Las historias detrás del hambre y un trabajo de lucha contra el consumo de drogas que llegó a las escuelas de San Luis
Funciona en la Capilla Nuestra Señora de Las Gracias, en el Barrio Sargento Cabral. Recientemente inaugurado teje lazos para dar respuestas a los flagelos que más golpean a la comunidad. Desde los que no tienen para comer hasta la droga que acecha a la vuelta de la esquina y enferma a personas cada vez más jóvenes.
Los hogares de Cristo son una iniciativa de la Iglesia católica para contener a quienes padecen el flagelo de las drogas, y tuvieron su origen en las villas y barrios populares de Buenos Aires. Esa labor que a nivel nacional tiene más de una década, hoy se replica en San Luis bajo el mismo propósito. Son una respuesta a situaciones de vulnerabilidad social y consumo de sustancias psicoactivas en las ciudades donde la demanda crece y necesita ser respondida.
Cuando Cristian entendió que había un motivo más allá de lo que su vida le permitía ver, su determinación lo sacó de las drogas. Nació en Buenos Aires y desde hace tres años está radicado en San Luis. Ahora es parte de un grupo de personas que se prepara para contener los dolores que tiene la sociedad.
La edificación más bonita que sobresale en el Barrio Sargento Cabral es la Capilla Nuestra Señora de las Gracias, que depende de la Parroquia La Merced. Si por algo se conoce ese lugar es por la huella que dejó la madre Paulina: muchísimos todavía la recuerdan cuando repartía los alimentos casa por casa. Con ella comenzó todo. En esa comunidad, la Iglesia Católica logró darle vida al comedor Santa Madre Teresa de Calcuta que ya tiene 20 años. Con el tiempo esas paredes se convirtieron en una caja de resonancia que concentraba historias de dolor y necesidades. El hambre, que se agravó con la pandemia, y la droga que gana un terreno ya incalculable son problemas grandes.
“Sentían esa impotencia de no poder hacer nada; y no es que hemos venido a resolver todo, porque son situaciones muy complejas, pero sí al menos hoy hay un espacio donde las personas pueden venir, plantear su situación, donde van a ser escuchados, acompañados. Era un anhelo de hace mucho tiempo, pero para hacerlo realidad debían darse muchas condiciones, entre ellas que una comunidad como esta nos acoja. La propuesta fue aceptada por el sacerdote Lázaro Vega”, contó Eliana González, para presentar en sociedad un proyecto centrado en la prevención de las adicciones. Esa idea es la que se lleva adelante en el primer Hogar de Cristo, abrazo de Madre que el 18 de julio abrió sus puertas.
“Si bien somos un grupo pequeño, tenemos la suerte de ser parte de una familia muy grande que está en todo el país”, insistió, y explicó que el nombre del Hogar representa todo lo que quieren dar: “Ese abrazo de madre que acoja, que acompaña sin preguntarnos las heridas, ni hacer cuestionarnos, sin pedirnos pasaporte de nada; acompañar la vida de las personas que están sufriendo”.
El comedor, que en el último tiempo fue testigo de cómo creció el consumo de drogas y la cantidad de personas en situación de calle, sumó con el Hogar de Cristo otro pilar para mantenerse y atender a los que están sufriendo, a los que no tienen nada, ni un hogar, ni un plato de comida, y que creen que en el camino de ese sufrimiento perdieron hasta el amor así mismos. Funcionan en el mismo edificio, uno al lado del otro, en Ayacucho 2083, donde está el templo celeste y blanco con campanario amarillo, donde el primer recibimiento es la imagen de la Virgen María, donde potencian un trabajo desde el corazón.
“La droga la vemos cada vez más en personas más jóvenes, en niños te diría. Eso es creciente y preocupa, primero porque genera la impotencia de aquellos que no pueden hacer nada o no saben cómo, y después porque genera inseguridad y dolor por el estado en el que están esos jóvenes”, dijo González, que es psicóloga y profesora de la UNSL. Con esas palabras planteó cómo es una de las más dolorosas realidades. En medio de este contexto está convencida que insistir en la prevención es la clave.
