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Historias de San Luis: La Casa de Altos o El Palacio de Mollo

El domingo anterior se publicó una historia con el título de ¿Patrimonio Cultural?, y cité el ejemplo del Palacio Mollo, lugar al que veo descuidado, comparando con la imagen de esplendor que transmitía años atrás.

El Palacio Mollo es Patrimonio Cultural de la Provincia desde 1994.

por Nino Romero

elchorrillero.com

Actualizada: 08/07/2023 22:47

Siendo muy niño pude conocer parte del mismo.

El lugar es Patrimonio Cultural Provincial desde 1994, título que ganó por sus características arquitectónicas inigualables, y su historia.

El amigo Julio O.Paez Cacace, que sigue siendo "Julito" para muchos, me acercó una detallada historia del lugar, que también era conocido como "La Casa de los Altos".

Cuenta que el dueño y constructor fue don Domingo Segundo Mollo, quien fundó junto a su hermano, Crescencio Mollo, un almacén de ramos generales y frutos del país: "Mollo Hnos. y Cía S.A.", que se ubicó en la esquina sudeste de Rivadavia y Pedernera.

El Palacio Mollo fue construido entre los años 1916 y 1921, coetánea con la Casa de Gobierno, la terminación de la Catedral y otros edificios.

Esta Casa de los Altos fue proyectada como casa particular de la familia Mollo-Cacace.

En la década del 30, fue alquilada a la familia de Mariano Carreras y la señora Carolina Paladini de Carreras.

Entre numerosos eventos, allí se casó la hija de esta pareja, Clarita, con el doctor José Elías Rodríguez Saá, tío de Adolfo y Alberto Rodríguez Saá.

Entre los años 40 y 60 viven en la majestuosa casa el matrimonio Mollo y su hijo, quienes se ausentaban en temporadas de verano.

El doctor Luis Mollo siguió viviendo en "La Casa de los Altos" hasta sus 90 años de edad, en que por razones de salud quedó al cuidado de su sobrino Julio.

Vivió hasta los 93 años, con una existencia digna, rodeado de cariño y la comodidad necesaria para una buena calidad de vida.

La extensa descripción que hace Julito cuenta de una primera planta ubicada debajo del nivel del terreno, donde había un garaje pensado para tres vehículos, y cinco habitaciones que servían para albergar al personal de servicio, almacén de víveres, lavandería y sector de planchado.

De argollas colocadas en las vigas del techo colgaban fiambres y quesos, que junto con otros alimentos se conservaban por mucho tiempo al amparo de la temperatura reinante.

Un aljibe, jardín con líneas de la época, una gran fuente circular de la que salía una lluvia que caía hasta el agua de una fuente donde había peces de color rojo coral

que eran cuidados por la señora Rafaela Cacace de Mollo.

Los parrales tenían uvas francesas e italianas y hasta hace poco tiempo se conservaron olivos, limoneros, naranjos, laureles y almendros.

Aún existen las palmeras Cyca Revoluta traídas especialmente para este domicilio.

La amplia escalera conduce a la parte frontal de la casa donde estaba la recepción y siete ambientes de generosa amplitud, además de escaleras internas.

Paredes llenas de cuadros, retratos y fotografías familiares.

Vitrinas con recuerdos traídos de distintas partes del mundo.

Desde el hall central una escalera de mármol de Carrara comunicaba con cuatro dormitorios superiores.

Había detalles como las piezas que se fijaban a las paredes donde estaban las cabeceras de las camas de donde se descolgaban tules mosquiteros para proteger a los durmientes de los molestos insectos.

Arañas con enormes cantidades de caireles de cristal en muchos ambientes y espejos de gran tamaño.

Hay cientos de detalles que no figuran en este resumen. Sí en el trabajo de Julio.

Si uno se abstrae de los negocios que tiene o tenía, de la precaria playa de estacionamiento instalada en el fondo, del abandono del lugar, y trata de imaginarlo como fue antaño, pensaríamos que el tiempo se detuvo, que los habitantes de la casa desaparecieron y que todo adentro está intacto. Como antes.

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