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La biología molecular en el cáncer de tiroides ha conseguido mejorar la esperanza de vida

Los conocimientos de la biología molecular, el desarrollo de fármacos y la aplicación de este conocimiento en los pacientes, han conseguido mejorar significativamente la esperanza de vida y tasas de supervivencia, pasando de los dos años a superar los cinco, ha informado el jefe del Servicio de Oncología Médica de MD Anderson Cancer Center Madrid, Enrique Grande.

Actualizada: 24/09/2023 00:45
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Los conocimientos de la biología molecular, el desarrollo de fármacos y la aplicación de este conocimiento en los pacientes, han conseguido mejorar significativamente la esperanza de vida y tasas de supervivencia, pasando de los dos años a superar los cinco, ha informado el jefe del Servicio de Oncología Médica de MD Anderson Cancer Center Madrid, Enrique Grande.

Según la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), se estiman 6.084 casos nuevos de cáncer de tiroides para el año 2023. Este tipo de cáncer no forma parte del grupo de tumores con mayor incidencia en la sociedad, ni tampoco es de los que se diagnostica con más frecuencia. Sin embargo, los avances realizados en los últimos años no solo están aumentando la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes, sino que también se están posicionando como modelos de referencia para el desarrollo de otros fármacos oncológicos.

En este sentido, Grande ha señalado que existen cuatro líneas de tratamiento diferenciadas para esta afección. Además de la terapia con yodo radiactivo, conocida como radioyodo, y los avances en medicina de precisión, pacientes y profesionales sanitarios tienen a su disposición tres inhibidores de tirosina quinasa aprobados.

"Incluso en tumores más agresivos se han logrado avances significativos gracias a la biología molecular, logrando resultados inimaginables hace cinco años", ha señalado el especialista.

El cáncer de tiroides es el tumor más común del sistema endocrino y representa aproximadamente un 3 por ciento de las cifras generales del cáncer. Esta patología suele diagnosticarse tras la identificación de nódulos en la zona del cuello o en la unión de las clavículas y el esternón a través de una ecografía y, posteriormente, una biopsia.

Aunque a veces no se manifiesta, los pacientes pueden desarrollar síntomas ‘vagos’, como la aparición de un bulto en el cuello que no presenta enrojecimiento ni produce dolor. Sin embargo, existe un pequeño porcentaje, entre el 2 y el 4 por ciento, que, a diferencia de la gran mayoría, muestra signos mucho más agresivos como enrojecimiento del bulto, la fistulización de este o el compromiso de la vía respiratoria o la vía de deglución.

"Existen tres tipos de cánceres de tiroides, siendo el diferenciado de tiroides el más frecuente, con alta tasa de curabilidad gracias a la cirugía. El segundo de los tipos de cáncer es el medular de tiroides, que suele estar asociado a herencia o a una mutación muy concreta en un gen que se llama RET. Por último, existe el anaplásico de tiroides, que puede acabar con la vida del paciente en cuestión de semanas. Este último requiere de más avances en investigación para la generación de mejores fármacos y agilización de procesos", ha explicado Grande.

Tratamiento

El abordaje es diferente para cada uno de los tipos de cáncer de tiroides. A este respecto, Grande ha incidido en que, si el paciente es capaz de identificar un nódulo confinado y localizado, la cirugía se contempla como la primera opción, ya que normalmente es curativa.

Asimismo, el especialista ha asegurado que no es la única vía que está a disposición de los pacientes con tumores de tiroides, dado que existen otras opciones como la terapia con yodo radiactivo, que se emplea para acabar con las células de la tiroides y reducir la glándula tiroides. Según el especialista, el radioyodo tiene una tasa de éxito en primeras curaciones del 80 por ciento.

"Cuando la cirugía fracasa y el paciente forma parte de ese 20 por ciento restante en el que el radioyodo desafortunadamente no funciona, contemplamos otras posibilidades. Tenemos inhibidores de tirosina quinasa que son fármacos que impiden la formación de vasos sanguíneos y que ‘ahogan’ al tumor, lo que favorece que se retrase notablemente el crecimiento del mismo. Igualmente, a estos inhibidores de tirosina quinasa se han añadido fármacos dirigidos contra determinadas mutaciones y alteraciones, como los inhibidores de BRAF, TRK o RET", ha subrayado Grande. (Infolus – EUROPA PRESS)

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