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Historias de San Luis: los remedios caseros

Hace unos años para escribir estas historias, tuve varios encuentros con curanderas, curanderos y sanadores.

Fue apasionante conocer de cerca los remedios caseros que usan para las distintas dolencias.

No todos “recetan” lo mismo. Cada uno tiene “su librito” de esta medicina ancestral.

Colocar una cebolla cortada en rodajas en un plato dentro de la habitación donde duerme es bravo por el aroma, pero infalible contra la tos cuando es muy persistente. Y sirve también para la congestión, me contó doña Amelia.

El infaltable empacho o el hígado complicado hay que medirlo con una cinta (generalmente roja) o con una corbata.

Y si este “análisis” da mal, justo en donde termina la medición habrá que hacer la señal de la cruz tres veces y rezar unas oraciones sanadoras que son imposibles de entender para “el paciente”.

También sirve una cataplasma de papa rayada con un poquito de sal fina en el estómago. “Es un alivio seguro para grandes y chicos”, me dijo una nieta de doña Petrona, quien es considerada una “especialista” en temas digestivos.

No voy a dejar de mencionar a los que te curan de palabra, a distancia y en algunos casos basta una foto.

Creer o reventar, pero muchos mejoran o sanan directamente.

Por supuesto que nunca hay que dejar de consultar al médico recibido en la Universidad.

Porque a estos curanderos y curanderas en muchos lugares les dicen “doctores”, aunque no lo sean.

En los últimos tiempos, los coseguros, el plus, la dificultad de conseguir turnos en consultorios públicos o privados o el corte de servicios de las obras sociales ha incrementado la clientela de estos sanadores populares.

Casi siempre tienen turnos, y los coseguros o el plus es a voluntad y a veces cuesta una gallinita o unos huevos de regalo.

¿O no es así?

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