Barrio Cerro El Lince; donde habitan los fundadores de la zona sur que desafiaron los obstáculos
Las familias abrazaron con la necesidad un pedazo de construcción, que no había sido culminado por la empresa constructora; que no tenía piso y solo se mantenía con las paredes sin revoque. Eran precarias, pero así comenzaron una nueva vida. Era el techo propio y todo valía la pena.
Ellos sabían que no era solo eso; era vivir en uno de los puntos más lejanos de la ciudad, privados de los servicios básicos. Pero no importaba, entonces allí eligieron plantar raíces, hace 27 años, cuando sin ni siquiera pensarlo iban dando vida al corazón de la zona sur, que nunca más dejó de latir.
Se trata de uno de los primeros complejos habitacionales de viviendas sociales que entregó la gestión de Adolfo Rodríguez Saá.
Pero a esas casas les faltaba todo y los vecinos asumieron finalizarlas. Por eso si hay algo que recuerdan bien es el sacrificio que tuvieron que hacer para poder habitarlas de una manera más digna.
Los vecinos supieron que la empresa constructora tuvo problemas, que las casas no pudieron finalizarse y que se entregaron finalmente bajo la metodología “terminación mínima” (TM), en tres partes, a partir de 1991.
Muchos recuerdan que siendo adjudicatarios los convocaron a una reunión que se realizó en IPRA, y de la cual participaron funcionarios del Gobierno y autoridades de la empresa.
Fue así que los futuros habitantes tuvieron que firmar "una especie de contrato" donde quedaba asentado si aceptaban o no las casas en ese triste estado. Entonces pudo más la necesidad, el sueño de la vivienda propia y el techo seguro para sus hijos.
Estaban al tanto de la situación. Sólo estaba lista la estructura del hogar. Las construcciones no tenían cerámico, sólo un contrapiso, ni bidet en los baños y tampoco la grifería. La cocina era una mesada, las paredes no fueron revocadas ni mucho menos pintadas, solo estaban “bolseadas” con el cemento. Por eso adentro eran todas verdes.
Pero el problema no terminaba allí. Algunas viviendas sufrían problemas de humedad y en otros casos hasta faltaban las persianas y las puertas en los dormitorios.
“Muchos las aceptamos porque era un techo y yo creo que somos la mayoría que seguimos en el barrio”, indicó Teresa Gentili.
“Todo eso lo tuvimos que hacer nosotros. Incluso a mi casa me la entregaron sin la conexión para poner los focos, solamente estaban los cables. Todo lo que se ve, lo hemos hecho con esfuerzo”, contó la presidenta de la Asociación Civil “Nueva Comisión del Barrio El Lince”, María Loyola.
Fue el primer barrio emplazado al sur de la avenida Salvador Segado y el centro de referencia de la zona, más allá que ya estaba de antes El Hornero. Por eso se consideran los “fundadores”.
A la barriada la conforman 27 manzanas (entre ellas están incluidas la escuela Industrial y la plaza). Cada una se compone de aproximadamente 32 viviendas que tienen dos dormitorios y un comedor cocina (en realidad una mitad de ese espacio se contaba como una tercera habitación). A lo largo de su extensión está atravesado por calles angostas y veredines.
El nombre surgió luego de un voto popular. Pero la elección no fue al azar. Y es que las viviendas se construyeron casi al pie de un cerro al que todos conocen como El Lince; justamente así porque en la zona, según un mito era rondado por estos felinos, que son un poco más grandes que el gato doméstico.
“Eran precarias las casas, pero las levantamos a pulmón. En ese tiempo alquilábamos y yo luché para poder obtenerla. Nos costaba mucho porque tenía cuatro niños y así nos dimos vuelta para poder pagarla”, relató Alejandro Lucero que junto a su esposa, oriundos de San Juan, decidieron radicarse en San Luis para encontrar un futuro.
Otra de las características son las dimensiones de las casas, que a diferencia de otros complejos habitacionales entregados por el Estado más tarde en la capital puntana donde las medidas por lo general suelen ser de 15 x 25 metros; acá tienen 8,50 de frente por 17 de largo.
Esto se debe, según coincidieron los vecinos, a que la empresa se propuso construir la mayor cantidad de viviendas que se pudiera por manzana. Por eso es que el paso de un vehículo por el costado de la construcción (como suele ser en la mayoría de los barrio) nunca fue posible. Las cocheras tuvieron que construirse por delante.
La falta de los servicios básicos como el gas natural, la luz (cuya bajada tuvieron que tramitarla de manera individual) y las cloacas no existían cuando ellos llegaron. Cada hogar tenía un pozo séptico, fue otro de los problemas por los que atravesaron.
Al poco tiempo de que se entregaron las viviendas, un grupo de vecinos comenzó a movilizarse hasta que se formó la primera comisión vecinal.
A partir de las gestiones para la organización, poco a poco la calidad de vida fue mejorando. En el caso del gas, la conexión estuvo a cargo de la empresa privada Humbertmann SRL, y fue también un gasto de los mismos habitantes. “Todo eso lo tuvo que pagar cada propietario”, resaltó Teresa.
La única línea del transporte público disponible para ese sector de la ciudad no llegaba hasta El Lince, sino hasta El Hornero que era el único y más lejano en el lugar. Adaptarse a los cambios fue todo un desafío.
Al principio una cisterna proveía del servicio a la zona pero muchas veces no alcanzaba para cubrir la necesidad de todas las familias. El sistema cambió cuando finalizaron las demás construcciones de las casas que faltaban en el barrio.
Frente a lo que ahora sería el supermercado Aiello había una llave maestra donde se regulaba la presión del agua.
