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MURIÓ POR DENGUE

El conmovedor poema que le dedicó la madre a Victoria De La Mota Claverie para despedirla: “Me duele hasta el aliento”

Lis apeló a los versos de Elegía para recordar a su hija que murió el fin de semana en San Luis.

El conmovedor poema que le dedicó la madre a Victoria De La Mota Claverie.
Actualizada: 02/04/2024 13:06
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La muerte de Victoria De la Mota Claverie a los 33 años por dengue, causó un inmenso dolor en San Luis y en el ambiente del golf a nivel nacional porque su esposo es el jugador puntano, Emilio “Puma” Domínguez.

El golfista se enteró del cuadro de salud de su esposa mientras se encontraba jugando un torneo en Guadalajara, México. Tomó el primer vuelo de regreso, pero no llegó a despedirla.

Victoria fue diagnosticada de dengue en la Ciudad de Buenos Aires y decidió regresar a San Luis para estar cerca de su familia. Realizó la primera consulta en el Hospital de Juana Koslay tras haber sufrido dos episodios de lipotimia (desmayos). A pesar de los esfuerzos, la madre de dos niños, Constantino e Hipólito, de 1 y 4 años, perdió la vida en el Hospital Central Ramón Carrillo.

Con un profundo dolor el domingo despidieron sus restos en el cementerio Jardín del Recuerdo.

El fallecimiento de la diseñadora, trabajaba en Kosiuko, tuvo repercusión periodística en los medios de Buenos Aires y el resto del país. Por estos días  siguen ocupándose.

Las redes se inundaron de fotos de la pareja y de mensajes de dolor. La madre de Victoria, la escritora Lis Claverie, la recordó con un desgarrador poema que ahonda en el profundo sufrimiento ante la pérdida de un ser querido y lo tituló: “Mi hija pequeña ha muerto".

El poeta y dramaturgo Miguel Hernández es autor de Elegía y lo escribió en homenaje a su amigo Ramón Sijé después de su muerte en 1935.

A continuación, el poema completo:

Mi hija pequeña ha muerto.

Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas y órganos, mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas, daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte, el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes, sedientas de catástrofes y hambrientas.

Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañera del alma, compañera.

 

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