Historias de San Luis: un extraño perro negro
“Recuerda Bruno Temperini, que cuando Villa Mercedes florecía en quintas, una mañana a fines de noviembre Pepe Panocchio, empleado de la Dirección de Riego y encargado de la distribución del agua para las fincas de la ciudad, le avisó a su padre. Don Arturo Temperini, que su turno de riego para ese día sería a […]
“Recuerda Bruno Temperini, que cuando Villa Mercedes florecía en quintas, una mañana a fines de noviembre Pepe Panocchio, empleado de la Dirección de Riego y encargado de la distribución del agua para las fincas de la ciudad, le avisó a su padre. Don Arturo Temperini, que su turno de riego para ese día sería a partir de la medianoche”.
“El agua se enviaba desde la dársena, y se daba según un estricto y bien planificado horario de riego, eran tres o cuatro horas rotativas para cada propietario”.
“Don Arturo estaba muy orgulloso de su bordo de pimientos a los que cuidaba con mucho esmero: los escarpía con frecuencia sacándole todos los yuyos, y les iba colocando tutores de cañas para sostener los tallos largos y frágiles por el peso de los frutos ya casi maduros. Se preparaba con entusiasmo para una hermosa cosecha”.
“Esa noche Don Arturo, después de cenar, preparó como era habitual cuando el turno era a esas horas, un pequeño farol, además del azadón y la pala con la que direccionaría el auga hacia los surcos, y se dirigió al cuadro de riego”.
“Los pimientos brillaban a la luz de la luna, y largaban un vapor tenue al contacto con el agua fresca, que reflejaba el plateado fulgor lunar, en líquidos espejuelos sobre los húmedos y fragantes terrones recién removidos”.
“En lo mejor de su tarea, y mientras con la pala embarrada movía la tierra, vio una gran silueta oscura que se movía de un lado hacia otro hacia el fondo del cuadro, cuya extensión era de más o menos 80 metros”.
“Y empezó a escuchar un tropel al tiempo que veía que ese bulto negro avanzaba cada vez más rápido hacia dónde él estaba”.
“Oía con angustia como se quebraban las cañas y los frágiles gajos de los pimientos bajo el peso de ese cuerpo que se aproximaba, y con gran sombro, conteniendo el aliento, pudo ver la figura de un enorme perro negro que, dando un gran salto, pasó a su lado, amenazante, y se alejó velozmente hasta desaparecer en la oscuridad”.
“Con rabia dejó de regar y se fue a dormir. Su disgusto le impidió conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en ese condenado perro que había pisoteado y destruido sus plantas”.
“Al otro día se levantó temprano para evaluar, a la luz matina, los destrozos que había hecho ese extraño animal, que no podía imaginar de dónde había salido”.
“Con amarga desazón se fue acercando al cuadro. Pensaba en las horas trabajadas, y en agobio que le producía saber que buena parte de sus hileras de pimientos ya no serviría”.
“Al llegar, creyó que sus ojos lo estaban engañando: para su asombro pudo comprobar que no había ninguna planta ni frutos dañados, y ni siquiera una pisada o huella del animal”.
“Como si en realidad, durante esa noche, no hubiera pasado nada”.
(Relato textual de la laureada docente, escritora, gestora cultural, Judith Lilian Bocco de Villa Mercedes de su extraordinaria obra “Relatos y Leyendas del Sur Sanluiseño”)