Contó que se trabaja en coordinación con el Centro Provincial de Adicciones (CPA) que actualmente “atiende una demanda que está colapsada”, pero tuvo en cuenta que más allá de las acciones que puedan llevar adelante los estados “hay mucho para hacer” como personas, instituciones u organizaciones: “Mirar qué le está pasando a esa persona, acogerla, a veces no solo con un plato de comida, sino con un saludo, una palabra. Son gestos pequeños que cambian la vida de la persona, porque eso les da dignidad. Pensá que los que andan por ahí en la calle es lo que no tienen o creen no tener, porque lo perdieron todo o porque a nadie les importa”.
Sostuvo que “lo ideal es trabajar el problema de las drogas en redes”, y sobre todo hablar “abiertamente” de lo que está pasando en San Luis.
Los chicos conviven con las drogas cuando salen a bailar, cuando caminan por el barrio y cuando están a la escuela. “Te sorprenderías de las cosas que te cuentan”, reveló.
Lo menos común es que vean pasar cualquier tipo de sustancia en los locales nocturnos que visitan el fin de semana, que “es donde buscan y consumen”. Ahora también, y casi de manera naturalizada, se la chocan en el contexto escolar: adentro del edificio o afuera. “Ya sea porque un hermano mayor le dio y llevó, o el que vende está ahí, o a la vuelta de la esquina y sabe que tiene la clientela asegurada. Realmente es muy serio, pero el problema no son los chicos, sino el adulto que entregó esa droga”, puntualizó.
“El ingreso a ese mundo es muy problemático, y lo importante es no ingresar. Pero para no ingresar tiene que ser una opción, y para eso tiene que hablarse antes, tenerlo claramente instalado. Pero no está instalado, de la droga no se habla y ganó terreno. Si estas cosas no se hablan estamos a años luz de abordar la problemática”, añadió González. Sostiene que en algunas escuelas “se intenta”, pero en muchas familias ese diálogo todavía no se logra.
Los chicos ven y después cuentan, muchos de ellos buscando una respuesta porque saben que eso está enfermando a sus hermanos, a sus amigos, a sus compañeros de la clase. Y las autoridades ¿Qué hacen? ¿Qué hicieron para cambiar esa esa situación en los lugares donde fueron advertidos? ¿Están entendiendo el mensaje de los jóvenes, o están mirando para otro lado?
En mayo de este año se conoció que un grupo de alumnos de entre 10 y 11 años llevaba envoltorios y vendía drogas a un colegio de Paraná, Entre Ríos. Eso puso al descubierto una actividad que intenta pasar desapercibida entre el alumnado y los funcionarios policiales y judiciales.
La Asociación Antidrogas de la República Argentina (AARA) difundió que existen cerca de 15 mil estudiantes que se dedican a comercializan estupefacientes dentro de escuelas del país y que tienen como destinatarios a sus propios compañeros. "Desde hace un tiempo el narcotráfico viene tratando de poner en las escuelas vendedores de drogas que concurran, o sea alumnos. Así se empezó con los chicos de cuarto y quinto año en su momento y esto fue un éxito, porque de esta forma no necesitaban poner un vendedor minorista en la puerta de las escuelas, que podía ser identificado por las fuerzas de seguridad. Un alumno pasa desapercibido, y si es consumidor mejor porque de esa manera puede sostener su consumo", explicaron desde esa entidad.
En San Luis también pasa eso. Pero no se habla. Queda puertas para adentro ¿Por qué?
En algunas instituciones sanluiseñas descubrieron que los estudiantes llevaban brownies con marihuana para compartir. Pero eso también debió ser "top secret", y no trascendió más allá de las aulas.
