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Historias de San Luis: La Florita

Por Nino Romero

La Florita era presencia habitual en el centro de San Luis,con su bolsita al hombro rumbeando por la calle Colón hacia el Norte.
Actualizada: 17/07/2020 09:44
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El amigo Miguel Otero, radicado en Tilisarao, me envió una historia que escribió hace no menos de quince años, con la semblanza de unos de esos personajes que andaban por las calles de San Luis: LA FLORITA.

Recuerda Miguel en su mensaje que La Florita era presencia habitual en el centro de San Luis,con su bolsita al hombro rumbeando por la calle Colón hacia el Norte, dónde presumiblemente vivía.

En una historia anterior recuperamos al Pomucho. Hoy a La Flora o La Florita. Como quiera llamarla. Gracias Miguel.

COMO UNA SOMBRA…

“Mamá: ¿Adónde van a morir los pájaros? (Pregunta de un niño). Antonio Esteban Agüero Cementerio de Pájaros y Otros Poemas Fue inesperado y repentino. Caminaba por calle Colón, donde supe habitar en mi niñez. El Chorrillero se hacía sentir como en aquellos tiempos. Mezclado con los papeles que llevaba el viento, llegó el recuerdo…

Andrajosa. Delgada y silenciosa. Nunca conocí el timbre de su voz. Solía, sí, ir como musitando quedamente vaya a saber que cosas. Su gesto era adusto (¿o habrá sido dolorido?). Tal vez haya sido una esbelta y elegante muchachita. En sus ojos descoloridos y opacos no quedaban vestigios de brillos pasados. Su ropa –deforme, larga, polvorienta, desaseada- debió ser, en épocas de mayor esplendor, negra u oscura; ahora se veía de un color gris indefinido que el paso del tiempo y el descuido le habían impreso.

Se la podía encontrar en cualquier calle de San Luis concentrada en la tarea autoimpuesta de recoger papeles que cargaba sobre su espalda. No sabría precisar si ya estaba encorvada y vencida, o si era la bolsa que llevaba la que la inclinaba hacia adelante. Buscaba hasta en los tachos de desperdicios (en aquella época no se embolsaban los residuos). Despertaban su afán papeles de tamaño pequeño, no más grandes que una hoja de oficio. Así, etiquetas, envoltorios de caramelos y chocolates, volantes, algún trozo de cartón blando, iban a engrosar ese peculiar archivo que era su bolsa, cuya boca sujetaba con ambas manos por sobre el hombro izquierdo. Empeñosamente llenaba su saco, lo cargaba a la espalda y seguía hasta el próximo papel.

Doña Flora era conocida por todos. Florita, “la Florita”, era una figura habitual de la pequeña ciudad que yo recorría en mi niñez y juventud.

Un personaje pintoresco –como hay tantos- y del que cada comunidad, así sea una mínima aldea, tiene sus ejemplares.

Me queda la impresión de que su aparición en San Luis debe ser misteriosa. Nunca escuché ninguna historia sobre la Florita. En otros casos, se comentaba que una gran tragedia, un inmenso dolor, o un terrible accidente habían descalabrado la razón de otros sujetos que andaban por allí. La Florita era como una sombra. Ignorada y silenciosa. Tan ignorada y silenciosa que ni siquiera tenía historia.

En tren de conjeturas puede suponerse que almas caritativas deben haber renovado periódicamente sus amplios vestidos, y brindado alimentos a esta pobre mujer, porque pasaban los años y ella seguía con su callejero quehacer. ¿Dónde vivía? ¿Dónde se refugiaba de las heladas? ¿Dónde descargaba su bolsa, tan laboriosamente llenada? ¿Qué hacía con esos papeles? Aparentemente, nadie lo sabía. Aparentemente, esa callada presencia no despertaba el interés, ni la curiosidad de nadie.

A tal punto era de indiferencia esa relación, que la crueldad de la gente “normal” se manifestaba suavemente: con alguna sonrisa sobradora o condescendiente, sin llegar nunca a la burla impiadosa o a la tan común provocación “divertida”, que se hacía a otros locos buscando su destemplada reacción. Los niños no le temían, no tenían por que.

Como puede verse, estos recuerdos están desarticulados, y tienen más huecos que datos si de conformar la historia de la Florita se trata. La despreocupación de los pocos años hizo que no profundizara en más noticias de tan dramática existencia. A través del recuerdo se me aparece con algo de imagen simbólica. En la vida muchos seres humanos marchan como poseídos tratando de llenar la bolsa –mientras más grande mejor- con papeles que, en definitiva, son inútiles. Pero, enajenados, olvidándose de todo, siguen con la vana y febril búsqueda… en íntima soledad. Juntando papeles. Como la Florita.

¿Qué fuerza irresistible la impulsaba compulsivamente a recoger todos los papeles que encontraba? ¿Cuál fue el misterioso origen de su desvarío? Tal vez un lejano desequilibrio siguió su curso, hundiéndola en el abandono y desamparo la carencia o el olvido de parientes y conocidos. Tal vez una desilusión, un cataclismo, algo que cortó abruptamente el curso de su existir. Se pueden imaginar mil motivos.

Cualquier cosa que haya sido, su torturada mente llenó de dolor su corazón. O el dolor de su corazón desbarató su equilibrio mental. Me pregunto por qué, si estaba marcada por el dolor, la acompañaba tanta indiferencia. Cuantas veces pasé a su lado sin siquiera saludarla. Nunca vi que alguien se le acercara con un poco de afecto, de consideración, de interés por sus cosas. Al cabo de tantos años, su callada y enjuta figura gris me trae tardíos remordimientos por la insensibilidad, la ausencia de solidaridad, la falta de caridad… la indiferencia de la sociedad. Yo no sabía lo que después aprendí. Y hoy la calidez de mi recuerdo no alcanza para aliviar el hielo del aislamiento que la rodeaba.

No puedo saber, nadie me lo contó nunca, que fue de la Florita. Era una sombra. Se fue como una sombra.

¿Buscaría sueños en los papeles que llevaba en su bolsa? ¿Sería una carta? ¿El testimonio de una herencia? ¿En la soledad de su mundo alucinado, habrá encontrado el papel que buscaba?

Puede ser que, sombra al fin, con su bolsa al hombro fue al lugar preciso donde está la respuesta a la pregunta de Agüero. Los sueños de la Florita no pueden estar sino junto a los trinos acallados de los pájaros muertos.

Sombra al fin, cada vez que retorno a San Luis, desde la profundidad de perdidos recuerdos, sale a mi encuentro el afán, el silencio, la soledad y la interminable, emblemática labor de la Florita.

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