Se estrena “La ballena”, un relato que condena a su protagonista
Precedida por un sinfín de elogios para Brendan Fraser, se estrena en Argentina la película de Darren Aronofsky, por la cual el intérprete está nominado en la categoría Mejor Actor en los premios Oscar que se entregarán en Los Ángeles el 12 de marzo.
La película de Aronofsky tiene el guion de Samuel D. Hunter -autor de la obra de teatro homónima en que se basó el filme-, y trata sobre la vida y sobre todo las penurias de Charlie, un profesor de inglés que da sus clases de manera online y padece de obesidad mórbida.
La vida se reduce exclusivamente a su casa, casi sin contacto con el mundo exterior, salvo las visitas de su amiga Liz (Hong Chau), que también cumple la función de enfermera, y de un joven misionero de la Iglesia New Life (Ty Simpkins), que hace ingentes esfuerzos por superar su asco frente al aspecto del protagonista y trata de convertirlo a su fe.
Brendan Fraser
Debajo de toneladas de prótesis y maquillaje está Brendan Fraser, un actor que tuvo un momento de máxima exposición por su trabajo en “George de la selva” (1997), de Sam Weisman, y sobre todo en “La momia” (1999), de Stephen Sommers, “La momia regresa” (2001), también de Sommers; y “La momia: la tumba del emperador Dragón” (2008), de Rob Cohen; una trilogía que si bien fue exitosa también generó un consenso negativo sobre sus capacidades, que hizo que se lo subestimara y casi fuera descartado por la maquinaria hollywoodense.
Sin embargo, en esa época de popularidad de los comienzos de este siglo, Fraser también se las arregló para mostrar otras facetas de su talento al participar en producciones como “El americano impasible” (2002), de Phillip Noyce basada en la novela de Graham Greene en donde actuó de igual a igual con el gran Michael Caine; y “Vidas cruzadas” (2004), de Paul Haggis en donde interpretaba a un fiscal, que le valió el premio al mejor actor de reparto en los SAG.
Es indiscutible la capacidad y versatilidad de Fraser como actor, que en “La ballena” demuestra una vez más y aún con una agobiante caracterización para “dar” su personaje. Los problemas de la película van por otro lado.
Al menos en parte de la filmografía de Darren Aronofsky (“Madre!”; “El cisne negro”, “El luchador”) se puede rastrear una cierta fascinación por lo truculento que se encarga de subrayar meticulosamente y que en “La ballena”, esa característica se potencia sin ningún tipo de freno.
Para el director neoyorkino es importante mostrar lo que hizo el protagonista Charlie con su cuerpo de cerca de 300 kilos, algo así como un suicidio lento, doloroso y humillante a través de la descontrolada ingesta de comida chatarra, que se justifica en la obra de teatro llevada a una película -porque se trata de eso, una puesta teatral en formato de cine-, por el dolor que le provocó la muerte de un alumno que luego se convirtió en su pareja.
A esta tragedia se le suma el abandono a su mujer Mary (Samantha Morton) y principalmente su hija Elli (Sadie Sink), cuando eligió vivir el amor con su ex alumno.
Y aunque se trate de un guion ajeno y casi de teatro filmado, Aronofsky toma decisiones en la puesta discutibles, una mirada crítica que se cuela en varias partes del relato, como por ejemplo en el comienzo, cuando una cámara morosa toma al protagonista sentado de espaldas en su sillón y va revelando muy detenidamente que se masturba mientras ve un video porno gay y como consecuencia de su excitación, se toma el pecho y sufre un infarto.
Esta posición condenatoria respecto al personaje se complementa en varios momentos, como cuando se ve con un plano casi quirúrgico que se atraganta con un sándwich y se salva de morir por su amiga Liz -luego retoma la comida-, que una y otra vez le pide que se interne ante un final cantado e inminente, pero que Charlie se niega argumentando que no puede pagar el costo de un tratamiento.
Al personaje no se le permite ni un momento de placer o mínima felicidad en toda la película, porque según parece, Charlie dejó que el duelo tomara su vida y no merece compasión por el camino autodestructivo que tomó. Los únicos instantes de sosiego son cuando lee un ensayo sobre Moby Dick, de Herman Melville, la novela angular de la literatura estadounidense pero que en “La ballena”, adquiere el carácter obvio de establecer un paralelo entre el cetáceo del cuento y la morfología del protagonista.
El dolor del personaje, la incomprensión ante su tragedia, la relación que establece al final con su hija ya adolescente, son algunos de los puntos a favor de la película, que tiene en la interpretación de Brendan Fraser y su mirada infinitamente triste y a la vez aniñada, como lo mejor del relato. (Télam)