“Quiero que nos escuchen y esto no quede en la nada”: fue la frase que llevó una de las alumnas de la Escuela Generativa “Profesor Guillermo Visco” a una sesión que el Concejo Deliberante de la ciudad de San Luis realizó en el Barrio 500 Viviendas Norte. “Vemos la venta de droga en las esquinas, están los jóvenes consumiendo drogas ilegales”, plantearon, después de un relevamiento que hicieron a alumnos y vecinos de la zona, y que fue parte del proyecto “Representando a mi barrio en el rol de funcionario”.
“El consumo es una realidad, y hay familias donde todos tienen el mismo problema”, contó González que potencia su trabajo en el Hogar de Cristo junto a un grupo de 10 personas. Están enfocados en dos talleres. Uno que funciona los jueves a las 17 para “escuchar situaciones de problemas de consumo, a jóvenes o familias”, y el otro los miércoles a las 11, que está destinado a las mujeres con problemas de violencia familiar, y necesidad de ayuda y asesoramiento.
En la reunión de los jueves se habla de misericordia, de empatía, de acompañamiento espiritual, de comprender desde el corazón, desde una cuestión espiritual que fortalezca, que ayude a sanar a los que están rotos por las adicciones, que sea un granito de arena para construir una sociedad mejor.
“Para todos es importante sentirse amados. Para alguien que la pasó mal en la vida, que está en la calle, que sufrió exclusión por las adiciones, que quizás se olvidó que es amado, o que viene de experiencias familiares duras. Acá se ama, con lo poco que tenemos. Eso muchas veces hace el clic para que la persona cambie de vida. Salir del consumo es difícil, y si uno no encuentra un sentido más allá, seguramente me quedo ahí dando vueltas una y otra vez”. De ese modo, González graficó por qué se movilizan, y por qué esta tarea nunca va a ser en vano: “Son muchas las historias que vemos todos los días, la que recibe el comedor, todas se parecen y detrás de cada una hay dolor, entonces es ahí donde nos interesa llegar, porque se merecen lo mejor de nosotros”.
Los esfuerzos también están concentrados en la refacción edilicia. Empezaron por el techo y quieren acondicionar el baño y dos habitaciones. Para todo esto todavía están recibiendo donaciones de material y pintura. Para colaborar solo hay que comunicarse al 2664487954.
Lilian Rodríguez es una de las encargadas del comedor que de lunes a viernes prepara cerca de 100 viandas de comida, y que se sostiene con donaciones de particulares. En el interior hay un fuerte mensaje religioso y de esperanza. Como si las paredes dijeran que “no todo está perdido”, o “que se puede salir adelante” pareciera que abrazan. Allí regalan sonrisas.
“El padre Lázaro Vega, quien con la hermana Paulina y muchas otras personas crearon todo esto, quiere que vuelva a funcionar de manera presencial, pero vamos a esperar que pase esta época invierno y de gripes”, contó. En diferentes tandas se juntan a comer en el salón grupos de 20 personas o 30 personas de diferentes edades, pero con realidades similares: “Los que están de paso, los que están en situación de calle, los chicos que no van a la escuela, y hasta la gente del Plan”.
La pandemia dejó una crisis profunda, como en otros barrios de la capital. Las puertas de esa cocina no se cerraron nunca porque había que responder a una demanda que casi se triplicó. Para retirar la comida todos comenzaron a llevar sus tapers. “Era impresionante ver cómo la fila daba vuelta la manzana. De repente teníamos 250 raciones, y volvíamos a preparar más fideos, o lo que había”, recordó.
Allí funciona un ropero y también ofrecen la posibilidad para que las personas sin hogar puedan bañarse y ponerse ropa limpia. “Acá siempre se necesita, desde un shampoo a una toalla que no usen, ropa interior calzado. Lo que recibimos es por caridad. Nos donan la verdura, los menudos de pollo. Así preparamos guisos, sopas, hígado con cebolla. Todo lo que llegue siempre es bienvenido”, expresó Lilian.
Adentro de la capilla se siente el olor a comida. Un aroma que los envuelve y transforma todo en la casita que muchos no tienen.
Videos: Víctor Albornoz
Fotos: Marcos Verdullo
Notas: Facundo Rebol
Edición de videos: Juan Ledesma