Loyola resaltó algunos pedidos “que necesita el barrio” y ya que se hicieron al Municipio como por ejemplo, el cambio de la iluminación y la reparación de las pérdidas de agua que están perjudicando el asfalto. También el desvío de una línea de colectivo para evitar los problemas con el tránsito. Por el mismo cambio circulaban hasta hace poco las líneas A y BCG. Otra de las cosas que necesitan es un salón propio para realizar distintos eventos.
Los clásicos del barrio; una verdulería y un kiosco
Entre los locales comerciales se destacan generalmente el rubro de despensas, pero también hay ferreterías, panaderías, un gimnasio, rotiserías y hasta una agencia de quiniela.
Sin embargo, en la calle Mercedes Aguilera, la principal que atraviesa el complejo habitacional, se ubican dos comercios tradicionales que todos conocen.
Todo el que vive en la zona sur de la ciudad de San Luis acudió alguna vez a la “Verdulería Agustina” que es uno de los más concurridos, tal vez por los productos frescos y de buena calidad que ofrece.
Cuando el equipo de elchorrillero.com la visitó, la fila de los clientes se extendía por la vereda y llegaba a la calle. Todos los días la situación es similar. El que acude a realizar una compra, tiene que saber tener paciencia para esperar su turno.
“Mi marido fue el que inicio el negocio y yo lo ayudé. Éramos los dos solos. Dio sus frutos el trabajo y esfuerzo. Hemos tenido malas y buenas, pero siempre tratamos de vender un buen producto”, contó la propietaria, Fanny Nuñez.
Antes de llegar al barrio, junto a su esposo Domingo Cadile, ambos oriundos de Mendoza, trabajaban en fábrica, pero a él lo despidieron. Con la indemnización, el hombre decidió invertir para formar el emprendimiento. “Yo tenía miedo pero él le puso todas las ganas. Ahora esto es su vida”, relató.
El negocio familiar lleva el nombre de la hija menor del matrimonio.
Nuñez destacó que el “éxito” en sus ventas se debe a la “mejor propaganda, que es el comentario de boca en boca”. Con las ganancias tuvieron la oportunidad de poder afianzarse y hacer crecer el local hasta el punto de tener ahora clientes de distintos puntos de la ciudad y hasta de otras localidades.
“Fue una oportunidad hermosa de tener esta vivienda, San Luis es mi lugar en el mundo”, agregó.
“Para mí el barrio significa un montón, porque se junta el hecho de que vinimos acá con una mano atrás y otra adelante. Empezamos a trabajar, porque teníamos cinco hijos en ese momento. Era comenzar de nuevo a los 40 años. Fue todo un sacrificio, pero lo logramos”, dijo la mujer.
A pocos metros de ahí se encuentra uno de los locales emblemas que resistió el paso de los años; se trata del kiosco “El Pucho”, inaugurado en junio de 1994. Está justo en la esquina de la Industrial, en la manzana 17, y comenzó atendiendo por una ventana del comedor.
La llegada de la escuela ayudó a “levantar” el emprendimiento, según contó su dueña, María Agüero: “Primero en la construcción del colegio todos los obreros que trabajaban ahí se cruzaban a comprar. Ahora tenemos a los alumnos que hacen lo mismo”.
Sobre los vecinos, María remarcó que “cada uno tiene sus historias, problemas y alegrías. Muchos se han ido y a uno le duele porque uno conoció las vivencias de esas personas. Yo me encariñé con la gente”.
Dijo que siempre El Lince estuvo habitado por gente de trabajo: “Para mí es hermoso, hay muy buena gente”.
La Escuela Nº 9 “Domingo Faustino Sarmiento”
En el corazón del Barrio se distingue la Escuela Técnica N° 9 “Domingo Faustino Sarmiento” (más conocida como “Industrial”) y funciona ahí desde 1993. El próximo año la institución cumplirá 100 años de vida. Su anterior casa fue un edificio ubicado en el centro puntano, por calle Pringles, entre Chacabuco y Mitre.
La directora de la institución, Viviana Lara explicó que en la actualidad asisten aproximadamente 700 alumnos.
Cuando se radicó en El Lince, prácticamente todo el alumnado era de la zona. Pero lo cierto es que hoy la integran estudiantes de distintos puntos de la capital puntana e incluso de ciudades de vecinas.
La institución cuenta con dos modalidades; comunicación multimedial y equipos electromecánicos. Al ser una escuela técnica son siete años de cursado con doble turno.
La plaza del barrio en proceso de refuncionalización
Otro emblema que se ubica en el centro de El Lince es la plaza del barrio que en la actualidad está en proceso de reconstrucción y puesta en valor. Fue el punto de reunión de miles de alumnos que asistieron a la Industrial luego de salir del colegio, incluso, para los mismos chicos de la zona, donde era el lugar ideal para jugarse un picadito de fútbol, disfrutar de los juegos o simplemente compartir con amigos.
La obra que lleva a cabo la Municipalidad de San Luis demandó un presupuesto de $8.286,287,08 y tiene un plazo de ejecución de 240 días. El inicio comenzó el 22 de marzo de este año.
“Es un modelo de la plaza del Barrio Jardín San Luis. No tenemos espacio para hacerla idéntica a esa, pero si nos van a dejar la cancha de fútbol y se respetará tal cual estaba la de vóley”, explicó María.
A las 11 de la mañana de cualquier día de verano, el paisaje que se vislumbra deja las sensaciones de un pueblo, tal vez porque sus habitantes fundadores se mueven con tranquilidad. Todos se conocen y a estas alturas se cuidan entre ellos mismos. Algunas vecinas siguen saliendo a barrer las veredas de forma habitual y se ponen a charlar. Después salen a hacer las compras.
El Lince allanó los campos 27 años atrás y se convirtió en el corazón de una las zonas barriales más grandes de la ciudad. Se muestra vivo y nada queda tan lejos como antes.