Historias de San Luis: la campana que sonaba en la iglesia abandonada
Esta historia tiene varios años. Sucedió en la ciudad de San Luis.
Una campana sonaba misteriosamente con al menos dos tañidos en diferentes horarios del día.
Era una sola campana, el mismo sonido. Y en la alta torre o campanario había varias de diferentes tamaños y que generaban distintos sonidos.
Pero no. El sonido que se escuchaba era siempre el mismo.
Que suene una campana no es nada extraño.
Pero en la iglesia nunca había nadie cuando esto ocurría.
Porque el templo estaba abandonado. Sin celebraciones. No iban fieles. No había sacerdotes para celebrar.
Era mantenido por voluntarios laicos que se encargaban de limpiar, visitar, rezar un rosario.
Y quedarse en la puerta del lugar para que vean que había gente.
Pero la realidad era que esa grandiosa construcción no tenía ninguna actividad religiosa.
Nadie vivía en una casa parroquial con muchos dormitorios y todas las comodidades.
Y cuando la campana sonaba, dos o tres veces, era cuando nadie había.
Nunca se la escuchó tañer cuando los voluntarios estaban limpiando el lugar. Nunca.
O cuando se paraba gente a santiguarse o rezar o se detenía algún cortejo fúnebre.
La soledad era la compañía de este misterio nunca resuelto razonablemente.
Digo era, porque hace mucho tiempo dejó de escucharse el sonido de esa campana.
El comienzo de esta situación fue cuando el templo quedó sin sacerdotes.
A partir de allí, y a los pocos días de conocerse el fallecimiento de uno de los religiosos que estuvo en ese templo, comenzó el misterio aún no resuelto.
Al principio los vecinos o transeúntes no se percataron de lo que pasaba.
Era lógico que sonara una campana en una iglesia. Nada extraño ni fuera de lugar.
Pero algunos atentos lugareños, en épocas de verano, cuando estaban en el patio de sus hogares, o en la vereda tratando de mitigar el calor, les llamó la atención que la campana sonara de noche o a veces de madrugada.
Dos o tres veces y nada más.
La noticia se divulgó entre quienes vivían cerca de esta iglesia, y todos coincidían en haber escuchado esos tañidos a deshora.
Además sabían que ese lugar no era habitado por nadie.
Alguna vez llamaron a la policía, pensando que algunos torpes ladrones habían ingresado, pero no se encontró a nadie.
Se montaron discretas guardias mirando hacia el campanario, pero nunca sonaba cuando había gente.
La noche y la madrugada eran cómplices para percibir claramente los sonidos.
Muchos aseguran que de día también sonaba.
Pero una sola vez por día. A cualquier horario, pero una sola vez.
Un fin de semana el templo retomó actividades religiosas con misas al menos los fines de semana.
Y después sumó otras celebraciones.
Y la campana no volvió a escucharse a ninguna hora.
No era el viento o algún movimiento sísmico o animales trepados en la torre los que provocaban el sonido.
Los laicos se subieron varias veces y comprobaron que no había irregularidades en el funcionamiento del campanario o algún badajo suelto.
Las cuerdas estaban firmemente atadas.
Hasta ahora no volvió a sonar.
Ustedes amigos y amigas lectores pueden hacer las deducciones libremente.
Muchos saben de esta historia y a que templo me refiero.
Pero no es un relato de miedo. Ningún fantasma o fuerza extraña hacía sonar la campana.
Tal vez ella tañía para no olvidarse de su misión en este mundo.