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Ella tiene Alzheimer y su marido desde hace 59 años “se pone lindo” cada día para visitarla y recordarle su amor

Edgar y Alicia se aman desde hace más de seis décadas. Aunque ella ya no pueda recordar nada, él se ocupa cada día de expresarle su sentimiento eterno. Catalina, su nieta, documentó la rutina de sus abuelos que se hizo viral en redes, y comparte la tremenda historia desde sus comienzos, pasando por el desencadenamiento de la enfermedad, hasta cómo lo viven hoy.

Esta historia se remonta al trolebús 307, que unía Palermo con Escalada.
Actualizada: 29/01/2023 14:06
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“Mi abuelo se pone lindo para visitar a mi abuela en su cuarto todas las mañanas / Él tiene 86, ella 82, y llevan 59 años de casados / La vida les jugó una mala pasada, y mi abuela se enfermó hace más de 15 años / A pesar de haber perdido su memoria y todos sus recuerdos, mi abuelo sigue siendo su cara conocida / Esta es su rutina todos los días, sin falta. Estamos convencidos que es lo que la mantiene acá con nosotros”, recita el video que hizo Catalina.

La mayor de sus nietas mujeres, mientras las imágenes van mostrando a Edgar peinándose para ir a visitar a su “novia”, que lo mira con unos ojos que hablan: “Si me preguntás qué es el amor, te digo mirá a mis abuelos. Esa mirada que dice todo sin necesidad de decir nada. Quédense hasta el final para reírse un poquito de un chiste típico de mi abuelo”.

Resulta imposible ver esta escena y no emocionarse. “Mirá quién vino”, le pregunta en cada visita Edgar a Alicia, “¿te acordás de mí? ¿Me agacho para que me des un besito?”. Y ella que ya no habla hace varios años, murmura con un hilo de voz que uno adivina como un “siii”.

La historia de Edgar y Alicia.

La ternura de él es de una extremidad que conmueve: le habla con la delicadeza y el amor que únicamente se le tiene a las cosas más preciadas de la vida, pero hechas persona.

“Permiso”, dice Edgar, mientras se va acercando al rostro de su mujer, “mirá que voy para allá eh”, y cuando hacen contacto y ella, por fin, le da un beso en la mejilla, él grita literalmente de alegría; le festeja; le juega; le hace cosquillas. “Ayyy… ahora te voy a dar un beso y ‘agarrate Catalina’…” festeja inmerso en ella, y en la alegría de poder disfrutarla. La sacude como a un bebé de 3 meses y estalla en una risotada, mientras los dos quedan en una hipnosis, como si nadie más existiera en el mundo, su mundo.

Si bien hay personas cuya cara de jóvenes ya no podemos imaginar, en el sutil instante que Alicia comulga con Edgar, resulta simplemente automático visualizarlos a sus 20, 30 o 40 años disfrutándose sin más. “Alicia, Alicia querida, Alicia de mi corazón -le canturrea un tango reversionado para su amada- no dejes de mirarme eh”, le pide.

“Qué linda que estás”, y con un tono más serio, tira, “¿Después tenemos sexo?”, ella, en su idioma, detona una carcajada. Es maravilloso que tengamos la risa. Es como un comodín. Funciona en cualquier sentido. Alicia, ebria de complicidad, se conecta por un instante único con el hombre de su vida. Y Edgar concluye, “sexo hot, del fuerte.”

No sólo dan ganas de quedarse hasta el final de la película, como pide su nieta para conocer la humorada de los tortolitos; su conexión genera un fuerte impulso de irse a vivir con ellos y escucharlos para siempre.

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