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Historias de San Luis: más juegos de niños

Por Nino Romero.

Juegos de niños de no hace mucho tiempo.

por Nino Romero

elchorrillero.com

Actualizada: 09/05/2021 00:03

En anteriores historias recordábamos juegos de niños de no hace mucho tiempo.

Y eso generó que muchos lectores nos aportaran recuerdos, pero también su actualidad.

Porque varios mayores persisten en el intento de enseñarle otros juegos a nuestros niños digitales, que felizmente invaden nuestro mundo y nuestros afectos.

Y me aseguran que muchos se engancharon, descubriendo otro mundo de creatividad que dependía de ellos y no de los celulares o computadoras.

Y eso es muy bueno. Sus vidas pasan y continuarán en el mundo de Internet, sin dudas, pero es fantástico que dejen volar su imaginación.

Armar un barrilete en familia. No es fácil conseguir la caña para hacer la cruz, pero se puede reemplazar ese elemento con otro y con papel, engrudo y una cola livianita, subirse en el patio a ese avión imaginario.

Ojo con ponerle mucho engrudo. Ahí está uno de los grandes secretos dice Tito, un especialista en el tema.

¿Engrudo? Era el pegamento ideal. Sus ingredientes: agua y harina.

Un buen piolín, viento de cola, y paciencia para ir subiéndolo despacito.

Nada de alguna maniobra brusca porque el barrilete terminaba en el piso, o enredado entre los árboles.

Ahora juegan en contra los espacios para realizar la carrera de despegue y lanzar nuestro avión supersónico al cielo.

Porque era así: corrías con tu barrilete en la dirección que te marcaba el viento y lo soltabas para luego pilotearlo con el piolín.

Marcelo me reprocha: contaste de las carreras de autos en los circuitos callejeros que armábamos, pero no mencionaste las “difíciles” competencias en los cordones de las veredas de las calles asfaltadas, que no eran tantas.

Y las carreras de chapitas. O sea, de las tapas de gaseosas.

Se creía que raspándola dónde tenía la marca “andaban” más rápido.

María del Carmen rememora la rayuela. Equilibrio y habilidad para transitar el camino de los cuadros marcados en la tierra, o con tiza en la baldosa, para poder llegar “al cielo” que marcaba el final de la competencia.

El Cielo era un círculo o la mitad de uno, al que debías arribar sin haberte caído o pisado una línea y con tu piedrita en la mano.

Y esa piedrita tenías que embocarla antes de salir a competir en uno de los cuadros o cuadrados que marcaban el derrotero, porque si no perdías el turno y te quedabas mirando.

Es un juego mixto, pero lo practicaban más las niñas, dicen las “encuestas” de la época.

Delia me contó que sus 4 hijos, algunos ya adolescentes, y por supuesto su marido, se enganchaban en el confinamiento de la pandemia jugando al “gallito ciego” en el patio de la casa y a veces en el comedor, por supuesto luego de correr todos los muebles.

Es muy fácil. A uno de los participantes se les venda los ojos para que no vea nada, y él debe tocar a algunos de los que están participando, que lo guían con sus gritos para que descubra dónde están. O lo van confundiendo.

Y el primer participante tocado era el próximo “gallito ciego”.

También Delia sostuvo que sus hijos descubrieron “la mancha” y varias de sus variantes.

Son juegos comunes a muchos lugares. No exclusivos nuestros.

Y las historias recibidas demuestran que, aunque hayan quedado en el olvido de la niñez, tienen una vigencia impensada.

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