Crónica de una mañana de pesadilla en el Banco Nación
Miles de puntanos sufren la mala atención del agente financiero que eligió el Gobierno para congraciarse con el kirchnerismo. Filas eternas, problemas operativos y el desdén de la entidad es lo que viven los clientes y en particular los empleados públicos.
“Estoy hace más de dos horas esperando que llegue mi número, pareciera que los escritorios no se desocupan nunca…”, dice Alicia con resignación. Sabe que ya no llegará a su trabajo en Terrazas del Portezuelo, aunque allí todos entienden que ir a hacer un trámite bancario significa perder el día entero, por lo que nadie la va a extrañar. “Hace ocho meses que pedí una tarjeta de crédito, vengo una vez por semana y nunca llega”, es la queja de Ricardo, que se ve obligado a pagar con débito o en efectivo, “y a veces no tengo la plata en la cuenta”. “El Supervielle también tenía problemas, pero esto es el colmo”, agrega una maestra jardinera que había salido corriendo del colegio para llegar antes de las 13.
Son tres casos de los miles que uno encuentra con solo ingresar a la sucursal del Banco Nación de Pringles y San Martín, que es un hormiguero de 8 a 13, todos los días hábiles. Nada parece peor en estos momentos en San Luis que tener que ir a una sucursal del principal banco estatal. Largas filas que no avanzan, instrucciones poco claras de los empleados y números con esperas eternas simplemente para hacer alguna consulta, sin contar lo que cuesta encontrar un cajero con poca gente, son situaciones diarias que tienen a los puntanos al borde de un ataque de nervios.
El súbito enamoramiento que tuvo el gobernador Alberto Rodríguez Saá con el kirchnerismo lo terminaron pagando caro los habitantes de San Luis que trabajan en la administración pública, y como consecuencia también quienes tenían una cuenta en el Nación previamente, que de golpe se vieron invadidos por hordas de nuevos clientes.
Entre las medidas que tomó para congraciarse con Cristina Kirchner y sus huestes después de haber despotricado contra ella en sus dos períodos como presidenta, estuvo la de cambiar el agente financiero: le sacó las cuentas públicas al Supervielle y se las entregó en bandeja al Nación, aunque no tuviera la infraestructura adecuada para atender a tanta gente de golpe. Total, él y sus acólitos no hacen trámites bancarios, tienen la vida solucionada en la burbuja que construyeron a su alrededor. Eso les hizo perder, hace rato, el contacto con la gente, no saben qué pasa en la calle, ni están al tanto de los problemas cotidianos de los puntanos.
El problema es que esos mismos puntanos son los que van a votar el 11 de junio, y a juzgar por la bronca que tienen cada vez que deben ir al Nación, el cambiazo de banco es posible que le juegue en contra a su candidato. “¿A quién se le ocurre abrirnos una cuenta sueldo en este desastre? Si no podés solucionar lo que necesitás por el home banking, estás muerto”, reflexiona un empleado del sistema sanitario que luce su guardapolvo de trabajo y espera que lo llamen desde una de las cajas. A su lado, una jubilada con experiencia en mala atención le pide que se calme: “Yo cobro acá hace años, siempre fue malo, pero ahora es mucho peor…”.
El empleado de seguridad que está en la puerta no da abasto. Es gentil, dirige el “tráfico” con simpleza y hasta aguanta el mal humor de los que deben esperar horas en la puerta, muchas veces al rayo del sol. Adentro, las sillas no alcanzan. Algunos miran con nerviosismo el tablero donde llaman por número de documento: otros miran fijamente a los cajeros, como si así pudieran salir un poco antes del embrollo; y después están los que esperan utilizar las máquinas de autoservicio, que casi siempre están trabadas. Un pibe joven se la pasa yendo y viniendo para tratar de repararlas y es el que se lleva todas las quejas.
Mientras, el banco parece ajeno a las desventuras de los clientes. La sucursal central está desbordada.
Así se escurre la mañana en el Banco Nación de Pringles y San Martín, pero lo mismo pasa en el resto de las sucursales. Mientras tanto, en Terrazas del Portezuelo están en otra cosa, jamás pisaron un banco, a lo sumo irá el chofer o algún empleado, o solucionarán todo con un llamadito o un mensaje de WhatsApp. Si es necesario, se anunciarán en el mostrador y un funcionario del banco los hará pasar, que representa una burla para los que esperan y desesperan.