El "Güero" y el "Jefe de Jefes": una rivalidad que regó de sangre a México
Héctor Luis Palma -el "Güero"- compartió el liderazgo del cartel de Sinaloa con el mítico "Chapo" Guzmán. Miguel Ángel Félix Gallardo -el "Jefe de Jefes"- fundó el cartel de Guadalajara y en los 80 era considerado el Zar de la Droga. Enemigos íntimos, llenaron el norte de México de cadáveres de amigos y familiares.
Al anochecer del 22 de junio de 1995, un jet ejecutivo Cessna Citation II partió del aeropuerto de Ciudad Obregón con destino a Guadalajara.
Entre sus pasajeros había un hombre alto, corpulento y rubio. Debido a este último detalle, sus allegados y enemigos le decían el “Güero”. Su nombre: Héctor Luis Palma. Y era uno de los narcos más prestigiosos de México. Las otras butacas eran ocupadas por sus guardaespaldas.
El motivo del viaje era puramente social: el “Güero” debía asistir a la boda de un compadre en el hotel Fiesta Americana, donde estaban reservadas unas 150 habitaciones para los invitados. Ahí se había dispuesto una suite para él. Sin embargo, jamás iría a ocuparla.
Poco antes de las 23.00 se desató una tormenta. Por tal razón, el piloto intentó un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Tepic. Pero sin éxito, ya que entre el avión y la terminal aérea se interpuso un cerro.
En ese preciso instante, tal vez presintiendo su fin, un ominoso recuerdo sacudió la mente de Palma.
Siete años antes, alguien había dejado en su residencia una caja envuelta en papel para regalo. En su interior, el Güero encontró algo que le resultó muy familiar: la cabeza de su esposa.
La señora Guadalupe Leija de Palma había sido muerta y decapitada el día anterior en San Francisco, California.
Una semana después, sus hijos, Nataly Héctor, de cuatro y cinco años, corrieron una suerte similar en la ciudad venezolana de San Cristóbal. Ellos fueron arrojados desde el puente La Concordia a una altura de 150 metros.
El autor de los tres asesinatos fue Rafael Clavel Moreno, un sicario vinculado al capo del cártel de Guadalajara, Miguel Ángel Félix Gallardo, quien mantenía con el Güero una rivalidad antológica.
El rey de los emprendedores
Nacido a fines de 1953 en un humilde caserío ubicado en Mocorito, del estado de Sinaloa, Palma se inició en el delito como ladrón de autos para luego pasar a la distribución minorista de drogas. Y alternó aquella actividad con algunos crímenes por encargo. Lo cierto es que la combinación entre su personalidad apocada y las agallas que exhibía en los momentos de acción supo encandilar a Gallardo. De modo que lo sumó al Güero en su nómina de guardaespaldas. Corrían los primeros años de la década del ’80.
Por entonces, Gallardo era el hombre más buscado de México, según la Procuraduría General de la República. Sin embargo, sus contactos políticos y judiciales le otorgaron una inquebrantable impunidad. Hábil, sagaz, discreto, refinado e insólitamente austero, este narco –junto con Rafael Caro Quintero y Ernesto “Don Neto” Fonseca– comenzó a controlar el floreciente negocio de la cocaína en el país azteca, con una facturación tan fabulosa que hasta supo adquirir un banco para lavar sus ganancias.
A su lado, la carrera profesional de Palma fue meteórica. Tanto es así que no tardó en dejar atrás su condición de “guarura” –así como en México se le dice a los custodios– para pasar a ser un convidado en su mesa chica, y con una responsabilidad de primer orden: ser su CEO en Sinaloa, siendo una de sus tareas el traslado de cargamentos hacia la frontera con los Estados Unidos.
Pero, en aquellas circunstancias, vislumbró la posibilidad de actuar por su cuenta. Y el puntapié inicial de ello consistió en birlarle al jefe nada menos que dos toneladas de polvillo blanco. Su socio en el asunto fue un tal Abelardo Retamozo (a) “El Lobito”, que murió poco después al desplomarse en Tampico la avioneta en la que viajaba.
A partir de entonces, el Güero se asoció con Joaquín Guzmán Lorea (a) “El Chapo”, quien encabezaba el incipiente cártel de Sinaloa.
Dicen que la traición del Güero fue para Gallardo un golpe que él se tomó muy a pecho. Y para lavar tamaña afrenta, infiltró a uno de sus hombres en la estructura de su flamante rival. El elegido no fue otro que el venezolano Clavel Moreno (a) “El Buen Mozo”. Clavel, que poseía un temperamento afable y simpático, era en realidad un asesino psicótico y frío como el acero.
