el rito con parsimonia e indiferencia.
Entre corales
“En el buceo es importante ir con alguien, por seguridad, por la de uno y por la del otro, y yo sentí que cuando nos casamos bajo el agua elegimos eso, compartir y a la vez cuidarnos uno al otro”, reflexiona Sofía sobre los motivos que llevaron a la pareja a celebrar una boda subacuática.
“Es la importancia de cuidar al otro, porque bajo el agua hay que estar monitoreando no sólo cómo está uno sino también el otro, tu compañera, desarrollando además la capacidad de confiar; por eso durante la ceremonia compartimos aire, una forma de mostrar el cuidado por el otro que está muy buena y, en mi caso, también de asumir el desafío de superar el temor al agua”, suma Damián.
Pero la flamante pareja estuvo lejos de estar sola en la profunidad del mar. Como testigo involuntaria estuvo la naturaleza, con sus peces y corales, con sus aguas límpidas y arenas blancas. “Las aguas alrededor de la isla San Andrés son un paraíso natural, estábamos rodeados de una flora y una fauna increíbles”, acota Damián.
“Estar ahí para nosotros -suma Sofía- no solo tuvo que ver con descubrir sino también con aprender, por ejemplo sobre el cuidado de los corales, sobre el fondo del mar, sobre los peligros del plástico que se acumula en el lecho marino. Se nos abrieron puertas que no conocíamos y que nos hicieron estar mucho más conscientes de la necesidad de cuidar el medio ambiente y de respetarlo”.
Además, cuenta que “durante la ceremonia se cuido mucho no invadir ni alterar el mar más que con nuestra presencia, por eso la poca escenografía que utilizamos para la boda fue retirada apenas concluyó la ceremonia; todo estuvo muy cuidado”.
Un profundo secreto
Después del agua, el aire y la tierra. El flamante matrimonio mantuvo el equilibro de los elementos y el 27 de marzo pasado se casó en tierra firme. La boda fue convencional, pero tuvo una sorpresa. Nadie sabía que los contrayentes ya estaban casados. Y mucho menos que se habían unido debajo del mar. Se enteraron cuando se proyectó el anunciado “video sorpresa”.
“Mantuvimos en secreto lo que habíamos hecho. Todos esperaban ver un saludo o algo así y se encontraron con nosotros casándonos debajo del agua. Nadie lo podía creer”, recuerda Damián. Entre risas, Sofía agrega que había invitados que preguntaban “si tenía validez lo que habíamos hecho”.
¿Por qué casarse debajo del agua? Para Damián, hacerlo “tiene una símbología muy especial, más allá de dónde sea; lo importante es que tenga un significado, que represente la unión de dos personas”.
Para Sofía, la boda subacuática supone “un compromiso de dos, hacerlo irremediablemente juntos, preguntarse si realmente se puede hacer y poder llevarlo adelante refuerza la confianza en tu compañero de vida”.
Sofía y Damián creen que el agua llegó para formar parte de su proyecto de vida juntos. “Por el momento quiero seguir buceando e ir descubriendo qué más se puede hacer debajo del agua”, dice ella. “Podemos tener hijos debajo del agua”, apunta él. “No lo pensé todavía, pero podría ser una posibilidad”, remata ella con picardía.
Un silencio nuevo se abre paso en la conversación. Sofía y Damián se miran como tantas otras veces. Pero ahora no hace falta que digan nada. Como cuando se dijeron que sí en el fondo del mar. Como debajo del agua. (Télam)