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Siendo madre en medio de la masacre de Hamas a Israel: “Tomo decisiones que se sienten de vida o muerte”

Valeria se mudó a Israel en 2002 y allí formó una familia junto a Vladimir, con quién tuvo tres hijos: David, Shaked y Shahar. Hoy, vive uno de los momentos más dolorosos de su vida ya que su esposo es soldado y se encuentra con los chicos en un búnker a la espera de volver a la realidad que siempre soñó.

Valeria contó que lo que más extraña de la Argentina son sus amigos, familiares, el olor a pan y manteca en el restaurante, hasta las parrillas y festejos.
Actualizada: 15/10/2023 16:28
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La masacre que lleva adelante Hamas en Israel no tiene precedentes y a más de una semana del comienzo de la guerra las historias florecen a la par que de los sueños, junto un pedido latente de que esto finalice.

Valeria Grishchinski tiene 37 años y es argentina. Se mudó al país de Medio Oriente en 2002 y allí formó una familia junto a Vladimir, con quién tuvo tres hijos: David (7), Shaked (4) y Shahar (8 meses).

Hace más de una semana su sueño se derrumbó. No solo el grupo terrorista atacó Israel, si no que Vladimir es soldado y ahora pelea en primera fila para eliminar al grupo terrorista.

Mientras ella solo espera que se acerque el fin, junto a sus tres hijos y a su hermana viven en una casa en la ciudad de Hod Hasharon, a 15 minutos del norte de Tel Aviv, que tiene un búnker.

“El sábado 7 de octubre estábamos en casa cuando a las 6.45 sonó la sirena antibomba que ordena entrar a la pieza blindada (hay en todos los edificios, nosotros tenemos una pieza compartida con otros cuatro departamentos)”, contó Valeria.

En una entrevista exclusiva con Noticias Argentinas, la sobreviviente al horror explicó cómo fue el después de la primera sirena: “Cuando salimos empezamos a entender que hubo alarmas por todo el sur desde antes y que algo diferente estaba pasando. Ese día vimos por la prensa extranjera que había terroristas del Hamas en las ciudades y que se estaban masacrando personas, pero todo muy disperso y no claro”.

Algo similar cuentan otras personas. Muy pocos pudieron enterarse de lo que pasaba hasta que prendieron las televisiones o usaron sus celulares: “Como cinco horas después que sonó la alarma empezamos a entender la seriedad de la situación”.

Fue al mediodía de ese sábado cuando la familia tuvo el segundo quiebre. Vladimir había sido reclutado para el ejército y tenía que llegar en un lapso de cuatro horas a una base: “Él todos los años va a entrenamientos y se recluta por unos días, pero nunca asi”.

“No sé dónde está exactamente, entiendo por lo que me cuenta que no está en zona de combate. Hablamos una vez cada dos o tres días, cuando puede”, detalló.

Lo primero que surgió preguntarle fue si sabía cómo estaba él: “Sé que está bien. Acá hay mucha organización de los ciudadanos que ayudan y miman a los soldados, se ocupan que no les falte nada desde ropa, cigarrillos, comida casera o batería de celular. Aun así, todavía no se sabe cuándo va a volver, o cuando voy a poder hablar de nuevo”.

“La situación acá es complicada y muy delicada, sobre todo con chicos. Los primeros días la sensación era de muchísima inseguridad. Tenía miedo de salir con ellos a la calle y cuando mi marido salió tenía miedo hasta adentro de mi casa”, expresó.

Desde que Vladimir fue llamado a ejercer como soldado, Valeria se mudó con su hermana no estar sola con los tres chicos en las noches ya que las alarmas son constantes y la incertidumbre y preocupación son latentes. (NA)

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