Primero se hizo novio de Minerva, la hermana menor de Palma. Así se granjeó su confianza. Y, con el paso de los meses, sedujo a doña Guadalupe, la esposa del jefe, logrando que abandonara el hogar conyugal. Ambos, entonces, se fugaron a San Francisco, donde ella sacó dos millones de dólares de su cuenta bancaria, para –según sus planes– volar con Clavel hacia Caracas.
Claro que ese viaje jamás lo realizó. El Buen Mozo se quedó con la plata, luego de matar a la mujer. El resto de la historia ya se sabe.
Pues bien, esa había sido la cuenta que Gallardo le hizo pagar al Güero en concepto de desagravio. Claro que éste no la abonó con beneplácito. Por el contrario, juró vengarse. Dicen que, en tal ocasión, sus palabras fueron: “Ese hijo de la chingada nos ha declarado la guerra; desde ahora tendrá que nadar en un río de sangre”.
Se puede decir que Palma cumplió su palabra con creces.
Es que, a pesar del ritmo creciente de sus negocios, la cruenta muerte de Guadalupe fue una mácula que él jamás pudo despejar de su alma. De hecho, su penoso estado de ánimo propició una oleada de sangrientos ajustes entre los dos más poderosos narcos de México. Así las cosas.
La venganza es un plato frío
Durante la noche del 8 de abril de 1989, Gallardo fue detenido en su mansión de Guadalajara por 30 agentes de la Procuración General de la República. Sin embargo, tamaño contratiempo no lo privó de seguir manejando sus negocios desde la cárcel.
Tres años y medio después, su enfrentamiento con el Güero proseguía. Y al punto de que ello ya había alimentado las morgues con unos 150 cadáveres.
A mediados de 1992, Gallardo recibió en el Reclusorio Norte la visita de su abogado, Federico Livas Vera. En aquella oportunidad, éste le aconsejó acordar un armisticio con Palma. Lo cierto es que el defensor estaba motivado por una razón personal: días antes, unos sicarios al servicio del Güero habían acribillado a uno de sus socios, el doctor Carlos Morales García (a) “Pelucas”.
Pero Gallardo hizo caso omiso a la recomendación, de modo que Livas Vera regresó a Guadalajara con un dejo de intranquilidad.
Durante el anochecer del 3 de septiembre, otro de sus socios, el doctor Teodoro Ramírez, recibió en su bufete un llamado telefónico. Desde el otro lado de la línea, una voz le informó que había un serio problema con la familia del traficante. Entonces, éste y Livas Vera fueron a la residencia de la madre de Gallardo, doña Tina, situada en la colonia Jardines de Pedregal. Allí fueron recibidos a punta de pistola por tres tipos con cara de pocos amigos.
En total, los intrusos eran 15. Habían llegado una hora antes a bordo de tres camionetas Suburban. Y estaban disfrazados con uniformes de la Policía Judicial Federal. Además de la progenitora del capo, estaba su hermana y un sobrino. Al rato, tres de los falsos agentes fueron en busca de otro sobrino que vivía no lejos de allí. Dado que éste no abría, el conductor estrelló el vehículo contra el portón, antes de esposar al joven y sacarlo envuelto en una frazada.
Al día siguiente, los cadáveres de Livas Vera y Ramírez, junto a los de ambos muchachos, aparecieron en un descampado del estado de Guerrero, a unos diez kilómetros de Acapulco. Los cuerpos estaban mutilados. ¡Eso sí! los sicarios tuvieron la delicadeza de no tocar a la mujeres.
Con motivo de esa masacre, Gallardo recibió en su celda una esquela con el debido pésame. El papel tenía la firma del Güero.
Entre ese momento y el 23 de junio de 1995, Palma ordenó la ejecución de otros 15 familiares y colaboradores de Gallardo.
Al despuntar el alba de ese día, los restos del Cessna Citation II fueron hallados en la ladera del cerro Blanco. Junto a los cuerpos sin vida del piloto y de los guardaespaldas, yacía el Güero con los ojos entreabiertos. Sus gemidos eran lastimosos; tenía fracturas de cadera, brazos y piernas.
En el mayor de los sigilos fue trasladado a la caso de un dilecto amigo suyo, el delegado de la Procuraduría, comandante Apolinar Pintor Aguilera. La idea era que allí se recuperara. No pudo ser.
El dato, en boca de un soplón, no demoró en llegar a los policías que le seguían el rastro. “El Güero nos cayó del cielo”, fue la literalidad en la cual el capitán Horacio Montenegro incurrió al anunciar su captura a la prensa.
De inmediato, Héctor Luis Palma fue alojado en el Reclusorio Norte, a pocos metros de la celda ocupada por Gallardo. Allí se dice que ellos han vuelto a ser amigos. (Telam)